¿Comunismo o libertad?
‘Libertad, ¿para qué?’. Así respondió Lenin al dirigente socialista español Fernando de los Ríos cuando éste se interesó por el estado de las libertades democráticas en la Rusia surgida de la revolución de 1917. Las palabras del líder soviético han servido a conservadores y a partidarios del capitalismo como manifestación palmaria y prueba irrefutable del desprecio que el comunismo, y en general la izquierda, habrían tenido históricamente hacia la idea de libertad y, por extensión, a la propia democracia.
En mi opinión, lo que el dirigente bolchevique estaba señalando, no sé si consciente o inconscientemente, es la naturaleza instrumental de la libertad; es decir, como herramienta para alcanzar un objetivo. No como un valor absoluto. Ni siquiera como razón última de la acción política. Tomemos un ejemplo reciente y conocido: las manifestaciones de los residentes del barrio madrileño de Salamanca durante la primera ola de la pandemia exigiendo ser libres frente a las restricciones impuestas por las autoridades para hacer frente a la emergencia sanitaria. Actitud que ahora abandera, en los mismos términos, la presidenta Ayuso cuando asegura que Madrid es la capital de la libertad porque permite las fiestas en la calle y los bares abiertos. ¿En qué sentido quieren ser libres las derechas madrileña y española? Habremos de convenir, en este caso, que su demanda de libertad se refiere a la concesión de la prerrogativa para saltarse las normas sanitarias. Algo así como cuando Aznar pedía que le permitieran beber para conducir: instaba a que no se le aplicaran las reglas de tráfico, de modo que su derecho a degustar vino por encima de lo tolerable para coger un coche prevaleciera sobre el derecho a la vida de los demás. Y aquí está el quid de la cuestión: todo lo que concierne a la libertad en realidad nos remite a los derechos. Aquélla como vehículo que conduce a éstos.
Los cuales son, pues, el objeto real del debate: el fin, no tanto el medio. Y la derecha lo tiene muy claro: la libertad de negocio es la palanca para conquistar el derecho de propiedad, entendido éste en términos absolutos. La propiedad sobre los medios de producción, las finanzas y los servicios públicos. La potestad de hacer suyas las viviendas sociales que un poder cómplice y corrupto les entrega. De precarizar, saltándose las normas laborales, las condiciones del trabajo. De practicar la evasión fiscal, tanto por medios legales como ilícitos. De producir sin cortapisas ambientales. De abrir los locales comerciales aunque nos azote un virus asesino. De que la gente acuda a esos establecimientos en masa y sin distancia. De que un residente en Núñez de Balboa vaya de compras a El Corte Inglés y después se desplace a su chalé de la sierra madrileña.
Para la izquierda, la libertad es el arma para la consecución de los derechos sociales. Aquéllos que nuestra ley de leyes reconoce: a un trabajo digno, a una vivienda decente, a una pensión suficiente, a la negociación colectiva, a una sanidad y educación públicas fuertemente dotadas. Constitución en cuyo texto se constriñe la aspiración reaccionaria a no poner límites al derecho de propiedad en la medida que lo subordina al interés general. Esta supeditación es lo que ha echado al monte a las derechas, que presentan este conflicto de intereses(derechos sociales versus derecho ilimitado de propiedad) como una pugna entre comunismo y libertad. En realidad, como vemos, es una confrontación entre derechos; es, en suma, la vieja lucha de clases, en la que sus contendientes tienen una muy distinta idea respecto de para qué sirve la libertad.
Todo lo cual nos conduce al debate final que subyace a todo este asunto: la cuestión de la democracia. Es decir, el modelo social, político y económico que resulta de usar la libertad(en sus distintas acepciones) para la consecución de unos determinados derechos(en sus diferentes contenidos). Y a este respecto, la experiencia histórica nos muestra una verdad incontrovertible: la democracia económica es condición necesaria para la democracia política. Dicho de otro modo: las libertades democráticas plenas no son posibles sin un determinado grado de igualdad social. Efectivamente, si la riqueza se concentra en muy pocas manos, mandan quienes no se presentan a las elecciones. Los grupos oligárquicos secuestran el sistema parlamentario y el oligopolio y la corrupción se constituyen en la norma de funcionamiento de la política y la economía. No hay mercado ni tampoco democracia, términos que conforman el mantra del discurso de la derecha, a pesar de que los niega en la práctica.
La desigualdad y la democracia son incompatibles. Una fuerte dosis de socialismo es necesaria para que podamos hablar de un sistema de libertades no sólo formales, sino reales. Así que la disyuntiva que ha planteado Ayuso entre comunismo y libertad es falsa. El comunismo(en realidad socialismo técnicamente hablando)no puede existir sin la libertad(sin la democracia); y viceversa. Así que aquella dicotomía que plantean las derechas madrileñas en forma de burdo eslogan electoral, no pretende otra cosa que ocultar la verdadera pugna que se resuelve el 4 de Mayo: la que enfrenta a la democracia social con el trumpismo.
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