Las causas de las migraciones que no queremos admitir
Me sorprende enormemente que en ninguno de los muchos análisis que aparecen en los medios de comunicación sobre las causas de la inmigración se hable de la única que verdaderamente se puede sostener con datos y hechos, y que parece que todos tienen miedo a admitir.
Los análisis más simples y ramplones dan por buena la teoría del Gran Reemplazo, el Plan Kalergi y otras majaderías similares. También es frecuente oír, sobre todo en la extrema derecha, que los migrantes se arriesgan a morir en el mar buscando paguitas, o porque son engañados por las mafias y por las oenegés que se “lucran”, fletando cayucos las primeras y recogiendo sus restos las segundas.
Otros análisis más elaborados sobre las causas de los movimientos migratorios, en particular los de carácter económico, se enfocan en señalar que es promovida de forma interesada por el capital y las corporaciones como forma de conseguir mano de obra barata. Este argumento, también es parcial e incompleto; pues, aunque es cierto que el capitalismo neoliberal ha impulsado la migración laboral internacional desde mediados de la década de 1970, empujando a trabajadores y campesinos a emigrar en busca de empleos de baja remuneración en sectores como agricultura, construcción, manufactura, logística y cuidados; este no era el objetivo primario, sino un efecto secundario de la verdadera causa.
La verdadera y única causa de la práctica totalidad los movimientos migratorios no es otra que la diferencia de renta entre origen y destino; o, dicho de otra manera, la desigualdad. Así ha sido durante toda la historia de la humanidad, así es en la actualidad y así seguirá siendo en el futuro. No es casual que las dos fronteras del planeta donde hay una mayor presión migratoria sean la que separa Europa de África y la que separa Norteamérica de Latinoamérica. Son los dos puntos del planeta, con alguna excepción menor, donde más desequilibrio existe a lado y lado de la línea fronteriza, en términos de renta. Y esto, nos guste o no, siempre va a tender a nivelarse.
La renta per cápita promedio en la Unión Europea es de 22.600 euros, mientras que en África es de 424 euros, lo que representa una diferencia de 1 a 50. En la frontera entre Estados Unidos y México el desnivel no es tan acusado, pero igualmente dramático, con una renta media en Estados Unidos de 70.500 euros, mientras que en México es de 9.800 euros.
A grandes rasgos, podemos afirmar que el planeta se divide en dos mitades, con un Norte global rico y un Sur global pobre. Es por eso que las migraciones discurren del sur al norte y no la inversa.
Y cabe preguntarse porqué algo tan evidente es deliberadamente ignorado en la mayoría de análisis sobre las causas de las migraciones que se hacen en los países receptores de inmigrantes. Probablemente se evita reconocer esta incómoda verdad, para no tener que analizar a renglón seguido las causas y los responsables de que exista medio planeta rico y medio planeta pobre.
Los que sostienen la teoría del Gran Reemplazo y que el “comunista” Soros está intentando destruir la civilización judeocristiana, también te argumentarán que el Norte global es rico por su laboriosidad y buen hacer, y que el Sur global es pobre por su mala cabeza y por no saber gestionar de forma óptima sus recursos. Pero no te hablaran, en el caso de África, sobre todo, de los siglos de robo y expolio de sus recursos y materias primas, por parte de las potencias imperialistas europeas y anglosajonas; expolio que continúa en la actualidad con una falsa apariencia de legalidad.
Tampoco señalarán, como causa de los fenómenos migratorios, el cinismo de Occidente, que ha diseñado un doble discurso para las metrópolis y el extrarradio, hablando de libre mercado y ausencia de regulaciones, aranceles y subvenciones en las colonias, mientras aplicaban el proteccionismo en sus países; empleando, además, en esa labor de saqueo, a organismos supranacionales como la OMC, el FMI o el Banco Mundial. Esto ha sido puesto de manifiesto por autores como Marcelo Gullo, con la teoría de la insubordinación fundante, o Ha-Joon Chang, con su teoría de la patada en la escalera.
Gullo sostiene que el sistema internacional está estructurado de manera desigual, con Estados subordinantes (metrópolis) y Estados subordinados (periferia). Las metrópolis imponen normas, controlan los intercambios económicos y obtienen los mayores beneficios, mientras que la periferia ofrece bienes de menor valor y se somete a estas reglas. La supuesta igualdad jurídica entre los Estados es una ilusión. En la práctica, las decisiones internacionales están determinadas por el poder de los Estados, y el derecho internacional favorece a las potencias dominantes. Las metrópolis ejercen una forma de dominación ideológica sobre la periferia mediante la exportación de ideas como el libre comercio o el iluminismo. Estas ideas inhiben en los países periféricos la construcción de un poder nacional autónomo.
En términos similares, el economista coreano y profesor en la Universidad de Cambridge crítica las políticas de desarrollo económico promovidas por los países desarrollados para las naciones en vías de desarrollo, señalando la contradicción histórica -y deliberadamente cínica, añadiría yo- que supone que los países actualmente desarrollados utilizaran políticas proteccionistas y de intervención estatal para alcanzar su nivel de desarrollo, pero ahora recomiendan políticas de libre mercado a los países en desarrollo.
En mi opinión, Chang se queda corto cuando dice que “recomiendan políticas de libre mercado”. No las recomiendan, las imponen, siguiendo la hoja de ruta que ya estableció el Informe Kissinger en 1974 (NSSM 200), donde, si bien no sugería explícitamente el uso de la fuerza para someter a otras naciones, sí proponía estrategias para asegurar el acceso de Estados Unidos a recursos y materias primas en países en desarrollo. Kissinger identificaba el crecimiento demográfico en países en desarrollo como una amenaza para la seguridad económica y política de Estados Unidos. Además, enfatizaba la importancia de asegurar el acceso a minerales y materias primas en países menos desarrollados; y en lugar de la fuerza directa, el informe proponía estrategias indirectas, como el uso de la «ayuda» internacional y organismos como el Banco Mundial para promover políticas de control de natalidad, implementar políticas económicas que favorecieran los intereses estadounidenses y evitar que estas políticas fueran percibidas como imperialistas por los países en desarrollo.
En definitiva, aunque obviamente no se plasmó por escrito el uso directo de la fuerza, sí proponía estrategias para mantener la influencia estadounidense sobre los recursos globales, lo que algunos interpretan como una forma de sometimiento económico y político.
A pesar de ello, Estados Unidos ha participado en numerosas guerras e intervenciones militares que han sido criticadas por tener motivaciones relacionadas con el control de recursos naturales, especialmente petróleo, bajo la justificación de promover la democracia y los derechos humanos. Los casos más evidentes son la guerra del Golfo (1991), la invasión de Irak (2003), y las intervenciones en Libia (2011) y Siria (2014). La «Doctrina Carter» de 1981 ejemplifica bien esta política, al declarar que cualquier intento de otra fuerza por controlar el Golfo Pérsico sería considerado un ataque a los intereses vitales de Estados Unidos.