Mario Espinoza Pino •  Opinión •  13/11/2019

Preacuerdos, desalojos y crisis: algunas notas sobre lo que viene

Ayer mucha gente respiraba aliviada tras los resultados de una jornada electoral marcada por la abstención y el avance de la extrema derecha: el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos parece abrir, inesperadamente, el escenario de un gobierno de “progreso”. Sánchez e Iglesias regalaban a la opinión pública una imagen de diálogo y entendimiento sellada por un abrazo que ha llenado portadas. El “preacuerdo” para formar un gobierno de coalición -pues de eso se trata- parece una hoja de ruta llena de sentido común. Es difícil que no convenza a cualquier votante de izquierdas tras tanto vaivén electoral: acabar con la precariedad, empleo estable, proteger los servicios públicos, acabar con la corrupción, blindar derechos como el de la vivienda, las pensiones o la dependencia, controlar casas de apuestas, derecho a una muerte digna, políticas feministas, acabar con la despoblación, lucha contra la crisis climática, “garantizar la convivencia” y “diálogo” en Catalunya -ya veremos qué significa eso al final-, justicia fiscal y equilibrio presupuestario -dentro del corsé que permita Europa-. Un pacto entre una formación ‘socio-liberal’ -el PSOE, que no ha dudado en cabalgar burbujas inmobiliarias y aplicar drásticos recortes- y otra que intenta una agenda socialdemócrata -Unidas Podemos-.

La jugada de la repetición de elecciones no le ha salido muy bien al PSOE, todo hay que decirlo. Pedro Sánchez llega a un acuerdo con “el-partido-que-no-le-dejaba-dormir” a la velocidad del rayo, acompañado de sobreactuación y muy lejos de lo que probablemente eran sus cálculos antes del 10N. Llegar a este acuerdo ha costado -ni más ni menos- que regalar 52 diputados a VOX junto con la erosión de Ciudadanos, partido que parecía ser el mal menor para un pacto o negociar una “abstención responsable” de la mano del Partido Popular. Así las cosas, parece que a los socialistas no les ha quedado más remedio que buscar otras salidas y se han lanzado a un pacto que el IBEX 35 no deja de maldecir en sus gráficas -los antiguos se asustaban por los pájaros de mal agüero, nosotros nos dejamos llevar por la guerra preventiva de los indicadores económicos-. Sánchez viró hacia el centro antes de las elecciones, decidió hacer coincidir los comicios tras la vergonzante sentencia del Procés y los mediáticos conflictos en las calles de Barcelona -ni una palabra sobre violencia policial por parte del PSOE-. De haberle salido las cuentas, ello le hubiese permitido descartar a Unidas Podemos y lanzarse a pactar una abstención con la derecha (o a un gobierno) por la “unidad y por la constitución”. Algo que los advenedizos de Más País probablemente hubiesen mirado con buenos ojos -venían a desbloquear-. Ahora el escenario es otro.

Si algo nos ha enseñado el ciclo político que alumbró a Podemos como partido, ese mismo ciclo que impulsó tantas apuestas municipales por todo el Estado, es que cuando un partido de izquierdas entra en el gobierno se produce un momento de estancamiento institucional y conservadurismo. Se asume el marco de la “responsabilidad política”, se abandonan los conflictos, las contradicciones se esconden debajo de la alfombra y se le pasa rodillo a las críticas que apuntan problemas. Ha sucedido en la mayoría de ayuntamientos del cambio -salvando algunas honrosas y escasas excepciones-, así que es una tendencia que previsiblemente se repetirá al pactar con un partido de orden como el PSOE -el ala progresista del Régimen del 78-. Sobre todo porque ahora hablamos de la formación de un gobierno en el que se asumirán responsabilidades fundamentales -o sea, Ministerios-. Probablemente podía haberse hecho de otro modo, cediendo votos y confianza pero permaneciendo fuera del gobierno. Pero toda la campaña de Unidas Podemos se centró en el gobierno de coalición. Así las cosas, Iglesias, Montero y cía se han concedido poco margen para tener más alternativas.

Responsabilidad, impugnación y ajustes

Mucha gente de la que ayer respiraba aliviada también pensará que esto del acuerdo o preacuerdo -en estos días descifraremos sus ambivalencias semánticas- llega algo tarde. Pero que mil veces mejor esto que la posibilidad de que la derecha toque poder -especialmente con un VOX envalentonado que ya ha entrado hasta la cocina de las instituciones-. Y es comprensible: hay miedo en el ambiente. Aunque es muy probable que la alegría dure poco en la casa del pobre. De nuevo: cuando un partido de izquierdas asume el marco de la responsabilidad, rompiendo con posiciones antagonistas y dentro de un equilibrio de fuerzas que no le favorece, puede perder credibilidad y apoyos a toda velocidad. Sus principios pueden fundirse con la realpolitik estatal y volverse conservadores en un abrir y cerrar de ojos. Hoy con el problema añadido de regalar el espacio de la impugnación a una ultraderecha en expansión, dotándola de cierto barniz anti-establishment que no por falso deja de ser efectivo o atractivo. VOX ha crecido a golpe de guerra cultural, no tiene empacho en ser abiertamente machista o racista, y la tibieza, el “sentido de Estado”, la moderación, el fair play liberal y eso de vencerles en el mercado de las ideas no servirá sin más. Ser tolerante con los intolerantes nunca dejará de ser un error.

Pero las cosas pueden ponerse peor para todos y todas si además -como llevan avisándonos desde agosto desde diversos lugares- llega una crisis económica que obliga a aplicar un paquete de ajustes -o sea, recortes- en medio de un gobierno de “progreso”. De hecho, ahora mismo hay 6.600 millones que Bruselas ha pedido ajustar en una prórroga más de los añejos presupuestos de Montoro ¿Qué sucederá con este preacuerdo y tal recorte? ¿De dónde se sacará ese dinero? ¿De quienes menos tienen o de los bancos y las rentas altas? Esperemos que lo último, porque uno no deja de imaginarse, azuzado por cierta atmósfera distópica, a un VOX todavía más crecido a través de discursos obreristas, con más citas de Ramiro Ledesma en un intento de acercamiento a clases más populares -algo que están comenzando a hacer en términos de voto en algunos lugares-. Es sólo una posibilidad, pero ahora -tras el 10N- se encuentra en el horizonte. Así que más vale que los rubros más importantes del preacuerdo se traduzcan rápido en políticas públicas ambiciosas, solventes y eficaces, porque si esta andadura de la izquierda comienza por los ajustes, permitirá que aquellos que no se cansan de llamar a unos y a otros traidores a la patria ganen más poder.

A estas alturas, resulta difícil esperar mucho de Unidas Podemos, una formación orgánicamente débil que un día pudo ser -como lo fuera el Partido Popular para la derecha- la casa de las izquierdas. Pudo haber sido partido con estructura, implantación local y arraigo en los movimientos sociales y espacios organizados que irrumpieron o se ensancharon a raíz del 15M. Pero aquello nunca tuvo lugar. Se segaron las raíces. Hoy no queda nada de aquel Podemos inicial de círculos y efervescencia política -cruce de diversas culturas militantes- que pudo ser el germen de un proceso constituyente y del desborde -así lo soñábamos- del Régimen del 78. De hecho, escribir esto es ya como traer al presente una postal raída y nostálgica -así que mejor no sigamos por ahí-. Siendo realistas, lo que tenemos hoy es la integración completa de Podemos en el Estado. Esperemos que, por lo menos, sepan jugar en el terreno de manera decente, impulsando políticas en favor de las mayorías sociales y dando algo de batalla. Cualquier paso en falso será harto grave. Así que habrá que fiscalizar, movilizarse y obligarles colectivamente a tomar el rumbo adecuado. Aunque estemos algo frustrados y al final de un ciclo extenuante.

El estado de las cosas

Hoy en Madrid -escribo desde ahí- han desalojado el Centro Social La Ingobernable, el espacio autónomo más potentes de la ciudad desde un punto de vista metropolitano. Un lugar que albergaba cientos de actividades, por donde han pasado miles de personas, se han fraguado múltiples proyectos y que ha sido el hogar de algunas de las iniciativas de movimiento más pujantes de la ciudad -desde el feminismo, las luchas ecologistas, por el derecho a la vivienda o contra el sistema de fronteras, por señalar rápido algunos frentes-. Manuela Carmena nunca quiso blindar el espacio y ceder la gestión a los colectivos, de hecho, también prometió el desalojo del edificio. Y ahora, en una suerte de venganza, Almeida (popularmente conocido como Carapolla) junto con sus socios de gobierno, un pachucho Ciudadanos y un VOX bandera al hombro, ha desalojado sin mediar palabra La Ingobernable. La cosa no deja de sonar a reacción -no se sabe bien si al preacuerdo o a la “consternación de los empresarios” al valorarlo-. Por lo demás, el alcalde ha lanzado su declaración de intenciones: no quiere ninguna interlocución con okupas, lo único que hará es mandar a la policía. Pues bien, este escenario -más allá de ensueños progresistas- es el que tenemos en Madrid. Pero también la aparición de pintadas verdes en Fuenlabrada en el local donde se reúne la comisión 8M de la localidad. Pintadas con esvásticas llamando “Feminazis” a los colectivos feministas que luchan por los derechos de las mujeres en el sur madrileño.

Está claro que el panorama que se nos plantea en las calles no va a ser fácil. Y deberíamos liberarnos pronto de cualquier ensueño progresista. La permisividad con los discursos homófobos, racistas y machistas en los medios de comunicación, el barniz de normalidad y la publicidad que han dado a VOX, nos devuelve a situaciones que habíamos dejado atrás. La lógica es conocida, y creo que es más o menos clara: mientras algunos políticos de la ultraderecha apuntan, otros llevan a cabo las acciones que son la conclusión práctica de sus discursos. Unos van con traje, hinchan el pecho y hacen de patriotas vetero-franquistas, y otros se dedican a ejecutar lo que implican los discursos que jalea la ultraderecha contra migrantes, mujeres y personas LGTBi. Hoy sabemos del pasado neonazi y ultraderechista de muchos de los que hoy tienen acta de diputado en el partido verdoso. Pues bien, en este contexto, enrarecido por VOX, tendremos que movilizarnos y presionar al futuro gobierno progresista que salga del preacuerdo -tras ‘ratificación de las bases’- para que cumpla sus promesas y no haga crecer la apatía social y una indignación que podría ser capitalizada por la ultraderecha.

Será importante no sucumbir a las presiones para mantener una “lealtad ciega” ante el futuro “gobierno de progreso”, tocará pelear para que cumplan y exigirles cosas básicas -derogar la reforma laboral, regular el precio de los alquileres, eliminar la Ley Mordaza, acabar con la especulación, etc.-, del mismo modo que será fundamental organizarse, visibilizar las mentiras de la extrema derecha, ahogar su discurso e intentar que no cale en nuestros barrios. Tras el alivio inicial y sus incertidumbres, lo que restan son tareas -muchas de ellas en el tintero durante toda la fase 2015 – 2019-. Sin un contrapoder social organizado, lo que venga será mucho más difícil. Tendremos que perseverar en encontrarnos más allá de las seducciones de la representación y ponernos a ello.

Mario Espinoza Pino

Hoy a las 19:00 habrá una concentración en la Calle Gobernador nº 39 en protesta por el desalojo.

Es 13 de noviembre y recordamos también el asesinato racista de Lucrecia Pérez. Hoy se honra su memoria en una concentración en la Plaza de Tirso de Molina a las 19:30.

Fuente: https://marioespinozapino.wordpress.com/2019/11/13/preacuerdos-desalojos-y-crisis-algunas-notas-sobre-lo-que-viene/


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