¿Por qué no se castiga a Israel y sí a Cuba?
Traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus.
Algunos creen y a otros les gusta proclamar que la política internacional se basa en valores y buenas intenciones. El trato que reciben Israel y Cuba destruye completamente esa creencia.
¿Dónde está la lógica? Cuba, un país que no hace daño a nadie y envía más médicos a todo el mundo que la Organización Mundial de la Salud, ha sido duramente sancionado durante más de 60 años.
En cambio, el Estado de apartheid de Israel está perpetrando un genocidio ante nuestros ojos y, sin embargo, no se le impone sanción económica ninguna. Al contrario, recibe miles de millones de dólares en ayuda y muchísimo armamento pesado para efectuar esas masacres.
¿Cuáles son las razones de este doble escándalo?
Castigar los ejemplos
A pesar de su carácter ilegal, el bloqueo económico, comercial y financiero de Cuba ha sido el eje central de la política estadounidense hacia la isla desde la victoria de la Revolución, en 1959. Esta política es lo que Chomsky describe como “la obsesión histérica de Washington por aplastar a Cuba”.
Hay varias razones para esta obsesión. A finales del siglo XIX, Cuba se incorporó como neocolonia a Estados Unidos, que desde entonces controló partes importantes de la economía cubana y no quería perder ese control.
Pero, sobre todo, era inaceptable que un país situado a apenas 180 km de Estados Unidos tomara un rumbo progresista. Además, esto podría animar a otros países a seguir su ejemplo. Por tanto, había que cortar de raíz esta revolución.
Según un memorando de 1960 del Departamento de Estado, “se debían utilizar inmediatamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba”. El objetivo era “reducir los salarios, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.
Poco después, la Administración Eisenhower impuso un embargo que más tarde se convertiría en un bloqueo económico (además de presionar a terceros países para que cesaran sus relaciones económicas con Cuba). El primer objetivo de las sanciones económicas era acabar con la Revolución y, si eso fracasaba, dañar al país todo lo posible para que el socialismo cubano no fuera un ejemplo para otros países.
Y ese ejemplo no solo se aplica a América Latina, sino también al propio Estados Unidos. Una cuarta parte de los ciudadanos estadounidenses afirman que ellos o un miembro de su familia pospone el tratamiento de una enfermedad grave debido al coste. Estudiar está reservado solo a los más pudientes o a los estudiantes dispuestos a endeudarse mucho.
En Cuba esas situaciones son impensables; allí, estar enfermo o estudiar no es un lujo. El poder adquisitivo es mucho menor que en Estados Unidos, pero la sanidad y la educación son gratuitas. Un negro residente en Estados Unidos muere de media seis años antes que un cubano1 y la mortalidad infantil en Cuba es inferior a la del “país de la libertad”.
Por ensayo y error, Cuba ha logrado construir un proyecto de sociedad diferente que no se centra en el beneficio, sino en el desarrollo social, intelectual y cultural de su pueblo. A pesar de las severas sanciones económicas, Cuba se sitúa en torno a la media de la OCDE, el club de los países ricos, en términos de esperanza de vida, mortalidad infantil, niveles de educación, etc.
Cuba alcanza esa elevada puntuación social con una renta per cápita ocho veces inferior a la de Estados Unidos. Si Cuba es capaz de lograr tanto con tan pocos recursos y a pesar del bloqueo, ¿de qué no sería capaz Estados Unidos?
Actualmente, 30 000 trabajadores sanitarios cubanos llevan a cabo su labor en 66 países, entre ellos Italia. En los últimos 60 años, los médicos cubanos han tratado a 2 000 millones de personas en todo el mundo. Si Estados Unidos y Europa hicieran el mismo esfuerzo que Cuba, juntos enviarían a más de dos millones de médicos al mundo y la escasez de personal sanitario en el Sur se solucionaría de la noche a la mañana.
El bloqueo económico más largo y extenso de la historia
¿También por eso está Cuba tan en el punto de mira? De cualquier forma, el propio Gobierno de Estados unidos declara que el bloqueo contra Cuba es “una de las sanciones más exhaustivas de Estados Unidos contra cualquier país”. El objetivo es aislar económicamente a la isla lo más posible del resto del mundo y perjudicarla así al máximo.
Con Trump, ese aislamiento se intensificó hasta niveles sin precedentes con 243 nuevas y duras sanciones y la inclusión de Cuba en la lista estadounidense de Estados patrocinadores del terrorismo (SSOT), lo que excluye a Cuba de las transacciones bancarias internacionales y dificulta cada vez más la compra de artículos de primera necesidad como combustible, alimentos, medicinas y productos de higiene.
Biden ha mantenido bastante íntegras esas sanciones reforzadas, con consecuencias desastrosas. Como resultado, ahora hay una escasez de alimentos, medicinas y energía. Durante la pandemia, Estados Unidos incluso impidió que se suministraran respiradores a Cuba en un momento en que el país los necesitaba urgentemente, lo que provocó muchas muertes. Según la convención de la ONU (artículo II, b y c), se puede calificar el bloqueo de genocidio.
El carácter extraterritorial del bloqueo hace imposible o arriesgado para las empresas o instituciones financieras europeas establecer relaciones económicas con Cuba. Se trata de una violación flagrante del derecho internacional y un ataque a la soberanía europea. Pero la Unión Europea se somete a esta esclavitud y se hace así cómplice del régimen de sanciones estadounidense.
En noviembre del año pasado, la Asamblea General de la ONU condenó por abrumadora mayoría el bloqueo estadounidense contra Cuba por trigésimo año consecutivo. Votaron a favor 185 países. El único país que junto con Estados Unidos se negó a condenar el bloqueo fue… Israel.
Por ello, es interesante examinar ese país y su relación con Estados Unidos.
Una de las campañas militares más destructivas de la historia
Mientras Cuba lleva más de 60 años en el punto de mira de Estados Unidos y sufre el bloqueo económico más prolongado de la historia, el Estado judío puede permitirse casi cualquier cosa.
Según los expertos, la campaña militar en Gaza es “una de las más mortíferas y destructivas de la historia reciente”. Se mata a civiles y se arrasan barrios enteros a una escala que se podría calificar de industrial y se hace con la ayuda de tecnología punta, incluida la inteligencia artificial.
En poco más de cuatro meses, han muerto más niños en Gaza que en cuatro años de guerras en todo el mundo. Cifras similares se contabilizan respecto a la cantidad de periodistas asesinados.
Además de estos destructivos “bombardeos de saturación”, Israel está matando deliberadamente de hambre a la población civil palestina, según un alto experto de la ONU. Oficialmente, el objetivo es eliminar a Hamás, pero la ferocidad y la crueldad de la operación delatan que es una excusa para hacer inhabitable la zona y deportar completamente a la población.
Sin la resistencia egipcia y la presión internacional, la población de la Franja de Gaza podría haber sido expulsada al desierto del Sinaí.
En enero, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya dictaminó que, en cualquier caso, existen pruebas suficientes para investigar a Israel por cargos de genocidio. Para Francesca Albanese, relatora especial de la ONU sobre los derechos humanos en los territorios ocupados, “se ha cruzado el umbral que indica la comisión del delito de genocidio”.
Racismo y militarismo
Esta matanza masiva no es un exceso, sino el vástago y tal vez la culminación del antiguo sueño sionista de gobernar la región desde “el mar hasta el Jordán”, como figura en los estatutos del partido de Netanyahu. Este sueño sionista solo puede realizarse sobre la base del racismo y el militarismo.
Con razón, Israel ha sido calificado como “el Estado más racista del mundo”. La creación del Estado judío en 1948 vino acompañada de una matanza masiva y una limpieza étnica de aproximadamente la mitad de la población palestina. A partir de entonces, el Estado israelí se esforzó por tener el menor número posible de personas palestinas en el mayor territorio anexionado posible.
Con la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel cuadruplicó su territorio y a partir de entonces comenzó la colonización activa de Cisjordania, donde la población palestina sufre humillaciones, vejaciones y privaciones. Miles de palestinos, incluidos niños, han sido secuestrados y recluidos durante años sin juicio en las cárceles de Israel.
Pero eso no es nada comparado con Gaza. Su población está sometida a un bloqueo total desde 2007. La Franja de Gaza se convirtió nada más ni nada menos que en un campo de concentración. No en vano, Amnistía Internacional calificó a Israel de un Estado de apartheid.
Israel también es probablemente el Estado más militarista del mundo. Después de Catar, Israel es el país que más gasta per cápita en producción bélica. La sociedad civil está completamente impregnada de soldados e instalaciones militares.
Con el servicio militar completo para todos los hombres y mujeres, y el servicio de reserva para toda la población judía hasta que cumplen 40 años, las y los judíos israelíes alternan constantemente entre el papel de civil y el de soldado, y la línea divisoria entre ambos se va borrando.
La industria militar es una de las más avanzadas del mundo. Su éxito se basa en dos cosas. En primer lugar, en el servicio militar obligatorio, que selecciona a las mejores mentes científicas y tecnológicas para las unidades de investigación y desarrollo de defensa.
En segundo lugar, en la política de colonización y las guerras militares regulares contra Gaza. La población palestina es un campo de entrenamiento excelente para la industria de la seguridad. Se prueban con ella los últimos artilugios de seguridad o las técnicas de ataque más recientes. En otras palabras, es armamento “probado en combate”. Las guerras en Gaza son excelentes “ejercicios prácticos” para las últimas armas y drones del complejo militar industrial israelí.
Israel cuenta en la actualidad con unas 600 empresas que exportan tecnologías y servicios de seguridad. Anualmente, exportan armas por más de 12 000 millones de dólares (lo que equivale al 2.6% del PIB). El historial de esas entregas de armas hiela la sangre.
Israel vendió armas al Gobierno sudafricano del apartheid en 1975 e incluso accedió a suministrar cabezas nucleares. Se suministró napalm y otras armas a El Salvador durante las guerras contra la insurgencia entre 1980-1992, que mataron a más de 75 000 civiles (de una población de cinco millones).
Durante el genocidio de Ruanda, en el que murieron al menos 800 000 personas, se utilizaron balas, rifles y granadas israelíes. Y en septiembre de 2023, Israel entregó drones, cohetes y morteros a Azerbaiyán para su campaña para retomar Nagorno-Karabaj y desplazar a 100 000 armenios.
No es solo una cuestión de exportación de armas. Desde sus inicios, Israel ha apoyado a toda una serie de regímenes de derecha y dictaduras militares.
El ejército israelí puso su experiencia y conocimientos acumulados a disposición de los regímenes más brutales de la época: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela.
La participación más sangrienta se produjo en Guatemala. Israel participó entre bastidores en una de las campañas contrarrevolucionarias más violentas que ha vivido el hemisferio occidental desde la conquista. Más de 200 000 personas, en su mayoría indígenas, murieron en el proceso.
Durante la guerra civil en Siria, Israel colaboró con combatientes yihadistas tanto de Al Qaeda como del EI. Entre otras cosas, podían contar con tratamiento médico en Israel.
¿Por qué amigos tan íntimos?
Basándose en todo ese desprestigio, cabría esperar que Estados Unidos y Occidente trataran a ese país como un Estado paria. Pero, en realidad, hacen todo lo contrario. Desde su creación, Israel ha sido el mayor receptor de ayuda exterior estadounidense. En total, ha recibido unos 300 000 millones de dólares en ayuda económica y militar.
En 1989, Estados Unidos concedió a Israel el estatus de “principal aliado no perteneciente a la OTAN”, lo que le dio acceso a amplios sistemas de armamento. Israel fue el primer país en recibir aviones de combate F-35 de fabricación estadounidense, los más avanzados del mundo. Estados Unidos también ayudó a financiar y producir la Cúpula de Hierro, el sistema de defensa antimisiles de Israel.
En cualquier caso, el apoyo extremadamente generoso de Washington ha convertido a Israel en la potencia militar más fuerte de la región, sin duda alguna. Ni siquiera el genocidio y un crimen de guerra tras otro detienen la llegada de dinero. Por el contrario, en la guerra contra Gaza la Casa Blanca aprobó un paquete de ayuda masiva por valor de 14 500 millones de dólares.
Si Estados Unidos ejerce algún tipo de presión política sobre Israel, por ejemplo, para que permita más ayuda humanitaria, es solo por motivos puramente electorales de Biden y para salvar la cara, en la medida de lo posible, ante la opinión pública mundial.
Los lazos con Europa también son sólidos. Israel tiene un acuerdo de asociación económica con la Unión Europea, que también es su mayor socio comercial. La colaboración científica es intensa. Horizonte Europa es el principal programa de financiación de la Unión Europea para investigación e innovación en Israel, con un presupuesto de 95 500 millones de euros para un periodo de siete años.
Después de todo, Europa también es un importante suministrador de armas a Israel. Casi una cuarta parte de todas las armas importadas por el Estado judío proceden de Alemania e Italia. Tras la guerra de Suez, de 1956, Francia proporcionó asistencia nuclear a Israel, lo que le permitió convertirse en una potencia nuclear.
Tras el asesinato de 224 trabajadores humanitarios, al menos 93 periodistas, más de 13 000 niños de y 8 400 mujeres, y la inanición de más de dos millones de civiles, sigue ausente algún tipo de señal de sanciones por parte de Europa. ¿Qué otras atrocidades tendrá que cometer Israel para que Europa tome medidas?
Mucho ruido y pocas nueces desde Europa. Siguen saliendo armas desde los puertos europeos hacia Israel y el Estado sionista puede participar en el festival Eurovisión sin problema alguno.
Se plantea entonces la cuestión de por qué Estados Unidos y Occidente continúan apoyando incondicionalmente un régimen terrorista. La razón principal no hay que buscarla muy lejos y tiene que ver con la ubicación altamente estratégica del Estado judío. Israel está situado en Oriente Medio, región donde se encuentra el 48% de las reservas de petróleo y el 40% de las de gas.
Esa región también conecta Europa con Asia y es crucial para el comercio internacional. Alrededor del 30% de todos los contenedores marítimos del mundo pasan por el cercano Canal de Suez. La región también es crucial para las Nuevas Rutas de la Seda de China o su homólogo, el llamado corredor económico India-Medio Oriente Europa (IMEC).
Se puede considerar a Israel una base militar avanzada de Estados Unidos dotada de un socio muy fiable, que ayuda a mantener bajo control esta región tan estratégica. Recientemente, Robert F. Kennedy Jr., sobrino del presidente John F. Kennedy, lo expresó con agudeza: “Israel (…) es casi como tener un portaaviones en Oriente Medio”.
Israel hace de policía de la región. Desde su creación, Israel ha librado con éxito varias guerras contra los Estados árabes vecinos. El ejército israelí realiza regularmente incursiones o ataques contra países o grupos no afines a Occidente: Siria, Irak, Líbano e Irán.
En el pasado, Washington podía confiar en otros tres aliados (Irán, Arabia Saudita y Turquía) para su agenda geopolítica en la región. Desde 1979, ha perdido el apoyo de Irán, y en los últimos años Arabia Saudita y también Turquía han seguido una trayectoria cada vez más independiente.
Esto deja a Israel como el único e insustituible aliado que queda en esa región fundamental. Hay que recordar que Israel es también el único país que tiene armas nucleares en Oriente Medio. Eso explica por qué el Estado judío puede permitirse casi cualquier cosa y actuar con casi total impunidad.
Farsa
Si hemos de creer a los líderes occidentales, sus políticas se basan en valores y buenas intenciones.
En sus propias palabras, Biden basa sus relaciones exteriores en “defender los derechos universales, respetar el Estado de derecho y tratar a todos con dignidad”. El Tratado de la Unión Europea afirma que la Unión se basa en valores como “el respeto de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el estado de derecho y el respeto de los derechos humanos”.
A la luz de cómo tratan Estados Unidos y Europa a Israel y Cuba, esto es una farsa. El llamado “orden internacional basado en normas” es una cortina de humo para ocultar la realidad: puros intereses económicos y geoestratégicos.
El primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, no se anda con rodeos: “La desgarradora tragedia que sigue ocurriendo en Gaza ha puesto de manifiesto la naturaleza egoísta del tan estimado y cacareado orden basado en normas”.
El tratamiento tan diferente a Cuba e Israel ilustra la quiebra moral del orden occidental, un orden que cada vez se toma menos en serio el Sur global. Las relaciones Norte-Sur se están inclinando, no solo económicamente, sino también ideológicamente. Comienza una nueva era.
Nota:
(1) Financial Times, 25 de febrero de 2021, p. 1.
Fuente: Rebelión