La antigua Nakba y la nueva Nakba
Es totalmente erróneo afirmar que el actual intento israelí de desplazar a todos o a muchos refugiados palestinos de Gaza al Sinaí es una idea nueva, obligada por las circunstancias recientes. El desplazamiento de palestinos o, como se conoce en el léxico político israelí, el “traslado”, es una idea antigua, tan antigua como el propio Israel.
De hecho, históricamente el “traslado” de población ha sido más que una idea una política gubernamental real, con mecanismos claros. Yosef Weitz, director del Departamento de Tierras y Forestación, fue el encargado de crear el Comité de Traslados en mayo de 1948 para supervisar la expulsión de los árabes palestinos de sus ciudades y pueblos.
Es decir, cuando Israel estaba concluyendo la fase inicial de limpieza étnica inició otra fase, la del “traslado”, cuyos resultados son bien conocidos.
Pero incluso muchos de los llamados intelectuales liberales de Israel han promovido y siguen promoviendo la idea, ya sea de forma proactiva o retroactiva. «No creo que las expulsiones de 1948 fueran crímenes de guerra», declaró el historiador israelí Benny Morris en una entrevista con
[el diario israelí]
Haaretz en 2004. «Creo que él [el padre fundador de Israel, David Ben-Gurion] cometió un grave error histórico en 1948 (…) Si ya estaba comprometido con la expulsión, quizá debería haber hecho el trabajo completo. (…) No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. Hay que ensuciarse las manos».
Morris estaba refiriéndose específicamente a la Nakba, que comenzó en serio en diciembre de 1947 y no concluyó hasta 1949. Luego la limpieza étnica adoptó una forma distinta, una campaña más lenta dirigida a reorganizar el mapa demográfico del recién fundado Israel para favorecer a los judíos israelíes a costa de los árabes palestinos.
Bajo distintos pretextos, se pusieron en marcha diversas campañas destinadas a las comunidades árabes palestinas que permanecieron en Israel después de la Nakba. Aunque ni una sola comunidad había sobrevivido a la embestida demográfica del gobierno israelí, los beduinos palestinos sufrieron la mayor parte de los desplazamientos, una campaña que continúa en la actualidad.
Las expulsiones masivas se reanudaron tras la guerra de junio de 1967. Alrededor de 430.000 fueron desplazados a la fuerza, especialmente de zonas que habían sido originalmente ocupadas en 1948. A lo largo de los años, y hasta llegar al presente, cientos de miles de colonos judíos israelíes han ocupado el lugar de los palestinos desplazados, reclamando sus tierras, casas y huertos como propios.
De hecho, la lenta limpieza étnica de Cisjordania se considera el epicentro del colonialismo israelí en curso en la Palestina Ocupada. Y, desde la perspectiva del derecho internacional, es uno de sus mayores crímenes de guerra, pues representa una flagrante violación de las normas internacionales, especialmente del Cuarto Convenio de Ginebra: “La potencia ocupante no deportará ni transferirá parte de su propia población civil al territorio que ocupa”, afirma el artículo 49 del citado convenio. También prohíbe “los traslados forzosos individuales o en masa, así como la deportación de las personas protegidas de los territorios ocupados”.
Afirmar que el reciente llamamiento a la expulsión masiva de palestinos de Gaza es un acontecimiento nuevo, obligado por el violento episodio del 7 de octubre, y el posterior genocidio en Gaza, es inexacto y deshonesto.
Esta afirmación ignora el hecho de que Israel, como proyecto colonial de colonos, se fundó sobre el concepto de limpieza étnica, y que los políticos israelíes nunca dejaron de hablar de desplazar masivamente a los palestinos, incluso en circunstancias supuestamente «normales».
En 2014, por ejemplo, el entonces ministro de asuntos exteriores Avigdor Lieberman trató de renombrar la antigua estrategia de “traslados”, por medio de un nuevo lenguaje poco inteligente: “Cuando hablo de intercambio de tierras y de población, me refiero al Pequeño Triángulo” y Wadi Ara”, dijo Lieberman en un comunicado, refiriéndose a las regiones predominantemente árabes del centro y norte de Israel, insistiendo en que «no se trata de un traslado».
Este contexto es fundamental si queremos entender realmente la historia que se esconde tras el entusiasta retorno al lenguaje de la limpieza étnica. El 11 de noviembre, Avi Dichter, ministro de Agricultura de Israel y ex jefe de la agencia de espionaje Shin Bet, pidió específicamente otra Nakba. «Estamos preparando la Nakba de Gaza», dijo Dichter en una entrevista televisiva.
De la declaración del ministro israelí podemos extraer fácilmente la siguiente información: los israelíes están muy familiarizados con el término «Nakba», es decir, lo que le ocurrió al pueblo palestino hace 75 años -la limpieza étnica y el genocidio- y siguen sin arrepentirse.
Sin embargo, no se trata de una declaración hecha con ira. Un informe gubernamental filtrado, fechado el 13 de octubre, seis días después de iniciada la guerra, sugería el traslado masivo de la población de Gaza al desierto del Sinaí.
Cuatro días después, el 17 de octubre, el laboratorio de ideas israelí «Misgav Institute for National Security & Zionist Strategy», publicó un documento en el que pedía al gobierno israelí que aprovechara esta «oportunidad única y poco frecuente de evacuar toda la Franja de Gaza».
No tiene mucho sentido suponer que informes tan amplios se hayan elaborado en cuestión de días. De hecho, hacen falta años de planificación y debates para preparar planes tan complejos de modo que merezcan la consideración oficial.
Esta no es la única prueba de que el desplazamiento de palestinos en Gaza no era una estrategia urgente impulsada por los últimos acontecimientos, ya que los palestinos de Cisjordania, que no participaron en la operación del 7 de octubre, también se vieron bajo la amenaza de expulsión. Esto llevó al primer ministro jordano, Bisher Khasawneh, a declarar el 7 de noviembre que Ammán considera cualquier intento de desplazar a los palestinos una «línea roja», de hecho, una «declaración de guerra».
Aunque la presión árabe e internacional no ha logrado, hasta ahora, frenar la maquinaria de muerte israelí en Gaza, los países árabes se pronunciaron firmemente en contra de cualquier intento israelí de desplazar a los palestinos.
Por ahora, la mayoría de los 2,3 millones de habitantes de Gaza, en su mayoría refugiados de la Palestina histórica, se encuentran desplazados internamente dentro de ese minúsculo trozo de tierra, sin agua, alimentos, electricidad… de hecho, sin la vida misma. Pero se mantienen firmes y no permitirán que se produzca otra Nakba, cueste lo que cueste.
La «Nakba de Gaza» debe ser rechazada, no sólo con palabras, sino mediante una acción árabe e internacional sólida, con el fin de impedir que Israel aproveche la guerra para expulsar a los palestinos de su patria, una vez más. También se debe trabajar para que Israel rinda cuentas por sus crímenes de guerra, pasados y presentes, empezando por la Nakba original de 1948.
Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros. El último es «These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons» (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
Fuente: https://www.counterpunch.org/2023/11/27/the-old-and-new-nakba/
*Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.