Fernán Medrano •  Opinión •  15/12/2018

Lula da Silva es el pueblo

 
La contradicción se cuenta sola: Luiz Inácio Lula da Silva, el hombre que emprendió las más ambiciosas y las mejores políticas de justicia social en el Brasil, fue condenado a prisión por la justicia (burguesa) de la República Federativa del Brasil. 
 
Eduardo Galeano nos contaba que los dos hombres más justos que ha tenido la humanidad (Cristo y Sócrates) fueron condenados por la justicia. Nos quitaron la justicia y nos dejaron la ley, la ley del más fuerte, refería el escritor e intelectual uruguayo. Durante los cinco años del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva pudieron salir de la pobreza 28 millones de brasileros, se logró aumentar el salario mínimo en un 62%. 
 
La clase oligarca del Brasil quiere dar al traste con las políticas de inclusión social del gigante sudamericano. Ese es el quid del asunto que parece un asunto de tipo legal, pero que en verdad es algo puramente ilegítimo y político.
 
Los que se creen los dueños del Brasil saben que Lula es la persona más querida, admirada y respetada por el pueblo del Brasil; y que el único modo de frenar el avance de Lula hacia la presidencia del país sudamericano es atravesándoles obstáculos, manchando su honra, o, en el peor de los casos, desapareciéndolo físicamente del escenario político brasilero y latinoamericano, pues Lula es ya un líder de alcance continental. 
 
Lula da Silva ha referido que a su madre nunca le enseñaron a leer y que él mismo conoció el pan por primera vez a los 7 años de edad. 
 
Esta injusticia hace temblar de indignación a cualquier persona normal. Y no es posible que un hombre como Lula, que ha pasado tanta hambre, sea insensible. Eso es imposible para nuestro compañero Lula. 
 
Por consiguiente, Lula es capaz de asumir las consecuencias sus justos actos. Y, aunque quisiera, Lula no puede carecer de la sensibilidad que lo embarga, y por eso conservar vivo el recuerdo del dolor del hambre en su mente y en su corazón; pero lo recuerda sin odio ni rencor. Lula recuerda el hambre de su infancia con sentimiento de generosidad y con nobleza para con los condenados de la tierra. 
 
Y por eso también Lula lucha contra la clase rica del Brasil, para que lo dejen combatir el hambre, pero sin eliminar a los pobres, sino, por el contrario, proveyéndoles los medios para que sigan viviendo, para que no sigan muertos en vida, para que el hambre no los asesine, para que no sean unos muertos de hambre, para que sean dignos y apreciados, incluso por ellos mismos. 
 
El hambre es más mortal que las bombas atómicas. Creo que Eduardo Galeano escribió en su mundialmente famoso libro ‘Las venas abiertas de América Latina’ que todos los días explotan en Nuestra América varias bombas atómicas como las de Hiroshima y Nagasaki con la forma letal del hambre. 
 
La cara de Lula luce demasiado tranquila, a pesar del acto horroroso del que es víctima. 
 
Lula se siente libre de todo sentimiento de culpa.
 
Lula sabe que ha hecho lo correcto, lo que la conciencia (ese alto tribunal) de un ser humano honrado como él le ordenaba que hiciera. 
 
Lula es uno de los nuestros, hombre de alma noble. Aun cuando el Brasil es un país demasiado grande en extensión territorial y poblacional, sin duda le cabe a Lula en la cabeza. 
 
La mente de Lula es amplia, su corazón es generoso y él no tiene resentimiento, posee amor en cantidad. 
 
Para Lula el poder no es un fin en sí mismo, sino un medio para combatir la desigualdad social. 
 
Lula es hombre sin ambición de poder; es un ser humano con carisma político y con un caudaloso capital político. 
 
El magnetismo político de Lula ha sido el fundamento para sembrar las relaciones de reciprocidad con las gentes más maltratadas del Brasil. 
 
Los lazos de correspondencia con los brasileros de a pie, de la calle y de los andenes del Brasil, Lula los ató para que no sean desatados jamás. La justicia burguesa del Brasil no los podrá desamarrar jamás. 
 
Lula supo establecer los vínculos de amistad, porque para él los gobernados no son los gobernados. Las mayorías son sus compañeros, son sus compatriotas, puesto que él y ellos no tenían patria; y es justamente esta la premisa base para interpretar las necesidades del pueblo. 
 
Lula supo conectar con el pueblo del Brasil, porque Lula proviene de lo más despreciado del pueblo, despreciado por los poderosos del Brasil. 
 
Cuando hay empatía con el público es demasiado fácil la puesta en práctica de cualquier liderazgo, sobre todo de orden social y político. La clase rica del Brasil no puede conectar con los pobres nunca, porque los odia con todas sus fuerzas; tanto que no puede odiarlos más. Su maldad es infinita y definitivamente su avaricia de poder puso al desnudo lo más ruin y despreciable de sí misma. 
 
Los sentimientos de antipatía, el rencor y el desprecio abierto o velado hacia la muchedumbre son perjudiciales para cualquier mandatario, porque se condena a sí mismo a la soledad de sus hieles. 
 
Lula ha logrado despertar la conciencia de las multitudes, a fin de que adivinaran la hostilidad de la que eran víctimas. El pueblo de Brasil ahora les está pasando la factura a los ricachos del gigante sudamericano. 
 
La falta de talento para ejercer el liderazgo político no puede disimularse con violencias de ninguna índole. Lula le ha enseñado al pueblo brasilero otra forma de gobernar, le ha enseñado que el arte de gobernar es, por sobre todas las cosas, amor. Gobernar así -tal como lo ejerció Lula- es algo que sorprende por su belleza. Y la oligarquía del Brasil no soporta tanta hermosura, tanta solidaridad, tanta inclusión y tanta justicia social. No soporta tanta democracia real, y no solo formal o de papel. 
 
A las masas no se les puede engatusar con facilidad olímpica por mucho tiempo. Las multitudes renacen de las cenizas como el Ave Fénix. Y el pueblo del Brasil ama a Lula, porque Lula es el pueblo del Brasil.

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