Por qué la contraofensiva de la OTAN en Ucrania ha sido un fracaso
Para cualquier persona consumidora de medios de comunicación generalistas occidentales, la contraofensiva de primavera-verano lanzada por la OTAN en Ucrania va relativamente bien. Quizá un poco más lenta de lo deseado, pero bien. Eso nos transmiten, aunque a veces a algunos políticos se le disparan los niveles de euforia o los ardores propagandísticos y anuncia que ya se ha recuperado hasta el 50% del territorio ucraniano anexionado por Rusia e incluso más, pero eso es algo muy difícil de asumir sin más por seres pensantes. En general se admite que todo va como se había planeado por los gerifaltes de la OTAN, la UE y los anglos. Pero no es así, basta comprobar los mapas proucranianos que se actualizan a diario, para comprobar que eso es pura desinformación para el público local iletrado y adormecido por decenios de propaganda, como así lo reconocen los estudios académicos anuales de valoración de medios occidentales, que pierden credibilidad año tras año, tras las salvajadas que han perpetrado sin miramientos contra la opinión pública con total impunidad.
Es cierto que el frente se ha movido poco desde el comienzo, el 3 de junio de 2023, de la mal llamada contraofensiva. Pero realmente, en conjunto, las recuperaciones han sido poco más de 200 km2 del lado ucraniano, que incluyen 4 o 5 pequeñas aldeas en todo este tiempo dentro de la llamada «zona gris». Básicamente se encuentran en la cornisa de Vremevsky, en el eje Orejov-Rabotino-Verbove y en las cercanías o los flancos de Artemovsk. Haciendo las cuentas, a este ritmo, la OTAN-Ucrania necesitaría más de 150 años para completar su misión. Y ello sin tener en cuenta los avances rusos, sobre todo en el frente norte, en Lugansk y Jarkov, que superan con mucho las ganancias territoriales de Kiev durante el mismo periodo.
Pero es aún peor. Rusia, en espera de la ofensiva militar más anunciada de la historia, ha preparado hasta 5 líneas defensivas, en una especie de defensa en capas, llamada en honor al general responsable de su desarrollo la «Línea Surovikin». Pues bien, hasta la fecha, ninguna de esas líneas ha sido sobrepasada. Las batallas se han producido en lo que los militares llaman, la zona gris, en tierra de nadie, zonas difíciles de defender, donde Rusia ha colocado elementos pasivos para complicar el avance ucraniano (campos minados, dientes de dragón) o para dirigir esos avances a territorio favorable a las defensas rusas. De momento, las tropas de la OTAN sólo han llegado a acercarse a la primera línea en la zona de Verbove, pero no ha sido traspasada. Imaginad lo que conllevaría atravesar las 5 líneas defensivas, cada una más reforzada que la anterior.
Sólo con pelear en las zonas exteriores de la Línea Surovikin, las Fuerzas Armadas de Ucrania (AFU) han dilapidado la mayor parte de los ejércitos fletados por la OTAN. Ahora han sacado al campo de batalla los cuerpos especiales mejor armados que tenían reservados para el final, los equipados con los hasta ahora invencibles tanques británicos Challengers, Esos batallones eran los que debían llegar al mar de Azov cuando las primeras fuerzas blindadas rompieran las defensas rusas en junio, pero todavía se encuentran a más de 100 km de la costa y sin visos de avances significativos.
Los bailes en la zona gris han sido permanentes, pasos adelante y pasos atrás sucesivos. Así ha funcionado el escenario bélico estos meses: Ucrania mandaba un asalto «de carne», de pura infantería, sobre una posición rusa. El ejército ruso se retira a posiciones seguras y emplea la artillería y la aviación sobre un terreno que tiene absolutamente cuadriculado y georreferenciado. Como son zonas con poca capacidad de refugio, a las pocas horas, los ejércitos ucranianos se retiran a sus posiciones iniciales y la infantería rusa vuelve a ocupar las trincheras. Eso sobre el terreno, porque el papel prensa dará cuenta de los avances ucranianos, pero nunca de sus retrocesos, por lo que se traslada a la opinión pública la falsa sensación de un avance permanente, que es lo que repiten machaconamente la mayoría de las televisiones y periódicos generalistas. Justo esta situación es la que está viene produciéndose, por ejemplo, en Rabotino, donde Ucrania lleva más de un mes entrando y saliendo de una aldea en la que vivían menos de 500 personas, en la que han enviado a la muerte a miles de personas pata tomar poco más de 5 calles. Insisto, basta echar una ojeada a los mapas proucranianos para comprender la evolución de un frente, de más de 1.200 metros de longitud, que no se ha movido ostensiblemente durante los últimos cuatro meses.
Y todas estas idas y venidas y escaramuzas en la zona gris, ¿a costa de qué? Pues aquí sí que coinciden muchos militares ucranianos y occidentales, el coste en vidas humanas está siendo altísimo del lado de Kiev. No obstante, siempre añaden que las bajas son similares por ambas partes. Craso error mal intencionado. Es bien sabido en literatura militar que las bajas de atacantes necesarios para conquistar una defensa fortificada son de tres, o incluso de 4, a uno. Sin embargo, cuando el defensor dispone además de una superioridad aérea abrumadora y de un número de proyectiles artilleros a disposición cifrados en diez a uno, la proporción de víctimas debe ser de alrededor de una baja rusa por cada diez o doce de Ucrania. Se barajan unas 70.000 bajas ucranianas sólo desde el inicio de la contraofensiva, además de las pérdidas de buena parte de los tanques Leopard alemanes, de varios de los Challenger británicos y de muchos Bradley norteamericanos, entre otros. De hecho, al inicio de la ofensiva tuvieron que dar la orden de retirar los blindados de la OTAN porque estaban siendo fulminados de una manera vergonzosa y muy lesiva para los ingresos de la industria armamentística occidental.
El problema para Ucrania es que el mal tiempo se acerca y el campo de batalla se va a volver impracticable a partir del mes de octubre, por lo que habrá que dar por finalizada la ofensiva. Ese será el tiempo de hacer balance definitivo, aunque ya se están escapando artículos y declaraciones, incluso por boca del propio Zelensky, que admitió que el balance no va a ser como el esperado, que no va a tener un final feliz, porque «hemos perdido a mucha gente». De momento están volviendo a decretar una nueva movilización general, ampliando la edad de reclutamiento forzoso (algunos políticos piden que sea a los 16 años), revisando los dictámenes una amplia red de corrupción para comprar exclusiones al ejército por motivos médicos e instando a países aliados europeos a deportar jóvenes en edad militar, algo a lo que se han negado, de momento, países como Alemania y Austria. Todo indica que la escabechina global que se ha producido en Ucrania es de una magnitud que podría llegar al medio millón de personas, que es lo que una diputada irlandesa le espetó a Stoltelberg en sede parlamentaria europea y que no tuvo los arrojos de desmentir, cifra que se correspondería a las aportadas por el operador de telefonía ucraniano MTS que calculó en 400.000 los destinatarios que no volverían a contestar al teléfono por causa de las víctimas de la guerra.
La clave para la consideración de éxito o fracaso estaría en sopesar las pírricas ganancias territoriales y las pérdidas en mano de obra y equipo militar. Si los datos de bajas se ocultan intencionalmente, es posible maquillar el resultado final. Pero lo que no tiene posibilidad de discusión es si se analiza el grado de consecución de los objetivos estratégicos marcados al inicio de la operación y los resultados obtenidos. En efecto, la contraofensiva de la OTAN se realiza para, fundamentalmente, aislar a Crimea de Rusia por el corredor terrestre que pasa por el Donbass, retomar el control del mar de Azov, para luego volar el puente de Kersh y tomar Crimea al asalto. ¿Que se ha logrado en estos meses en este sentido? Nada de nada. Todo lo contrario, se ha gastado el comodín de la OTAN (entrenamiento, dotación, financiación) y se va camino del colapso del ejército ucraniano por simple desplome demográfico.
En pocos meses no habrá de dónde sacar nuevos soldados para reemplazar las miles de bajas semanales que se están produciendo. Los mercenarios extranjeros tampoco pueden suplir ese papel y los candidatos a luchar saben de sobra que no van allí a jugar unas partidas de paintball como pensaban al inicio de la guerra. Como recogió la prensa norteamericana de declaraciones de soldados en el frente, cuando van a la batalla, los soldados saben de sobra que el 90% no volverá jamás, por eso ya solo quieren pelear los neonazis, fuertemente ideologizados, que creen que están defendiendo el IV Reich por la gloria del führer.
De momento, la OTAN, contrariamente a lo defendido por el alto mando ucraniano, ha obligado durante estas semanas a las AFU a entrar con todo sobre un par de puntos. Así prevén alcanzar algún éxito significativo en las pocas semanas operativas que restan antes de las lluvias de otoño y camuflar un estrepitoso fracaso. Simultáneamente, Rusia se está defendiendo con éxito en el sur y el este de Ucrania, mientras ataca en el norte amenazando a Kupiansk con la intención de caer después sobre Slaviansk y Kramatorsk por su flanco mas desprotegido e ir cerrando poco a poco las tareas programadas inicialmente dentro de la operación militar especial. Para parar a Rusia en Jarkov, será necesario sacar fuerzas ucranianas de los ejes principales de batalla y derivarlas al norte, debilitando la poca capacidad ofensiva que le resta. En cualquier caso, siendo benévolos, Kiev, con suerte, podrá lograr algún objetivo táctico, pero jamás ninguno de tipo estratégico. Y nos reiremos, una vez más, cuando hagan el obligado recuento de superficie liberada, de las declaraciones de la «inteligencia británica», de Anthony Blinken o de tantos otros próceres occidentales que afirmaron que ya se había reconquistado la mitad del territorio anexionado por Rusia, cuando no se ha llegado, ni de lejos, al 1%.
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