Kepa Tamames •  Opinión •  09/03/2021

La caza sin maquillaje

La caza sin maquillaje

La cámara atisba a lo lejos un vehículo todoterreno, bamboleándose por el sinuoso camino forestal, y aborda un claro de bosque, bonito este hasta con su traje de invierno. Más de cerca, pareciera por un instante que algo le sigue detrás: quizá un perrillo de caza, de esos a los que sus dueños someten a esfuerzos «sobrecaninos», para después encerrarlos en un cuchitril apestoso e infecto hasta la próxima salida. ¡Ay, los perros usados como herramienta de caza, esos grandes olvidados!

Pero no es un perro lo que sigue al coche, sino un bulto de grandes dimensiones que deforma su silueta con los vaivenes del trayecto. ¿Quizá un jabalí muerto? Llegado el vehículo a la altura de quien filma la escena, descubrimos que la última hipótesis no iba desencaminada. Mas no se trata de un jabalí, sino de un grupo de ocho o diez, formando un desasosegante racimo que hiela el alma; al que la tenga, claro, y no parece ser el caso de los ocupantes del 4×4.

Se adivinan los rostros de algunas de las víctimas, desposeídas ya de toda expresión vital, y a un macho con el vientre rajado de cabo a rabo. También se aprecia en la masa trémula algún joven, quién sabe si hermano o hijo de compañeros de racimo. Lo que no se presta a conjeturas es que apenas unas horas antes todos ellos despertaron al alba, frotándose las pezuñas pensando en hocicar de nuevo entre los hayucos del bosque en busca de lombrices, quizá darse luego un buen baño de barro en el charco cercano, y acaso dormitar donde pille el sueño, al resol de un bonito día de finales de febrero. Nada de eso se cumplió, porque unos tipos armados de fusiles y perros desquiciados aparecieron en escena, con el estrépito de un comando de élite. Hubo quien consiguió escapar de la razzia, pero en su mayoría cayeron tras sentir una quemazón en el costado, o en la mandíbula, o en una pata. Tuvieron suerte los que recibieron el tiro en la frente, pues apenas sufrieron: simplemente su visión se fue a negro. Los heridos en zonas menos vitales del cuerpo tuvieron que padecer la horrible escena de perros y soldados acercándose, sin poder hacer otra cosa de chillar desaforados, deseando en su fuero interno despertar de la pesadilla. Un servidor, que no es jabalí, apenas tiene que esforzarse para comprender con aproximada exactitud cómo debe de ser tal angustia, tal horror, tal sufrimiento.

Maquillan en sus brillantes portadas las revistas del ramo una actividad que, a poco que se rasque, apenas queda en crimen deleznable. La edulcorada «caza lúdica» es en realidad muchas cosas, y todas feas: acostumbrar a nuestros mejores amigos a clavar sus colmillos en los cuartos traseros o en la garganta de alguien a quien ni conocen de vista; acostumbrarnos a acuchillar a ese animal que aún nos mira con ojos desorbitados; o al hedor del paquete intestinal humeante; al autoconvencimiento de que eso de la empatía es una «moda urbanita y sensiblera». Todo esto ―y alguna cosa más, que no añade en cualquier caso un ápice de virtuosismo a la naturaleza de los hechos― es hoy la caza lúdica, cuando se le caen resecas las capas de maquillaje propagandístico y le abandona el olor a colonia barata.

 KEPA TAMAMES

(Asociación para un Trato Ético con los Animales)

‘RACIMO’ DE CADÁVERES DE JABALÍES EN URDAIBAI (BIZKAIA)


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