Federico Rubio Herrero •  Opinión •  17/09/2024

El nacimiento del fascismo

En la primera mitad del siglo XX la humanidad sufrió dos exterminadoras guerras mundiales. La primera guerra mundial (1914-1918) terminó en la victoria de los países de la Entente (Inglaterra, Francia y los Estados Unidos) sobre Alemania. Esta victoria no reportó a los pueblos una paz firme y duradera. El tratado de paz de Versalles de 1919 puso fin a la primera guerra mundial, pero no suprimió las contradicciones que la habían originado. La lucha por los mercados de venta, por las fuentes de materias primas y por las esferas de inversión de capitales, la lucha por implantar el dominio propio seguía constituyendo la esencia de la política exterior de las principales potencias. El desarrollo desigual de los países capitalistas, acentuado sobre todo en el período comprendido entre las dos conflagraciones bélicas universales, condujo a una ruptura de la correlación de fuerzas surgida como resultado de la primera guerra mundial y refrendada por el sistema de tratados de Versalles y Washington.

El agravamiento de la crisis general del capitalismo, a la que pusieron comienzo la primera guerra mundial y la revolución socialista de octubre en Rusia, exacerbó todas las contradicciones imperialistas. El imperialismo había dejado de ser un sistema omnicomprensivo. La revolución socialista en Rusia hizo temblar todo el edificio del capitalismo mundial. El mundo quedó dividido en dos sistemas opuestos.

Las contradicciones imperialistas se manifestaron con particular crudeza en el período de la crisis económica mundial de 1929-1933, la más profunda y destructora en toda la historia del capitalismo. La crisis comenzó en los Estados Unidos de América, extendiéndose seguidamente a otros países capitalistas. En 1933, la producción industrial en los EE.UU. descendió al 64% del nivel de 1929; en Inglaterra, al 88%; en Alemania, al 65%, y en Francia, al 81%. El comercio mundial se redujo en el 65%. La crisis provocó una gran desocupación. En los EE.UU. el número de parados se elevó a 13.700.000; en Alemania, a unos 5.000.000, y en Inglaterra, a 2.600.000. En todo el mundo capitalista, la cifra de los trabajadores sin empleo llegó a ser de treinta millones.

Durante la crisis se agrió al máximo la lucha de las potencias imperialistas por los mercados, por las esferas de influencia y por un nuevo reparto de las colonias. En 1931, Japón se lanzó por el camino de las conquistas bélicas. Deseoso de desplazar de Asia, y ante todo de China, a los colonialistas ingleses, franceses y norteamericanos y ocupar su puesto, Japón invadió el Nordeste de China. Así surgió un foco de guerra en el Extremo Oriente.

En Europa la crisis golpeó principalmente a Alemania. El desempleo masivo y el brusco empeoramiento de la situación de los trabajadores determinaron que la crisis económica que atravesaba el país empezara a convertirse muy pronto en crisis política. Las posiciones de la mayoría de los partidos se quebrantaron. Los intentos de la burguesía para buscar salida a la crisis intensificando la ya brutal explotación de la clase obrera de todos los trabajadores hicieron que arreciara enormemente el descontento y la resistencia de las masas populares. Las formas parlamentarias eran insuficientes para mantener pacificado al pueblo oprimido. Ante tal situación, diferentes grupos del capital monopolista alemán, que hacía mucho fraguaban el proyecto de formar un Gobierno de «mano dura» y preparar una nueva guerra de conquista del dominio mundial, recurrieron a los nacional-socialistas. En la camarilla fascista habían visto el mejor instrumento para aplastar a las fuerzas democráticas y adictas a la paz del pueblo alemán y -empleando una desbocada propaganda nacionalista y chovinista- para distraer de la lucha revolucionaria a las masas populares y llevarlas por el camino del revanchismo. En enero de 1933, los monopolios alemanes instalaron en el poder a los fascistas. La dirección del Estado pasó a manos de los círculos más agresivos y reaccionarios.

La ideología del fascismo alemán -la ideología del chovinismo y el racismo elevados al máximo- fue expuesta por el jefe del partido fascista, por Hitler, en su libro Mein Kampf. Propagaba la teoría de la superioridad de la raza germana e intentaba demostrar que Alemania no poseía suficiente «espacio vital». Especulando con el estado de ánimo de las masas contra el tratado de Versalles y el descontento suscitado en ellas por la creciente explotación y la falta de derechos políticos, los hitlerianos afirmaban que solo la guerra podría mejorar la situación del pueblo alemán. Fraguaban planes de conquista de Europa y de implantación de su dominio mundial. En esos proyectos se reservaba un lugar especial a la invasión de la Unión Soviética. «Cuando hablamos actualmente de nuevas tierras en Europa -declaró Hitler-, debemos tener en cuenta solo a Rusia y los Estados periféricos que se hallan bajo su hegemonía. El propio destino nos señala este camino». Fieles a la voluntad de los monopolios alemanes los fascistas supeditaron toda la política del país a la preparación de una nueva guerra agresiva. Así surgió otro foco de guerra: éste en el centro de Europa…

Fuente: Instituto de marxismo-leninismo. Moscú.


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