Desmontando la plandemia
Veamos con atención este paquete de medidas adoptadas contra la pandemia provocada por el Covid-19 durante los últimos días:
- Uso obligatorio de mascarillas
- Distanciamiento social
- Lavado y desinfección de manos
- Confinamiento domiciliario excepto para tareas esenciales
- Cierre de bares (salvo comida para llevar) y del ocio nocturno
- Cierre de cines y teatros
- Cierre de gimnasios
- Clausura de parques
- Limitaciones al transporte público
- Cierre perimetral de provincias y de ciudades con controles policiales.
- Prohibición de fiestas particulares
- Exigencia de PCR negativo para turistas que entren en el país
- Interrupción del curso escolar
- Clases por televisión
- Vacunaciones masivas
No parece que sean especialmente extrañas. Tampoco muy diferentes a las tomadas, por ejemplo en el Estado español ¿verdad? Lo único que puede chirriar del recetario anterior es que las clases no son por vía telemática, sino por televisión. Y es que el país en cuestión sufre un brutal e ilegal bloqueo económico por parte del Tío Sam que le impide, por ejemplo, usar Zoom —la omnipresente herramienta de videoconferencia— dentro de sus fronteras y es más fácil hacerlo usando las redes de TV que las de fibra óptica para llegar a todos los hogares sin excepción.
Creo que ya no es necesario dar más pistas. Se trata del conjunto de medidas adoptadas por la Cuba comunista para enfrentar al virus. La mayor parte de ellas están vigentes estos días por ejemplo en La Habana, el mayor foco de contagio del país y han sido extraídas del Consejo de Defensa provincial de la capital caribeña, entre un total de 22 medidas dictadas ante el pico tan «grave» detectado en días atrás, además de otras de Pinar del Río. ¿Sabéis a cuánto asciende la ratio de contagio para tomar esas medidas tan drásticas? A 46,1 casos por cada 100.000 habitantes. El sueño húmedo de cualquier gobernante de nuestro país, sobre todo en momentos en que estamos, a nivel general, en niveles cercanos a los 1.000, no siendo infrecuentes municipios que superan los 2.000 casos por cada 100.000 habitantes.
O sea, que las medidas que se están tomando con ratios que aquí podríamos considerar despreciables, se toman en Cuba con afecciones 20 veces menores. Y lo peor es que, según la opinión de un sector de la población, todo se trata de una campaña de mentiras para lograr controlar a la población y quitarles su libertad, además de eliminar a buena parte de los habitantes del planeta en una especie de programa eugenésico o, simplemente, de desconeje masivo. En esa campaña participarían los gobiernos, las élites financieras, los medios de comunicación de masas, las farmacéuticas, la Organización Mundial de la Salud, BillGates, Soros y hasta el sursum corda… que las variantes de las teorías alternativas mutan más que las cepas del virus.
A pesar de las evidencias que relacionan a la extrema derecha norteamericana con la campaña de bulos sobre el coronavirus, sigue habiendo una minoría ruidosa de conspiranoicos de izquierda que insiste en que todo lo relacionado con el covid es un plan ideado en las cloacas del «Satánico Doctor No». Teniendo el origen que tiene, no es de extrañar que los máximos seguidores de estas teorías en el mundo sean los Trump, Bolsonaro, Orban, Salvini o los mismísimos líderes de Vox en las españas. No en vano tienen en común la asesoría de Steve Bannon, el gran Goebbels de nuestro tiempo, un ejecutivo de medios de comunicación y banquero que fue pillado financiando el «informe» de la científica china que defiende que el coronavirus se creó en un laboratorio del país de los dragones.
Es normal que entre ellos se retroalimenten, pero… ¿cómo gentes de izquierda se prestan al juego de la extrema derecha mundial? ¿Cómo se convierte a una persona profundamente anticapitalista en funcional al neoliberalismo más salvaje? Pues usando la desconfianza natural que profesan contra el sistema y subiéndole un nivel más de descreimiento. Así, a través de ingeniería social, mediante el uso de redes sociales, se convierten en perfectos bots útiles al capitalismo. Porque es el capitalismo lo que ha sido tocado por esta pandemia y es el estado quien puede protegernos de este tipo de catástrofes. El mercado se muestra absolutamente inútil frente a este tipo de sucesos; sólo un estado fuerte puede encargarse con garantías de la seguridad de su ciudadanía. Por eso la extrema derecha está tratando de desviar la atención para que miremos el dedo y no a la luna. Para que nos entretengamos con el árbol que no nos deja ver el bosque.
¡Claro que ha habido cientos, miles de errores! A los españoles se nos ha caído el mito de que teníamos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, probablemente perderemos por el camino a un centenar de miles de personas, hemos visto cómo el sistema de atención de nuestros mayores raya en la indignidad, cuando no vulnera abiertamente los derechos humanos. Se han probado tratamientos que resultaron ser un fracaso, se aprobaron medicamentos que luego se certificaron como inútiles y viceversa. Se dejó a morir a ancianos por aplicación de triajes de guerra por incapacidad de un sistema sanitario colapsado… La lista podría ser interminable y los responsables deberían pagar por ello algún día.
Pero en vez de exigir reparación, muchos se entretienen con estrambotes inútiles, con bazofia lisérgica creada ex profeso para cambiar el punto de mira y el objetivo de la lucha. Así, en vez de demandar en las calles estados fuertes con una cobertura social acorde a las necesidades reales de la población, se dedican a mostrar su rebeldía con estupideces tales como no usar la mascarilla o tomar un café un minuto después de la hora oficial de cierre. ¿Habrase visto actos más revolucionarios?
Bueno, ¿pero qué pinta Cuba en todo esto? —os preguntaréis—. Precisamente es la prueba fehaciente de que las molestas medidas que todos y todas estamos sufriendo son las únicas que pueden adoptarse frente a una pandemia de estas características. Nadie en su sano juicio creería que el gobierno cubano esté complotando junto con las multinacionales farmacéuticas o los conglomerados mediáticos contra su propio pueblo, al menos nadie en la izquierda real o revolucionaria. Y Cuba, igual que España, confina, obliga al uso de mascarillas, al distanciamiento social y está vacunando a la población… incluso con valores de afección infinitamente más bajos que nosotros. Es cierto que también hay que poner en valor la calidad del sistema nacional de salud de la isla, incluso en tiempos duros como los que atraviesan en estos momentos debido a los efectos recrudecidos del bloqueo en la era Trump. Las medidas preventivas tomadas por su gobierno han sido tremendamente exitosas, así como la colaboración ciudadana de una población, tan preocupada siempre por lo colectivo. 170 fallecidos en total desde el inicio de la pandemia, es menos que el número de muertes en nuestro país en un solo día cuando ya dejaron de ser noticia. Una vez más Cuba nos muestra de lo que es capaz un gobierno centrado en defender a su gente y, por comparación, nos muestra la verdadera faz del capitalismo. Justo por eso es tan odiada por los neoliberales.
Ya basta de basura funcional al capitalismo, basta de apuntar al enemigo equivocado, de hacer el juego a la extrema derecha, de magufos y chamanes apocalípticos. Recuperemos el sentido común y luchemos por recuperar la soberanía popular frente a los ataques del capital y sus brigadas mediáticas negacionistas. Esa es la tarea prioritaria de la que no debemos distraernos.