Andrés Figueroa Cornejo •  Opinión •  21/10/2023

Libro Operación Huracán: Montaje y fracaso del Estado chileno contra la resistencia mapuche

El reciente 12 de octubre, Día de la Resistencia de los Pueblos Originarios, el autor del libro ‘Operación Huracán’, David Cid Aedo, lanzó su texto y testimonio autobiográfico publicado por la Editorial Alquimia (@AlquimiaEd; @alquimiaediciones) en la librería del Fondo de Cultura Económica, en el Paseo Bulnes de Santiago. La obra de tonos periodísticos y escrita a modo de laberinto detectivesco, de acuerdo a David Cid, refiere al «mayor montaje de Carabineros en los últimos años contra el pueblo mapuche en lucha». 
La crónica se concentra en los escandalosos hechos acaecidos durante las administraciones gubernamentales de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera contra las autoridades mapuche de la Coordinadora Arauco Malleco, CAM, que resultaron en un drama tragicómico donde la inteligencia policial y las fiscalías terminaron haciendo un ridículo mayúsculo, aclarándose la falsedad absoluta de los cargos y pruebas con que la institucionalidad pretendió castigar a una de las agrupaciones mapuche en resistencia más relevantes de las últimas décadas. 
David Cid, autor del libro, fue una de las víctimas del montaje y desde su experiencia concreta en el proceso relata uno de los episodios más grotescos de la historia del Estado chileno contra la lucha mapuche por su autonomía y territorio.
El libro fue presentado por el editor Felipe Reyes y el periodista Andrés Figueroa Cornejo. Por su parte, David Cid se dedicó a narrar aspectos registrados en su texto y a responder preguntas del público asistente.
Adelante queda la presentación que hizo Andrés Figueroa de la obra.La Operación Huracán fue un montaje político, policial, judicial, económico y comunicacional que intentó destruir una parte de los liderazgos emblemáticos de la resistencia del pueblo mapuche que lucha consecuentemente por su autonomía y territorio ancestral. En el armado contra los dirigentes del Wallmapu participaron altos funcionarios del Estado chileno, tanto de las policías como del Ministerio Público.

De este modo, a los procesados les inventaron pruebas mediante la manipulación digital de los teléfonos móviles. Unidades especiales de Carabineros y fiscales, y las administraciones políticas de Bachelet y Piñera, fueron la extensión operativa de los intereses de la industria del saqueo, los grandes grupos capitalistas y los terratenientes.

David Cid Aedo escribe: «Como autor, comprometido y acusado falsamente en este montaje, expongo aquí, con rabia, a modo de catarsis y reacción, al ver que este caso se ha enredado y dilatado con bríos de impunidad. Desde una visión muy personal, en un tono de denuncia y testimonio autobiográfico que ayudan a desenmascarar una mentira más de agentes que en nombre del Estado y la institucionalidad violan los derechos fundamentales del ser humano».

Estos días volvemos a presenciar el accionar del Estado chileno sin pruebas ni consistencia jurídica sobre los prisioneros políticos mapuche de la Coordinadora Arauco Malleco, cautivos en la cárcel de Biobío. Ni a observadores internacionales ni a familiares directos de los acusados les fue permitido ingresar a la sala del tribunal que, nuevamente, intenta desintegrar liderazgos mapuche a como dé lugar. Mientras más farsante e infundado es el proceso, más grilletes infames ponen a los comuneros incriminados. 

“La perfección de los medios de producción provoca fatalmente el camuflaje de las técnicas de explotación de la humanidad, y por consiguiente, de las formas de racismo”, sentencia Franzt Fanon, autor de Los condenados de la tierra. En la situación de la remota resistencia mapuche, ¿se combina el cepo colonial con los dispositivos tecnológicos de las guerras imperialistas de última generación? ¿Se agrega la bala teledirigida de origen gringo, sudafricano o israelí a la vieja descuartización a cuerda cruda de las extremidades del originario que se rebela de la esclavitud del europeo? ¿Conviven las fuerzas destructivas del sistema de opresión de antes con las de ahora?

¿Qué hay tras la noche de un pueblo que resiste y acaricia como a un hijo su independencia? Siempre la independencia es emancipación de un poder aparentemente mayor. Y siempre tiene un tiempo y un sitio. La libertad como la opresión, requieren de un cuerpo concreto, territorial e histórico, a través del cual recorrer su combate.

Ahora bien, y por si la peste del olvido vaga entre nosotros, el Estado capitalista chileno es autoritario, conservador, patriarcal, racista, semi-colonial, periferia internacional corrupta, oligarquía dependiente, copia de copias, incestuoso, renegado de su mestizaje. Un Estado y conjunto de relaciones sociales que se expresa en sus altos mandos institucionales, primero españolizados, luego afrancesados y británicos, hoy estadounidenses. Como desde su fundación aristócrata, un Estado habituado a resolver las contradicciones sociales con los argumentos de la fuerza y la muerte. La Operación Huracán es un ejemplo del artificio impostado de una minoría dominante sobre un pueblo originario que, en su reciprocidad amorosa con la naturaleza, ofrece una alternativa a la crisis climática en curso, al pillaje sobre los bienes comunes, al armamentismo nuclear, a la eventualidad de una conflagración mundial de resultados definitivos. 
Y la justificación doctrinaria del sometimiento capitalista y la colonialidad está en el supremacismo. De clase antes que todo; esa condición respecto de la propiedad privada del capital que contiene inmediatamente las opresiones étnicas y de género, políticas y militares, religiosas y culturales. 
El alto mando de la sociedad chilena, ahogado en su mistificación, necesita para sobrevivir considerarse destinado a liquidar al otro en nombre del progreso. A reducir hasta su extinción a ese cuya piel, cosmovisión y lengua disienten del orden y la modernidad destructiva, lineal, repetida, mecánica, que demanda la ganancia privada, esa riqueza expropiada a la humanidad y que proviene de la esclavitud asalariada y la expoliación de la naturaleza.
Entonces el supremacismo que ratifica su finalidad de lucro en cada uno de sus pasos, se envuelve con la ideología y la falsa conciencia de la modernidad capitalista: o lo que es igual, con el destino civilizador de la burguesía. Todo aquello que no rima con la mascarada liberal -esa blanca y patriarcal y occidental y Estado israelí asesinando niños palestinos-, pues se vuelve objetivo en la mira, costo de producción, otredad exótica, barbarie, fuerza de trabajo viva para exprimir hasta que sea un puro deshecho. 
Entre la constelación de los pueblos, el mapuche brilla por su consistencia mineral y rebelde. Y aquí decir mapuche significa pueblo despierto que lucha por sus derechos y emancipación. En cambio, el mapuche colonizado o traidor o asimilado, sólo es masa funcional del enemigo.
Es cierto. La modernidad del capital todavía hegemoniza con su promesa de progreso infinito. Y, claro, el progreso se deletrea en el proyecto del progresismo y sus articuladores operativos, los progresistas. Tan progresista como la actual administración de La Moneda y su práctica ecocida en el altar del crecimiento y el desarrollo de la minoría que ordena. Más allá del relato verde de la propaganda oficial y los funcionarios de la desertificación, el monocultivo, la crisis hídrica, la tierra muerta y el bosque degollado; el progreso no puede ser un ‘ir hacia adelante’, cuando delante hay sólo una fosa común para los pueblos. Al decir de Walter Benjamin, las fuerzas de la liberación humana tienen la tarea de ser el freno a una idea de progreso que ofrece únicamente pesadillas.
El libro «Operación Huracán», también trata del progresismo capitalista. El Estado chileno permanentemente, y muy sumiso al viejo manual de la doctrina de seguridad interior del Estado y el enemigo interno, y a la remasterizada versión de la Doctrina Monroe, deshumaniza al pueblo mapuche que resiste, lo convierte mediáticamente en terrorista, narcotraficante, en fin, en un peligro para la seguridad pública. El mensaje del poder no es específico, no puede ser específico ni fundado racionalmente, sino que apela al miedo de la población. El mensaje busca gatillar los temores más primigenios del ser humano, fetichizando y fijando en el mapuche que lucha -como si fuera un objeto-, la suma de todos los males. Y al situar al pueblo mapuche en resistencia en el lugar de la perversión, la subnormalidad, la flojera, la borrachera, la invalidez, el crimen organizado y de aquello que se oculta en la noche, amenazante; entonces se cumple la condición social que necesita el poder para legitimar el castigo impune.
Hace apenas unos días, durante la marcha que conmemoró en Santiago el Día de los Pueblos Originarios, la policía militarizada, con la anuencia de la administración del Estado, desató sus potencias represivas sobre niños y ancianos sin mediar razones, ni proporcionalidad, ni sentido. La actividad autorizada fue desintegrada a golpe de coches blindados, líquidos con químicos que envenenan y gases antimotines. El silencio de los inquilinos de La Moneda fue su más sonora brutalidad y complicidad.
El libro «Operación Huracán» consiste, además, en un grito que alerta y enseña a los oprimidos sobre los recursos técnicos que ahora mismo aplica el poder. Es un testimonio que describe, enseñando a las clases y grupos sociales oprimidos los artefactos que en la actualidad impone el opresor para tratar de doblegar y ejecutar al disidente y su justa rebeldía.
Carlos Cid Aedo nos regala un escudo, una manera de defendernos, una denuncia eficaz para los propósitos estratégicos de la emancipación del género humano.


Opinión /