Miseria y grandeza del deporte
No es muy frecuente encontrar textos críticos con el deporte. Por ello me han llamado la atención dos libros con los que recientemente he topado: La barbarie deportiva: Crítica de una plaga mundial, de Marc Perelman (ed. Virus 2014, or.: 2012), y Citius, altius, fortius: El libro negro del deporte, de Federico Corriente y Jorge Montero.
Como en tantos otros ámbitos (arte, educación, sanidad…), el sometimiento a la lógica capitalista de la mercancía desvirtúa los fines, principios y valores que originalmente presidían la actividad, en este caso deportiva. Desde sus mismos inicios, “los deportes reproducen las principales características de la organización industrial moderna: reglamentación, especialización, competitividad y maximización del rendimiento”, dicen Corriente y Montero (2011, p. 16); es más, los productos del deporte y la educación física “son fundamentalmente rendimientos y récords, es decir, datos computables, cosas, no relaciones entre las personas”, contraviniendo así una inicial finalidad lúdica al nacer como juegos. El aspecto comercial llega al delirio. La orgía capitalista de los Juegos Olímpicos de Londres, donde llegó a instituirse una policía del lenguaje y la vestimenta, es descrita así por Marc Perelman:
“Estaba prohibido desplazarse de otro modo que no fuera calzado con Adidas, consumir otros “alimentos” que no fuesen los de McDonalds, “quitarse la sed” con otra cosa que no fuera Coca-Cola o Heineken o conversar con los amigos sin pasar por Samsung. Los propios términos “Juegos Olímpicos” no se podían utilizar sin el acuerdo previo del COI o sin haber satisfecho el canon requerido. Por consiguiente, ciertos medios se vieron obligados, so pena de multa, a hablar de los “Juegos de Verano” o de los “O Games”. Los plenos poderes que se había arrogado en la práctica el COI se extendían a la protección de los derechos de propiedad intelectual vinculados a los Juegos Olímpicos con el fin de hacerlos respetar y, en caso necesario, de proceder a sanciones penales”.
En un reciente artículo, Marcelo Colussi decía: “el deporte profesional, ya desde hace largas décadas, dejó de ser deporte para transformarse en gran negocio y herramienta de manipulación ideológico-cultural de las grandes mayorías”.
Pero la cosa va más allá: realmente, al deporte institucionalizado le estorba bastante la democracia. Perelman cita al secretario general de la FIFA entre 2007 y 2015, Jérôme Valcke, quien declaró en Brasil: “Voy a decir un disparate [¡y tanto!], pero, a veces [¿por qué cortarse, hombre?], para organizar un Mundial de Fútbol es preferible un nivel menor de democracia. El presidente de la FIFA (1998-2015) y miembro del COI, Sepp Blatter, que por lo visto se corta menos a la hora de decir disparates, apoyó las declaraciones de Valcke, pero añadió de su cosecha que la Copa del Mundo de 1978 en Argentina fue “una forma de reconciliación del público, del pueblo argentino con el sistema, con el sistema político, que en aquella época era un sistema militar”. El señor Blatter tuvo que dimitir en 2015 de la presidencia de la FIFA salpicado por casos de corrupción, pero, eso sí, como corresponde a este tipo de personajes, era un gran colaborador en proyectos humanitarios (Aldeas Infantiles-SOS, etc.).
Ciertamente, había deporte antes del capitalismo, pero con éste la conversión en negocio, el dopaje, la corrupción y otros fenómenos asociados llegan al paroxismo. No obstante, quizás tampoco haya que ensañarse con el capitalismo, cuyos problemas para convivir con la democracia son cada vez más inocultables. La catedrática de la Universidad Politécnica de Madrid, Teresa González Aja (2008), especialista en historia del deporte, menciona la caza y la guerra como antecedentes. El ser humano, nos dice, en su lucha por sobrevivir desarrolla estas actividades, que, por supuesto, no están exentas de violencia, al ser su objetivo acabar con la vida, tanto de animales como de seres humanos. Se podrá decir que la caza no era un deporte, sino una necesidad, sigue explicando, pero lo cierto es que una vez cubiertas las necesidades de alimentación, el hombre sigue cazando y convierte esta actividad en una especialidad deportiva. Por otra parte, los torneos y las justas medievales, juegos (o deportes) de lucha duraron siglos.
Por otro lado, la función propagandística del deporte fue enseguida comprendida por los sistemas totalitarios (González Aja, 2002, se extiende en esto). Y no solo propagandística de cara al exterior sino también anestesiante de cara al interior en los países. Y, por supuesto, está la relación entre violencia y deporte, que, desde luego, no ha nacido con los hinchas actuales.
¿Hay otras caras más amables del deporte? Sin duda. Deportistas y movimientos que no se han limitado a ser máquinas cuasiperfectas y que también tenían ideas, valores no funcionales a las dictaduras ni al capitalismo (disculpas por la repetición). No hace mucho, el periodista Quique Peinado publicaba Futbolistas de izquierdas, con una galería de deportistas que no entran en el molde típico.
Acaba de fallecer Muhammad Ali, que se negó a hacer el servicio militar en su país declarando que no estaba dispuesto a matar vietnamitas y que se involucró políticamente, convirtiéndose en un rebelde en su país y en un luchador por los derechos de su pueblo. Su rebelión ayudó a impulsar el Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos en 1967, puesto en marcha por una treintena de atletas negros que acudieron a la convocatoria del sociólogo Harry Edwards. El objetivo de este proyecto era denunciar la utilización de los deportistas negros por parte de los Estados Unidos para dar una imagen de armonía e igualdad racial, cuando en realidad eran objeto de crueles discriminaciones y humillaciones. Luther King se sumó al proyecto y participó en la elaboración de sus seis reivindicaciones:
Restitución a Muhammad Ali de su título de campeón del mundo de los pesos pesados de boxeo.
Dimisión del miembro del COI Avery Rundage, por racista y antisemita.
Que el New York Athletic Club aceptase socios negros y judíos.
Que el Comité Olímpico estadounidense admitiera a un negro más como entrenador de atletismo.
Que ingresara un miembro de raza negra en dicho comité.
Que los Estados Unidos dejasen de tomar parte en competiciones en Sudáfrica y Rodesia.
En su libro, Corriente y Montero (p. 139-140) hablan de multitud de iniciativas obreras en Alemania para contrarrestar el movimiento de los gimnastas burgueses, jóvenes universitarios. A pesar de que Bismarck las prohibió durante unos años, en 1897 se crearon la Asociación Obrera de Deportes Acuáticos y la Asociación de Natación de Trabajadores, y en 1906 la Liga Atlética de Trabajadores de Alemania. Influida por esta corriente deportiva alemana, en Bohemia (parte de la actual República Checa) nació el llamado movimiento deportivo Sokol (halcón), que llegó a tener mil trescientas escuelas y cuyos gimnastas contribuyeron decisivamente a la fundación de la República Checa.
En el libro Remando como un solo hombre (Daniel James Brown, Nórdica- Capitán Swing, 2015) se cuenta la historia del equipo de remo estadounidense ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, con Hitler en el poder. Se trataba de un equipo atípico en la época, pues estaba compuesto principalmente por trabajadores, no por chicos de clases altas. En las mismas olimpiadas compitió Jesse Owens, el atleta negro que humilló a Hitler obteniendo cuatro medallas de oro (la reciente película El héroe de Berlín trata del caso).
En las últimas décadas del siglo XIX, los judíos, perseguidos en toda Europa durante siglos, en Europa central consideraron su admisión en las fraternidades atléticas como una de las piedras de toque de su asimilación social.
Una historia curiosa es la de las artes marciales, que, a pesar de su mala fama (con frecuencia, ganada a pulso, aunque hay mucha diversidad y son muy diferentes, en cuanto a agresividad, artes como el aikido o el judo, al kick-boxing o al muay-thai, por ejemplo). Se cuenta que el karate (“camino de la mano vacía”) nació en la isla de Okinawa como necesidad de defensa de sus habitantes ante sucesivas prohibiciones de llevar armas por parte de invasores. También nacieron así diversas armas que provenían de adaptaciones que los campesinos hicieron de útiles de labranza. En Brasil, la capoeira, otro arte marcial, parece que surgió como una danza que en realidad disimulaba el hecho de que los esclavos se estaban entrenando para pelear. En su libro, Corriente y Montero mencionan el caso de diversas escuelas de kung fu ganadas para la causa anticolonial en China, y que tuvieron un papel activo en la rebelión de los bóxers de 1900, vertebrada por la sociedad secreta Yi Ho Tuan (Sociedad de los Puños de la Justa Armonía).
De manera que vemos que el deporte puede jugar un papel emancipatorio, tanto para el individuo como para colectivos, e incluso pueblos o países. El caso de Nelson Mandela y su increíble inteligencia para utilizar el rugby como un elemento unificador entre blancos y negros después de la caída del régimen del apartheid, es incluso conmovedor. Como conmovedoras son miles de anécdotas que han protagonizado deportistas con una enorme capacidad de superación (Johnny Weismuller, campeón olímpico después de padecer poliomielitis a los nueve años y de que el médico le recomendara practicar natación para superar el debilitamiento de las piernas), gestos de nobleza, asombrosa capacidad de sacrificio y hazañas heroicas.
Pedro López López es Doctor en psicología y profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
Fuente: ContraPunto