Cuando tener trabajo no es sinónimo de ganarse la vida
La semana pasada diversos medios de comunicación se hicieron eco de una noticia a raíz de un informe de la ONG Save The Children. La noticia en cuestión decía que “Más de la mitad de las familias en situación de pobreza en España tienen a los dos padres trabajando” La noticia no iba más allá de explicar la situación de una muestra significativa de menores, pero sin profundizar en las causas que originan esta situación.
Lógicamente, no podemos ser ilusos y creer que en un sistema económico que se basa en que quienes producen la riqueza son los que menos opción tienen de disfrutar del fruto de su trabajo esto puede revertirse. El capital, a fin de extraer constantemente una mayor tasa de plusvalía, y por lo tanto de beneficio para sus bolsillos, tiene todo un sistema ideológico y político montado a su alrededor.
En todo este entramado nos encontramos con las distintas realidades laborales que sufre la clase trabajadora a lo largo del estado español. Pese a que constantemente se alaba el aumento de la contratación indefinida, en los términos que esta se hace posibilita que noticias como la mencionada al principio sea una realidad.
Una persona trabajadora con un contrato fijo-discontinuo (contrato estrella en la última reforma laboral) que trabaja un mes al año y se pasa otros once en desempleado, es un trabajador con empleo a nivel estadístico. No hace falta conocer muy a fondo el mercado laboral para saber que este tipo de contrataciones se compaginan con otras, generalmente de forma temporal por circunstancias de la producción, para poder subsistir. Llegado el caso, si la persona decide dejar voluntariamente el trabajo fijo-discontinuo, aunque lleve diez meses sin trabajar, perdería la opción de cobrar la cotización por desempleo generada.
Sin ir más lejos, la persona que escribe este artículo conoce la situación de una trabajadora que fue contratada por una empresa como azafata de eventos para cubrir a una amiga, le hicieron un contrato fijo-discontinuo para trabajar únicamente ese día, y después de más de un año sin trabajar solicitó a la empresa que no contaran más con ella. Tenía otros dos empleos temporales para poder pagar sus estudios y cuando estos finalizaron y solicito la prestación al SEPE, la respuesta fue que no tenía derecho por haber tenido una baja voluntaria en una de las empresas. Por un día cotizado en este tipo de contrato había perdido la prestación correspondiente a algo más de trescientos días.
Una persona trabajadora con un contrato parcial por circunstancias de la producción que trabaja cuatro horas a la semana es una persona con empleo a nivel estadístico. Este contrato decía que en unos casos el máximo sería de noventa días al año lo que podría utilizar la empresa para el total de las personas trabajadoras y en otros no podría ser de duración mayor a seis meses salvo que el convenio lo ampliara a un año, que supuestamente acabaría con la temporalidad y que favorecía la flexibilidad de las empresas. Lo único cierto ha sido lo último, puesto que la contratación temporal se sigue manteniendo alegando un incremento en la actividad habitual de la empresa que genera desajustes entre el empleo estable disponible y el que se necesita. Un contrato que permite la contratación por horas, lo que favorece únicamente a las empresas, que pueden disponer de trabajadores y trabajadoras durante cortos periodos de tiempo que permite que mantengan sus beneficios mientras no palia en nada la situación de necesidad de la clase trabajadora.
Una persona trabajadora, contratada a jornada completa, pero que cobra el SMI, es una persona con empleo. Pero ese trabajador o trabajadora tiene que hacer frente a un alquiler medio de 700€ mensuales en un piso de 60m2, a lo que hay que sumarle los gastos de luz y calefacción que difícilmente será de menos de 150€ en los meses de invierno, lo que deja a esa persona con 230€ para comida, gasolina, ropa, teléfono/internet, etc.
Dentro del capitalismo tener empleo no es sinónimo de tener buenas condiciones de vida. El capital encarece constantemente las condiciones de vida, lo que va excluyendo a capas de la población de determinados bienes y servicios, llegando incluso a privar a capas de la clase trabajadora de cuestiones básicas para sobrevivir y tiene que ser el Estado quien se haga cargo de cubrir estas necesidades. El Estado es mantenido por la propia clase trabajadora mediante impuestos directos o indirectos, por lo que la burguesía, además de mantener los salarios por debajo de los incrementos de los precios -lo que hace que extraigan una mayor tasa de plusvalía- ve como los beneficios aumentan.
Las rentas del capital aumentan mientras que las rentas del trabajo se mantienen. Los beneficios de la burguesía siguen al alza mientras que cada vez más capas de la clase trabajadora pasan a estar en situación de pobreza. El capitalismo funciona, pero para la clase dominante, por lo que nada nos queda a los trabajadores y trabajadoras dentro de este sistema, por mucho que se empeñe la socialdemocracia en maquillarlo.
Los trabajadores y trabajadoras sólo tendremos unas condiciones óptimas de vida bajo un modelo económico que no priorice las necesidades del mercado, sino las de las familias de quienes producen la riqueza. El futuro de las familias trabajadoras sólo podrá garantizarse bajo el socialismo.
*Iván Pastrián Palacios. Miembro del CC del PCE y del sindicato de enseñanza de CCOO de León