Michael Roberts •  Opinión •  23/05/2023

La Turquía de Erdogan: ¿el fin de una era?

Turquía celebrará unas elecciones generales muy importantes mañana [el presente artículo se escribió antes de la primera vuelta del 14 de mayo, NdT]. El actual presidente, Recep Tayyip Erdogan, ha estado en el cargo durante más de 20 años. En un país de 86 millones de habitantes, participan más de 50 millones de votantes, de los que 5,3 millones son nuevos votantes jóvenes; incluidos los kurdos que representan alrededor del 18 % de la población y podrían ser decisivos a la hora del resultado.

Por primera vez, Erdogan está en peligro de perder las elecciones. Las últimas encuestas de opinión situaron a la alianza de la oposición ligeramente por delante de la coalición de Erdogan, pero ninguna de ellas parece obtener el 50%, necesario para evitar una segunda vuelta en dos semanas. Las elecciones legislativas, según estas encuestas, tampoco dan a ninguna de las partes una mayoría.

La oposición está compuesta por una alianza de varios partidos dispares liderados por Kemal Kılıçdaroğlu, un funcionario retirado, que ha prometido «restaurar la democracia turca» y mejorar los lazos con Occidente. Kılıçdaroğlu ha liderado el CHP, el partido secularista de Mustafa Kemal Atatürk, el padre fundador de Turquía, desde 2010. En el último minuto, la oposición se vió reforzada por la retirada del candidato independiente Muharrem Ince, cuyos votos probablemente iran a Kılıçdaroğlu.

Turquía es la decimonona mayor economía del mundo y miembro del G20. Durante la primera década de la presidencia de Erdogan, la economía de Turquía se expandió hasta cierto punto, gracias a una gran cantidad de proyectos de infraestructura financiados con préstamos extranjeros. Pero cuando la gente protestó contra muchos de estos proyectos imprudentes, en particular, en las protestas del parque de Gezi en 2013, que duraron varios meses, contra un proyecto urbano planificado en el centro de Estambul, Erdoğan respondió con una violenta represión.

Erdogan cambió la constitución de un sistema parlamentario a uno en el que el presidente tiene más poderes. El deslizamiento hacia el autoritarismo se aceleró después de un intento de golpe de estado en 2016 por parte de sectores del ejército. Erdogan lanzó una amplia purga de los servicios de seguridad y la administración pública, al tiempo que impuso un estado de emergencia que se mantuvo en vigor durante las elecciones dos años después. Desde entonces, ha pasado gran parte de la última década encarcelando a los oponentes, acobardando a los medios de comunicación y cesando a cargos electos y profesores universitarios. Ahora hay más periodistas en prisión que en cualquier otro país del mundo. Selahattin Demirtaş, el exlíder kurdo, ha estado en la cárcel durante siete años acusado de «apoyar al terrorismo» y el alcalde de Estambul, Imamoğlu, miembro de la oposición, se enfrenta a una posible inhabilitación política después de que un tribunal lo condenara en diciembre por «insultar» a los funcionarios electorales.

La corrupción en el gobierno ha aumentado y Turquía ha subido más en la escala de la corrupción bajo Erdogan.

Pero desde la crisis de la pandemia de COVID, las cosas han empeorado para Erdogan. Su apoyo electoral (basado principalmente en votantes rurales con creencias religiosas) ha disminuido: casi todas las principales ciudades están administradas por la oposición. Ahora se enfrenta a una posible derrota en las elecciones presidenciales. La razón principal de su pérdida de apoyo es el estado de la economía turca con una inflación anual cercana al 50%; el estancamiento del crecimiento económico; la ampliación del déficit comercial; la caída de la moneda y una deuda externa en niveles récord.

La situación económica se agravó por el horrendo terremoto que devastó el sur de Turquía en febrero, matando a más de 50.000 personas y desplazando a 3 millones. La gestión del desastre por parte de Erdogan ha sido muy criticada. Al mismo tiempo, la inflación, desbocada bajo la presidencia de Erdoğan, ha perjudicado a todos los hogares. El precio de un kilo de cebollas, vital para la cocina turca, se ha multiplicado por cinco en la ciudad capital de Ankara en los últimos 18 meses.

Erdogan se ha negado a seguir las políticas capitalistas ortodoxas para controlar la inflación, es decir, aumentar las tasas de interés, como la mayoría de los bancos centrales lo han hecho a nivel mundial. Tras describir las tasas de interés como «la madre y el padre de todos los males», ha cesado a varios gobernadores del banco central que adoptaron la política anti-inflación convencional, es decir, el aumento de las tasas. Pero con las tasas de interés mantenidas muy por debajo de la inflación, la lira turca se ha debilitado fuertemente frente al dólar y el euro, por lo que el coste de los préstamos extranjeros a la industria se ha disparado.

El gobierno introdujo cuentas de ahorro especiales en 2021 para reembolsar a los depositantes de los bancos si la lira se debilitaba. Estas cuentas tienen actualmente el equivalente a 102.000 millones de dólares. Por lo tanto, representan una gran carga para el presupuesto del gobierno, obligando al banco central a «imprimir» dinero para financiar el gasto público, aumentando aún más la presión a la baja sobre la lira.

El déficit comercial continúa ampliándose bruscamente a medida que las importaciones pagadas en moneda extranjera han aumentado. El déficit general de la cuenta corriente en relación con el PIB se ha duplicado con creces durante los años de Erdogan.

Y ha habido un aumento masivo en las importaciones especulativas de oro (ahora un tercio de todas las importaciones) para realizar transacciones en el extranjero en lugar de la lira turca. Erdogan ha pedido a la gente que compre oro para evitar el uso de dólares o euros: «Aquellos que guardan dólares o euros debajo de sus colchones deberían convertirlos en Liras u oro». Estas importaciones provienen de Rusia, que está vendiendo oro para su esfuerzo de guerra y para evadir las sanciones.

Aun así, Turquía se ha quedado sin moneda extranjera para pagar sus deudas, recurriendo cada vez más a acuerdos de intercambio (en efecto, préstamos a corto plazo) con naciones amigas del Golfo como los Emiratos Árabes Unidos, a los que Turquía ha pedido prestado dirhams emiratíes a cambio de liras. Pero antes de las elecciones, las reservas netas de divisas de Turquía han caido hasta los 67 mil millones de dólares de déficit.

Los inversores extranjeros están evitando a Turquía como la peste. La propiedad extranjera de bonos del gobierno turco ha caído del 25 % en mayo de 2013 a menos del 1 % en 2023. Del mismo modo, los inversores han retirado más de 7 mil millones de dólares del mercado de valores turco. Los bancos y las empresas de Turquía están ahora en serios problemas. Los pasivos en moneda extranjera de las empresas no financieras de Turquía superan sus activos en divisas en más de 200.000 millones de dólares.

Lo que demuestra la economía turca es que tratar de gestionar la política económica y monetaria en la dirección opuesta a las principales economías capitalistas avanzadas no puede funcionar a menos que se introduzcan controles de capital y la inversión nacional se dirija a través de un plan hacia sectores productivos. En cambio, Erdogan está tratando de tener éxito con una economía capitalista completamente expuesta a los flujos internacionales de capital y basada en la inversión, impulsada por el crédito, en bienes raíces y otros sectores improductivos.

Una medida clave del éxito económico es el crecimiento de la productividad del trabajo. Y cae. La razón es que el crecimiento de la inversión por trabajador en los sectores productivos se ha desacelerado rápidamente. En la primera década del gobierno de Erdogan, hubo un crecimiento de dos dígitos tanto de la inversión como de la productividad. Pero desde el final de la Gran Recesión de 2009, el crecimiento en la segunda década ha sido de menos del 3 % anual de media.

Y detrás de esta desaceleración de la inversión y del crecimiento de la productividad está la fuerte disminución de la rentabilidad del capital turco desde el final de la Gran Recesión.

Fuente: Penn World Tables 10.0

La oposición no está ofreciendo una alternativa socialista a la heterodoxa política económica de Erdogan. El líder de la oposición, Kılıçdaroğlu, declaró al Financial Times el mes pasado que una de sus prioridades sería establecer un banco central independiente para que pudiera desarrollar una política de tipos de interés sin interferencia del gobierno. Eso significaría un fuerte aumento de las tasas de interés con la política convencional y probablemente más austeridad fiscal. Algunos partidarios de la oposición han argumentado que «las tasas de interés podrían tener que aumentar al 30 % para frenar la inflación. Esto maximizaría la inversión extranjera, impulsando el crecimiento económico y aliviando la presión sobre la lira». Pero esto presupone que el aumento de las tasas de interés puede reducir la inflación: es más probable que se produzca una recesión.

Bajo Kılıçdaroğlu habría un giro hacia la Unión Europea y apoyo a la OTAN en Ucrania. El fortalecimiento de las relaciones entre Turquía y la UE ocupa un lugar destacado en su agenda si gana las elecciones presidenciales. La política de la oposición es evidente: una política económica ortodoxa y dependencia del capital extranjero.

¿Pero reaccionaría positivamente el capital extranjero? Turquía tiene enormes necesidades de inversión. El coste de 50.000 millones de dólares de la construcción de nuevas viviendas en las regiones afectadas por los dos terremotos recientes es solo un ejemplo. Hay una profunda pobreza y desigualdad. Desde la pandemia de coronavirus, la tasa de pobreza en Turquía ha alcanzado el 21,3 % de la población, según la encuesta anual del Instituto de Estadística de Turquía, que se acaba de publicar. La tasa de pobreza extrema, definida como la proporción de personas que no pueden pagar al menos cuatro de las necesidades clave, es del 16,6 %. Según los resultados de 2022, el 33,6 % de la población no protegida tenía problemas de calefacción debido al aislamiento y problemas en sus viviendas, como techos con goteras, paredes/pisos/sótanos húmedos, podredumbre en los marcos de las ventanas/suelos, etc.

Según la encuesta, el coeficiente gini de Turquía, una medida estadística utilizada para medir la desigualdad económica, empeoró en 0,015 puntos hasta el 0,41 en 2020, un nivel comparable a los de Brasil, México y Sudáfrica. Es la mayor brecha entre ricos y pobres en once años bajo Erdogan. La relación entre los ingresos del 20 % más rico de la población y el del 20 % más pobre aumentó a 8 en 2020 desde el 7,4 del año anterior. El 20 % más rico recibió el 47,5 % de los ingresos totales, mientras que el quintil más pobre obtuvo solo alrededor del 6 %. En términos de deciles, el 10% superior de la población recibió el 32,5% de los ingresos totales, mientras que la proporción del decil inferior fue del 2,2 %, y la proporción aumentó a 14,6 desde 13 en un año.

El resultado de las elecciones no es seguro. Incluso si Kılıçdaroğlu consiguiera el 50% de los votos y ganara en la primera vuelta, no hay garantías de que Erdogan aceptara el resultado, como ocurrió con Trump en las elecciones de EEUU de 2020. Puede encontrar formas de bloquear el resultado y exigir nuevas elecciones. Eso podría empujar al país a una gran crisis política. Si nadie obtiene el 50 %, se llevaría a cabo una segunda vuelta a finales de mayo.

Michael Roberts 

habitual colaborador de Sin Permiso, es un economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.Fuente:

https://thenextrecession.wordpress.com/2023/05/13/erdogans-turkey-end-of-an-era/Traducción:G. Buster

Fuente: https://sinpermiso.info/textos/la-turquia-de-erdogan-el-fin-de-una-era


Opinión /