Felipe Pineda Ruiz •  Opinión •  08/08/2019

El grito de independencia de Egan Bernal

El 7 de agosto de 2019 se cumplen los primeros 200 años de independencia de Colombia, y no es precisamente la evocación a Bolívar, Santander y demás próceres, lo que ocupa las primeras planas de los medios de comunicación. El triunfo de Egan Bernal, en el Tour de Francia, copa la atención de la nación y, paradójicamente, se convierte en el factor principal de cohesión social por encima de aquella gesta heroica o cualquier celebración multitudinaria organizada por el oficialismo local o el Gobierno Nacional.

Bernal, a su arribo a Colombia, no quiso una celebración que se convirtiera en un desfile más, a la medida de politiqueros y lagartos, como él mismo lo dijo. Prefirió dar lecciones de humildad sin querer pontificar; no se dejó utilizar por el Presidente que le tenía lista la Cruz de Boyacá y el carro de bomberos, para politizar lo no politizable: la alegría de millones de colombianos que se identifican con su sencillez y modestia. Eso contrasta con las poses y apariencias de los que querían llevarlo al cadalso. Hay que recordar que en anteriores ocasiones la politiquería tradicional solía sacar pecho con los triunfos de los deportistas y les prometían casas, becas y demás, para finalmente incumplirles.

En Bernal se conjugan varias cualidades que parecen ajenas a las del tipo promedio del colombiano: orgullo para reivindicar su origen humilde y campesino; sobriedad para celebrar los triunfos; perseverancia y trabajo en equipo para explotar sus cualidades;  sensatez y sencillez para rechazar la adulación y el privilegio, y una increíble capacidad de discernimiento e irreverencia ante el poder. Y es que para ser irreverente y romper con el formalismo cortesano heredado de la colonia y oficializado en estos dos siglos de incipiente República, no necesariamente se debe acudir a excesos verbales como los que utilizan muchos escritores, sociólogos, academicoides y políticos criollos.

Egan demostró que es posible celebrar los 200 años de independencia actuando con verdadera independencia: sin pose, sin pomposos recibimientos en desfiles ostentosos y rígidos. Él mismo fue el que organizó el evento en Zipaquirá, con su gente y su familia, invitó a viejas glorias del ciclismo, a sus maestros y a la prensa deportiva. Así, rechazó el alarde y la lisonja; principalmente el alarde. Aquello de que “la carretera escoge al líder del equipo” y “solo quiero disfrutar con mi familia y amigos”, debería convertirse en regla de oro, y no en excepción; para así, romper con la costumbre nacional en donde predomina el arribismo, el dinero fácil y el “todo vale”, como medio para lograr resultados.

La actitud de este excepcional deportista nos deja reflexiones profundas que posiblemente se echen en saco roto: 1) Colombia requiere en posiciones de poder a más personas del común, con actitud profesional pero sentido social; 2) Hay que acabar con las ínfulas de dictadores o reyezuelos para construir una sociedad capaz de dialogar y trabajar transversalmente, desde y con la diferencia; 3) Necesitamos más sujetos políticos que emerjan desde la cotidianidad, que rechacen la reverencia, las tentaciones del poder y la podredumbre de los poderosos.

En suma, Egan es un ejemplo de ruptura con el cortesanismo, la codicia y el arribismo. Si ese espíritu de grandeza basado en el trabajo, el sentido práctico y la sobriedad hace carrera en nuestra sociedad, la Colombia política y la Colombia profunda (la de “los de abajo”), tendrán que encontrarse y potenciar hacia el futuro la doble gesta de Egan Bernal.

Bogotá, 7 de agosto de 2019.


Opinión /