Paco Campos •  Opinión •  30/06/2019

Redescubrir la educación

Posiblemente uno de los tratamientos filosóficos más originales y abiertos sobre la crítica a la tradición socrática, lo haya llevado a cabo Rorty, no ya siguiendo la huella de Dewey, que también, sino, sobre todo, por el acercamiento de la filosofía a la literatura. Y en ese cometido, de casta le viene al galgo, está la educación, mejor, la práctica educativa, que tiene como protagonista la figura del ironista liberal que se mofa, es un decir, del sentido común porque lo considera una simpleza que ata y sujeta la imaginación y cualquier alternativa de progreso.

       En Contingencia, ironía y solidaridad (1989), en el capítulo 4, podemos encontrar pasto suficiente para poder volar tras la lectura de unos párrafos del mejor estilo ensayístico de los últimos tiempos. En ellos, el método de Sócrates aparece como el camino que conduce al sujeto al mundo de las esencias donde encuentra valores como la verdad, el bien, la belleza y demás lindezas que se sostienen por sí mismas, en sí mismas, y a las que el hombre accede sacando lo que tiene dentro para depositarlas en la conciencia individual, clave para entender el cómo y el porqué del tipo de humanos que somos.

       Rorty deja el sentido común forjado en la tradición ateniense para hacer de la educación una práctica compartida (para educar es suficiente captar la relativa estupidez de cada época, dice), intercambiable, mediante esos juegos de lenguaje que el mismo Rorty trae de Wittgenstein y a los que tanto debe la corriente neopragmática heredera de los clásicos estadounidenses, en los que la virtud ha sido remplazada por la utilidad. Siguiendo el símil del estilo -> la educación no es como un fruto del que te haces al arrancarlo del árbol, sino el árbol mismo que crece dentro de ti.


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