María Luisa González •  Opinión •  08/09/2023

Mi viaje a Ítaca, de Kintto Lucas

Una lectura sensitiva

Por María Luisa González *

Libro de fragmentos, construido por pedacitos de la memoria, como necesitando anunciar que, en cada geografía de significativas historias, existen caminantes soñadores de justicia. Desobedientes del sistema, son capaces de poner el cuerpo en la permanencia infinita, que es también la dimensión del dolor de la humanidad de todos los tiempos, de todas latitudes. Fragmentos que se enlazan y finalmente hacen sentidos en un todo “atrapasueños”.

No es un “Confieso que he vivido” como el de Neruda, no es “Mi último suspiro” como el de Buñuel, no hay una Penélope que espera ni un señor Blom que desespera. Hay personajes importantes y personas de una vida sencilla en lugares, que más que islas aisladas, parece ser un conjunto de pequeños y grandes lugares. Como el archipiélago del que habla metafóricamente Eugenio Barba bajo el cobijo de una utopía posible para los sin nombre, los sin tierra, sin semilla para la siembra, sin comida en el plato por siempre ya vacío.

El escritor nos interpela a cada instante, con reflexiones certeras que van del Uruguay, su patria amada y golpeada a Brasil, Argentina, Ecuador su otra patria, acompañado de la música del alma viaja al África el continente de los sacrificios, a medio oriente y las guerras interminables, a la sinrazón abominable de la bomba de Hiroshima. Nos habla de los muros de la vergüenza, de las torres gemelas, de naufragios, y migraciones. Y con la generosidad del saber que tiene su espíritu no nos deja en la desolación, nos trae a hombres y mujeres que alivian la desesperanza y comparte con el lector la sabiduría de la ternura.

Cuánta libertad irreverente con la academia de la lengua, ejerce el autor de este viaje. Porque su libertad en la palabra y en las ideas, es política.  El lenguaje más que la escritura está fuera del best seller, y entonces repite, se repite. Salta y vuela  asegurando así, que las palabras penetren como sensaciones somáticas de la kinestecia a la sensibilidad de la conciencia.

Kinto Lucas, desde el momento en que descubrió las mil y una noches, apenas siendo niño, aprendió de la biblioteca del castigo, más pequeña y solitaria que la biblioteca de Borges, a construirse un mundo de múltiples descubrimientos fuera de la bajada de puntos, en el casillero de conducta de la escuela por un impulso auténtico de justa rebeldía. Desde allí, quizás desarrolló la capacidad de ver la realidad con inteligencia creadora, que es también saberse militante del amor, porque solo el que ama, sueña que lo imposible es posible, y hace preguntas y no es sumiso a la respuesta vaga.

Tal vez la pesadez del cuerpo se hizo liviano porque mover con la mente y pensar con el cuerpo le pone al caminante en el sendero de la historia para contar las otras historias, la de los vencidos, como pide insistentemente Walter  Benjamín.

Mi viaje a Ítaca de Kinto Lucas es una proyección de la historia que pude englobar múltiples historias simultáneas bajo el signo de los derechos olvidados. Acaso habrá que incluir que el derecho a la felicidad y de tener una vida digna no sea la quimera después de la muerte, sino que se ejerza en el aquí y ahora, en todos los rincones de este mundo multicolor poseedor de una riquísima diversidad cultural.

Que en la singularidad de la vida asociativa nos vayamos construyendo cada día, descubriendo, aprendiendo, cada día que caminamos sobre el sendero por el que me fui a volver en la lectura de Mi viaje a Ítaca.

Pero hay una constante en las páginas del libro que sin pretensión banal nos sumerge en la poesía convertida en música y convoca con ello a una relectura pausada, ralentizada, que quizás habíamos cantado muchas veces en coro y a viva voz, y ahora nos permite deleitarnos del texto en cursiva, imaginando los instrumentos y reconociendo la tesitura de la voz de cantantes de todos los estilos y en variados idiomas. Y están otras tantas que no hemos conocido.

Entonces, como ignorantes ávidos de oídos multiplicados vamos corriendo al internet para encontrar como podcast y en ivoox, los 45 episodios de radio que inició en Quito en el 2015, en radio Pichincha universal cada domingo, con el programa “Me voy a volver… con Kinto Lucas”.

Para que nuestra experiencia sensitiva se enriquezca, la música se funde insondable en el cuerpo cósmico del ser. Con la caricia dulce de la luna y la noche,  casi cerrando los ojos, casi bailando en solitario, casi desnudos, cuerpos de piel y huesos fundidos amatoriamente con la música del alma y la escucha. Tan íntegros y tan humanos.

Kinto Lucas es capaz de fluir en la escritura la palabra y la poesía con propuestas para el pensamiento, porque es poseedor de un bagaje cultural amplísimo, que viene no solo de lecturas, sino de su propia experiencia de vida vivida junto a grandes colegas del arte, de la política y de las luchas cotidianas.

Y nos invita a compartir los pliegues narrativos de Cervantes, y otros, muchos otros nombres de importancia que han sido pesquisados en la investigación para los programas radiales, o para las notas periodísticas, seguramente han servido de punto de partida en un tejido entrelazado por los acontecimientos.

Confirmando entonces, que hay una filosofía del arte, y trayendo a Alain Badiou con “la filosofía y el acontecimiento”, quien apunta: “Aquí está el lugar del devenir de las verdades”. El autor del libro que hoy nos convoca, parte desde un lugar que es el ser humano y sus devenires.

Frontal, directo, cuestionador desmorona con datos certeros, las supuestas verdades absolutas que se publicitan en los medios del sistema. Va más allá de la didáctica del conocimiento. Lo suyo es la estética de los saberes, para conmover, con-movernos, al pasar de un lugar a otro nos hace participes de la memoria, la suya, la de otros, la nuestra. Apropiados así de la metafísica del dolor y la alegría, me pongo en compañía de Virginia Wolf, Rosa Luxemburgo, Hannah Arendt, y con Clarice Lispector podríamos decir entonces, “se de muchas cosas que nunca he visto”.

El momento en el que las personas seamos capaces de cuestionar, dudar y poner en tensión las formas estructurales del sistema de la muerte, la precarización de la vida, la desigualdad grosera de la distribución de los bienes de este mundo, la barbarie contemporánea y sus signos de terror, “se produce una semiótica de sentido que se da dentro de las sociedades capitalistas” en palabras de Bolívar Echeverría.

Semiótica de la mirada, es decir la interpretación del que ve, observa con sutil atención y solamente ahí, descubre y produce en su alma abierta al universo, una experiencia significativa de vida que hoy se convierte en lenguaje porque como dice Paul Valery, el lenguaje es nuestro segundo sistema nervioso. Con el leguaje, los lenguajes verbales y no verbales, el ser humano se vuelve solidario, afectivo y combativo.

Kintto Lucas ha hecho de la escritura en este, como en otros de sus tantos libros, un acto de fe en el ser humano y en el lenguaje artístico, poético, político y estético por lo que nos sentimos enriquecidos, conmovidos, cuestionados y por supuesto, agradecidos.

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* Coreógrafa. Ex Directora de la Compañía Nacional de Danza del Ecuador. Presentación del libro Mi viaje a Ítaca en el Centro Cultural Casa Eguez, el 22 de julio de 2023.


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