Christian Zampini •  Opinión •  29/01/2022

Jugando con fuego III: Pero, ¿qué pinta España en todo esto?

Jugando con fuego III: Pero, ¿qué pinta España en todo esto?

Uno de los fenómenos más inexplicables y llamativos de la crisis ucraniana y la escalada de tensión en la región, ha sido el apoyo entusiasta y sin fisuras de la política exterior española a las posicione estadounidenses. Durante las últimas semanas, y para desesperación de los socios europeos, el gobierno de Pedro Sánchez ha mostrado un alineamiento completo con Washington, llegando a comprometer fuerzas militares, con el despliegue de tropas en los países bálticos y Bulgaria, y el envío de varios buques militares al Mar Negro.

A pesar de su supuesto compromiso público con la vía diplomática, Pedro Sánchez ha mantenido una línea activa de seguidismo a las decisiones estadounidenses. Una actitud similar a la de Reino Unido o Polonia, pero que contrasta con el enfoque de Francia, Alemania, Hungría, Croacia o Italia.

Discrepancias europeas

Berlín y París han mantenido durante los últimos días un esfuerzo frenético para detener la escalada de conflicto, influidas por los graves perjuicios económicos que un conflicto de baja escala generaría en la economía europea dependiente del suministro energético ruso. Quizá, solo quizá, también conscientes de los peligros reales de la escalada. Francia, como potencia nuclear y país aficionado a las aventuras militares e intervenciones en suelo extranjero, cuenta con una perspectiva bastante más clara de los límites de la amenaza militar. Alemania, por su parte, cuenta con una historia reciente que le impide olvidar las potenciales consecuencias. No solo la sempiterna sombra de su papel en la Segunda Guerra Mundial, sino también el haber albergado en su territorio la primera línea de fuego, bajo amenaza nuclear, de la Guerra Fría.

Su objetivo, en cualquiera de los casos, es reducir la tensión, evitar a toda costa el enfrentamiento militar y consolidar de forma estable es statu quo actual de Ucrania como tapón neutral entre Rusia y el resto de Europa. A juzgar por su actitud, su salida perfecta a la crisis sería el establecimiento de una suerte de Minsk III que no solo detuviese la escalada, sino que consolidase su papel como árbitros de la política europea.

En el caso de Alemania del nuevo canciller Olaf Scholz, su posición ha entrado con conflicto directo con la estrategia de Estados Unidos, al promover un bloqueo armamentístico a Ucrania. Una situación que nos retrotrae al choque de posiciones frente a la Guerra de Irak a principios del milenio.

Con una perspectiva mucho más cortoplacista, Italia, con sus peculiares y complejas relaciones con Moscú, rehúye del conflicto por motivos económicos. Tan solo algunos de los políticos más mediocres del estado como el denostado Matteo Renzi abogan por imitar la actuación española apoyando sin fisuras a Washington. Hungría, por su parte, en su burbuja pretende jugar el papel de potencia regional tratando de obtener beneficios propios, interpelando de forma directa a Ucrania. Por absurdos que sean los motivos vistos con perspectiva, la posición no solo aleja a los magiares de sostener la escalada, sino que amenaza con acabar definitivamente con su alianza táctica con Polonia y los miembros del grupo de Visegrado.

La apuesta atlantista de Sánchez

Para España, sin embargo, ninguno de estos cálculos parece tener la menor importancia. Aparentemente, la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden convención a los miembros del ejecutivo de Pedro Sánchez de que se abría una oportunidad para contar con el mejor aliado posible en sus intereses internacionales. Este convencimiento se ha traducido en una defensa a toda costa de la Alianza Atlántica durante el último año, que continúa ahora con su posición en el conflicto de Ucrania.

A las declaraciones de Pedro Sánchez ante Naciones Unidas y la entusiasta acogida de la Cumbre de la OTAN en Madrid el próximo verano, se suma ahora este despliegue militar, acompañado por declaraciones (sin rubor mediante) de la ministra de Defensa Margarita Robles afirmando que todas las acciones de la alianza militar son “misiones de paz”. Del No a la Guerra a esto en apenas 20 años.

Sin embargo, un enfoque opuesto al mantenido por los principales socios europeos es, como mínimo, inconsistente. Los discursos grandilocuentes sobre la construcción europea (otro caballo ganador) no casan en exceso con una posición de total vasallaje a los intereses estadounidenses en Europa. Un comportamiento internacional que calca el del Aznar del Trío de las Azores (el cual, mal que nos pese, tenía más lógica entroncando con sus aspiraciones a convertirse en un aliado preferente de Estados Unidos, el Reino Unido del sur de Europa, a costa de dar la espalda al proyecto europeo). La política exterior española ha sido bastante peculiar desde hace más de siglo y medio, desde el apoyo de Narváez y O’Donnell a las expansiones coloniales de Napoleón III (contra sus propios intereses), a la participación en intervenciones militares totalmente ajenas como Kosovo o Libia (¡contra sus propios intereses!). Quizá el objetivo de fondo sea mantener esta tradición de dudosa inteligencia.

Mientras tanto, en el ámbito interior, y a pesar de los esfuerzos inusitados de propaganda en la estructura de medios (que veremos en detalle más adelante), la opinión pública responde con una mezcla de incomprensión, desinterés y rechazo directo. Una encuesta de DYM publicada por el diario 20 Minutos muestra que solo un 28,6% de la población apoya el envío de tropas a Ucrania, mientras un 39,4% la rechaza.

Estas dos cuestiones podrían ser obviadas desde la lógica del ejecutivo si la estrategia estuviese obteniendo resultados, traducida en la obtención por parte de España de amplios beneficios de su alineamiento con Estados Unidos. Pero para hacer más ridícula toda la cuestión, la respuesta norteamericana no ha pasado de la frialdad y el desprecio. Pedro Sánchez, quedó excluido de la reunión telemática de urgencia con líderes para tratar la evolución de la crisis ucraniana. Es solo el último gesto, tras una sucesión de desaires en cumbres y encuentros internacionales.

Por último, y como es objeto de fondo estos artículos, debemos hablar de la cuestión de la seguridad. La actuación española en este caso trasciende las cuestiones de justicia internacional, perspectiva o discrepancia estratégica. En su juego de novato en política exterior, Pedro Sánchez está obviando por completo que el actual conflicto no sería en ningún caso un despliegue militar exterior sin consecuencias directas para la seguridad nacional. Hablamos de hacer de anfitrión involuntario de ensayos nucleares. Queda claro, a raíz de las declaraciones de Margarita Robles pidiendo «no dramatizar», que el actual gobierno no baraja esa perspectiva.

 

Jugando con fuego es una serie de artículos que busca advertir sobre el riesgo real que supone una escalada de conflicto entre las dos principales potencias nucleares del planeta, y denunciar la actuación irracional de sus principales actores. Mañana continuará con Jugando con fuego IV: El preocupante papel de los medios.


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