Timochenko •  Opinión •  28/09/2016

Colombia: Texto completo del discurso pronunciado por el Comandante de las FARC, Timochenko

Nuestra única arma será la palabra

Mis primeras palabras, tras la firma de este Acuerdo Final, van dirigidas al pueblo de Colombia, pueblo bondadoso que siempre soñó con este día, pueblo bendito que nunca abandonó la esperanza de poder construir la patria del futuro, donde las nuevas generaciones, es decir, nuestros hijos y nuestros nietos, nuestras mujeres y hombres, puedan vivir en paz, democracia y dignidad, por los siglos de los siglos.
Pienso también en los marginados que pueblan los cinturones de miseria de esta Cartagena, la Ciudad Heroica, que deseando estar aquí en esta celebración, no pudieron hacerlo. A ellos y ellas les extiendo mi mano de hermano y los abrazo con el corazón. Ustedes, junto al resto de la sociedad colombiana, también serán artífices de la siembra de la paz que apenas empieza.
Se dice que esta legendaria ciudad de mar, de playas preciosas, de brisa, de murallas antiguas, de historia valerosa y gente extraordinaria, logró enamorar a nuestro nobel Gabriel García Márquez, quien llegó a decir: “me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”. Pues así estamos hoy seguramente quienes asistimos a este ocaso del día en que renacemos para echar a andar una nueva era de reconciliación y de construcción de paz.

Compatriotas: esta lucha por la paz, que hoy empieza a dar sus frutos, viene desde Marquetalia impulsada por el sueño de concordia y de justicia de nuestros padres fundadores, Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, y más recientemente por la perseverancia del inolvidable comandante Alfonso Cano. A ellos, y a todos caídos en esta gesta por la paz, nuestro eterno reconocimiento.
Como ustedes saben, la X Conferencia Nacional de Guerrilleros de las FARC-EP ha refrendado de manera unánime los Acuerdos de la Habana y ha mandatado la creación del nuevo partido o movimiento político, lo cual configura el paso definitivo de la forma de lucha clandestina y alzamiento armado, a la forma de lucha abierta, legal, hacia la expansión de la democracia.
Que nadie dude que vamos hacia la política sin armas. Preparémonos todos para desarmar las mentes y los corazones.
En adelante, la clave está en la implementación de los acuerdos, de tal manera que lo escrito en el papel cobre vida en la realidad. Y para que ello sea posible, además de la verificación internacional, el pueblo colombiano deberá convertirse en el principal garante de la materialización de todo lo pactado.
Nosotros vamos a cumplir, y esperamos que el gobierno cumpla.

Nuestra satisfacción es enorme al constatar que el proceso de paz de Colombia es ya un referente para la solución de conflictos en el mundo.
Cuánto deseamos que la autoridad palestina e Israel encuentren la senda de la reconciliación. Cómo anhelamos de corazón que en Siria se silencien las bombas y el horror de una guerra que victimiza a un pueblo, que lo destierra y lo obliga a lanzarse al mar en barcazas inseguras para buscar refugio en países que también los rechazan, y los reprimen, sin ningún sentimiento de humanidad. ¡Paz negociada para Siria, pedimos desde ultramar, desde Cartagena de Indias!

Paz para el mundo entero; no más conflictos bélicos con sus terribles dramas humanos, en los que mujeres, niñas y niños conmueven con sus lágrimas y tristezas.
Con el Acuerdo que hoy suscribimos, aspiramos poner punto final en Colombia a la larga historia de luchas y enfrentamientos continuos que han desangrado nuestra patria, como destino cruel y fatal desde tempranas épocas. Sólo un pueblo que ha vivido entre el espanto y los padecimientos de una y otra guerra, durante tantas décadas, podía tejer pacientemente los sueños de paz y justicia social, sin perder nunca la esperanza de verlas coronadas por sendas distintas a la confrontación armada, mediante la reconciliación y el perdón. Un pueblo que anhela que la persecución, la represión y la muerte y el accionar paramilitar, que aún persisten, así como múltiples causas del conflicto y la confrontación, puedan ser superadas en forma definitiva.

La más reciente cumbre de la CELAC determinó, con el consenso de todos los países de la América Latina y el Caribe, que esta parte del mundo debe ser un territorio de paz. El Acuerdo Final de La Habana llega a ratificar ese propósito poniendo fin al más largo conflicto del continente. La Tierra entera debería ser declarada territorio de paz, sin cabida alguna a las guerras, para que todos los hombres y mujeres del orbe podamos llamarnos y actuar como efectivamente somos, hermanos y hermanas bajo la luz del sol y la luna, dejando atrás cualquier destello de miseria y desigualdad.
El tratado de paz que suscribimos hoy en Cartagena, no sólo pone fin a un conflicto nacido en Marquetalia en el año de 1964, sino que aspira a sellar para siempre la vía de las armas, tan largamente transitada en nuestra patria. Quién sabe qué vandálico sino tomó puesto en amplios sectores de la clase dirigente colombiana, desde el mismo grito de la independencia de España, pues las incontables guerras civiles del siglo XIX proporcionan el lúcido testimonio de la odiosa manía de pretender solucionar todas las diferencias a tiros, eliminando físicamente al contradictor político y no derrotando sus ideas con apoyo popular; encubriendo de esa forma, propósitos oscuros para la preservación y prolongación de un régimen de privilegios y de enriquecimiento en beneficio propio.

En nuestro parecer, toda forma de violencia es en sentido filosófico y moral un atentado contra la humanidad entera, pero dolorosamente constituye a la vez un dramático testimonio de la historia humana.
Si alguna cosa ha demostrado la historia, es que no hay pueblo que soporte indefinidamente la brutalidad del poder, aunque después lo llamen con los apelativos que quieran. Del mismo modo, los pueblos, víctimas iniciales y finales de todas las violencias, son a la vez los primeros en soñar y desear la paz y la convivencia arrebatadas. Todo pueblo ama sus niños y niñas y sueña con esperanza un futuro feliz para ellos. Esa ha sido nuestra incesante búsqueda.
Convinimos en La Habana la realización de rigurosas investigaciones sobre el esclarecimiento de la verdad histórica del conflicto colombiano. Dejemos por tanto a ellas las conclusiones finales. Pero que se reconozca que las FARC-EP siempre intentamos, por todos los medios, evitarle a Colombia las desgracias de un prolongado enfrentamiento interno. Otros intereses, demasiado poderosos en el plano internacional y en los centros urbanos y los campos del país, se encargarían de inclinar la balanza en el sentido contrario a través múltiples medios y de una intensa acción comunicativa en la que la manipulación mediática y la mentira han hecho parte del pan de cada día.
No obstante, jamás podrá borrarse de la historia que, durante más de treinta años, cada proceso de paz significó un logro de la insurgencia y los sectores populares que lo exigían. Y que por tanto tenemos pleno derecho a declarar como una victoria de éstos la suscripción de este Acuerdo Final por el Presidente Juan Manuel Santos y la comandancia de las FARC-EP. Siendo igualmente justos, hay que decir que este tratado de paz es también una victoria de la sociedad colombiana en su conjunto y de la comunidad internacional.
Sin ese amplio respaldo social y popular que fue creciendo a lo largo y ancho de la patria durante los estos últimos años, no estaríamos frente a este magnífico acontecimiento de la historia política del país. Hoy debemos agradecer por su contribución en el logro de este propósito colectivo, a las mujeres y hombres de esta bella tierra colombiana, a los campesinos, indígenas y afrodescendientes, a los jóvenes, a la clase trabajadora en general, a los artistas y trabajadores el arte y la cultura, a los ambientalistas, a la comunidad LGBI, a los partidos políticos y los movimientos sociales, a las diferentes comunidades religiosas, a importantes sectores empresariales, y sobre todo, a las víctimas del conflicto. Nuestros niños y niñas, los más beneficiados, pues ellos son la semilla de las generaciones futuras, nos han conmovido con sus grandiosas expresiones de dulzura y esperanza.

Debemos admitir que nuestro propósito de búsqueda de una salida política al desangre fratricida de la Nación, encontró en el Presidente Juan Manuel Santos un valeroso interlocutor, capaz de sortear con entereza las presiones y provocaciones de los sectores belicistas. A él le reconocemos su probada voluntad por construir el Acuerdo que hoy se firma en nuestra Cartagena heroica.
Por primera vez en más de un siglo, se lograron por fin aunar suficientes voluntades para decir no a los amigos de la guerra, que durante tanto tiempo se apoderaron del acontecer nacional para sumirlo en un caos interminable y doloroso.

Toda esta construcción social y colectiva pudo rendir frutos gracias al incansable apoyo de los países garantes. Nuestro agradecimiento a Cuba, al Comandante de esa gloriosa Revolución, Fidel Castro Ruz, al General de Ejércitos y Presidente Raúl Castro Ruz y al pueblo cubano en general. Igualmente al Reino de Noruega y a todo el pueblo noruego por decidido apoyo al proceso.
Reconocimiento especial, merece el Comandante Hugo Chávez, sin cuyos trabajos, pacientes como discretos, este final feliz no hubiera tenido comienzo. A Nicolás Maduro, continuador de ese generoso esfuerzo de paz, en su condición de Presidente de la República Bolivariana Venezuela, país acompañante, y desde luego al pueblo de la hermana república. Nuestro agradecimiento a Chile, en su calidad de país acompañante, a su pueblo, a su presidenta Michelle Bachellet. También a la Organización de Naciones Unidas. La paz de Colombia es la paz de Nuestra América y de todos los pueblos del mundo.

Con el Acuerdo Final se ha dado un trascendental paso adelante en la búsqueda de un país diferente, comprometiéndose a una Reforma Rural Integral, para contribuir a la transformación estructural del campo. Promoverá una Participación política denominada Apertura democrática para construir la paz, con la que se busca ampliar y profundizar la democracia. Las FARC-EP dejamos las armas al tiempo que el Estado se compromete a proscribir la violencia como método de acción política. Esto es, a poner fin definitivo a la persecución y el crimen contra el opositor político, a dotarlo de plenas garantías para su actividad legal y pacífica. Junto con el Cese al Fuego y de Hostilidades Bilateral y Definitivo y la Dejación de Armas, con los cuales termina para siempre la confrontación militar, fue pactada la Reincorporación de las FARC-EP a la vida civil en lo económico, lo social y lo político de acuerdo con nuestros intereses, y se suscribió el acuerdo sobre Garantías de seguridad y lucha contra las organizaciones criminales o paramilitares que desangran y amenazan a Colombia.

Especial atención merece la previsión del Pacto Político Nacional, por medio del cual el gobierno y el nuevo movimiento político surgido de nuestro tránsito a la actividad legal, promoveremos un gran acuerdo nacional y desde las regiones con todas las fuerzas vivas de la Nación, a fin de hacer efectivo el compromiso de todos los colombianos y colombianas, para que nunca más sean utilizadas las armas en la política, ni se promuevan organizaciones violentas como el paramilitarismo. De materializarse este propósito común, Colombia habrá logrado dar un gigantesco paso adelante en el camino de la civilización y el humanismo.
De algo estamos bien seguros, si este Acuerdo Final no deja satisfechos a sectores de las clases pudientes del país, en cambio representa una bocanada de aire fresco para los más pobres de Colombia, invisibles durante siglos, y para los y las jóvenes en cuyas manos se encuentra el futuro de la patria, los cuales serán la primera generación de nacionales que crece en medio de la paz.

Son casi tres centenares de páginas las contentivas del Acuerdo Final que suscribimos aquí, difíciles de resumir en tan breve espacio. Su firma no significa que capitalismo y socialismo comenzaron a sollozar reconciliados en brazos el uno del otro. Aquí nadie ha renunciado a sus ideas, ni arreado sus banderas derrotadas. Hemos acordado que seguiremos confrontándolas abiertamente en la arena política, sin violencia, en un apoteósico esfuerzo por la reconciliación y el perdón; por la convivencia pacífica, el respeto y la tolerancia; y sobre todo por la paz con justicia social y democracia verdadera.
Recordando a San Francisco de Asís, debemos repetirnos que cuando se nos llene la boca hablando de paz, debemos cuidar primero de tener nuestros corazones llenos de ella.

En todos los escenarios posibles continuará retumbando nuestra voz contra las injusticias inherentes al capitalismo, denunciando la guerra como el instrumento favorito de los poderosos para imponer su voluntad a los débiles por medio de la fuerza y el miedo, clamando por la salvación y la conservación de la vida y la naturaleza, exigiendo el fin de cualquier forma de patriarcado y discriminación, proponiendo salidas verdaderamente humanas y democráticas a todos los conflictos, seguros de que la inmensa mayoría de los pueblos prefieren la paz y la hermandad sobre los odios, y merecen por tanto ocupar un lugar de privilegio en la adopción de las decisiones que envuelven el futuro de todos.

Colombia requiere de transformaciones profundas para hacer realmente verdaderos los sueños de la justicia social y el progreso. La paz es sin duda alguna el elemento esencial para los grandes destinos que nos esperan como nación, que deberán caracterizarse más por sus luces que por su poderío, como diría el Libertador.

Para hacerlo posible, nuestra patria requiere, además de un renacimiento ético, de la restauración moral que predicaba Jorge Eliécer Gaitán antes de ser asesinado aquel fatídico 9 de abril de 1948. El enriquecimiento fácil y el descarado engaño, la cizaña sembrada en las mentes de los ciudadanos por la mentira mediática habitual, la farsa de la educación fundada en el ánimo de lucro de empresarios sin principios, la enajenación cotidiana sembrada por la publicidad mercantil, entre otros graves males, exigen, para superarlos, lo mejor de los valores humanos de nuestros compatriotas.
La sociedad colombiana tiene que ser claramente inclusiva en lo económico, lo político, lo social y lo cultural. El Estado colombiano, tras la firma de este Acuerdo, no puede seguir siendo el mismo en que se permite que la salud sea un negocio. Los tristemente famosos paseos de la muerte y las agonías a las puertas de los hospitales tienen que desaparecer para siempre. No más familias condenadas a la calle y la miseria, por cuenta de las usurarias deudas con el sistema financiero o las bandas del gota a gota. La seguridad con la que tanto sueñan los colombianos y las colombianas, no debe depender tanto del tamaño de las fuerzas de seguridad del Estado, como del combate a la pobreza y la desigualdad y a la falta de oportunidades que padecen millones de compatriotas, fuente real de las formas más sentidas de la delincuencia. Los servicios públicos deben llegar a todos y a todas. Es a esa tarea a la que nos proponemos sumarnos desde ahora, sin arma distinta que nuestra palabra. Y es eso lo que el Estado colombiano ha prometido solemnemente respetar y proteger.
Al contrario de quienes predican que nuestro ingreso a la política abierta en Colombia constituye una amenaza, sentimos que millones de colombianos y colombianas nos extienden sus brazos generosos, y felicitan a su gobierno por haber alcanzado al menos la terminación del conflicto armado, entre sus disímiles propósitos. De todas partes del mundo recibimos emocionados saludos de aplauso por lo conseguido. La paz de Colombia es la paz de Nuestra América, vuelven a repetirnos todos los gobiernos del continente.

Ante ellos sellamos nuestro compromiso de paz y reconciliación. Donde quiera que en adelante plante sus pies un antiguo combatiente de las FARC-EP, pueden tener la seguridad de encontrar a una persona decente, serena y sensata, inclinada al diálogo y la persuasión, a una persona dispuesta a perdonar, sencilla, desprendida y solidaria. Una persona amiga de los niños, de los humildes y ansiosa de trabajar por un nuevo país de modo pacífico.
Casi cinco años atrás, en una nota destinada a ser leída por el Presidente Santos, a pocos días de producida la muerte de nuestro Comandante Alfonso Cano, terminaba diciéndole “así no es, Santos, así no es”. Con la convicción de que Colombia se merecía un acuerdo mucho mejor y que quizás con un poco más de voluntad lo hubiéramos logrado, debo reconocer que lo firmado hoy constituye una luz de esperanza, preñada de anhelos de paz, justicia social y democracia verdadera, un documento de descomunal trascendencia para el futuro de nuestros hijos e hijas y de la patria entera.
Los más de diez mil millones de dólares invertidos en la guerra por el Plan Colombia y el gigantesco gasto para la financiación de la guerra, hubieran servido para solucionar buena parte de los males del pueblo colombiano. Pero, como diría nuestro comandante Jorge Briceño, ya no es tiempo de llorar, sino de echar para adelante. Después de centenares de miles de muertos y millones de víctimas, al suscribir juntos este documento, le digo, Presidente, con emoción patriótica, que este sí era el camino indicado, así sí era.

Los soldados y policías de Colombia han de tener claro que dejaron de ser nuestros adversarios, que para nosotros está definido que el camino correcto es reconciliación de la familia colombiana. Esperamos de ellos, como lo aseguraron varios de sus más destacados mandos, que jugaron importante papel en la Mesa de La Habana, una mirada distinta a la que siempre nos reservaron. Todos somos hijos del mismo pueblo colombiano, nos afectan por igual sus grandes problemas.

A nuestras guerrilleras y guerrilleros, a nuestros prisioneros y prisioneras de guerra, a sus familias, a nuestros licenciados de filas y lisiados, queremos enviarles un mensaje de aliento, ustedes vivieron y lucharon como héroes, abrieron con sus sueños la senda de la paz para Colombia. Los tres monumentos que se construirán con sus armas, darán testimonio eterno de lo que representó la lucha de las y los combatientes de las FARC-EP, y del pueblo humilde y valiente de esta patria.

Colombia espera ahora que, gracias a la necesaria disminución del porcentaje del gasto público destinado a la guerra que deberá traer el fin de la confrontación y el consecuente aumento de la inversión social, nunca jamás, ni en la Guajira, ni en el Chocó, ni en ningún otro espacio del territorio nacional, tengan por qué seguir muriendo niños y niñas de hambre, desnutrición o enfermedades curables.
Hemos coronado, por vía del diálogo, el fin del más largo conflicto del hemisferio occidental. Somos los colombianos y colombianas por tanto, un ejemplo para el mundo: que en adelante seamos dignos de llevar un honor semejante. Reconozcamos que cada una y uno de nosotros tenemos a quienes llorar. Perdimos a hijos e hijas, hermanos y hermanas, padres y madres, amigos y amigas.
¡Gloria a todos los caídos y víctimas de esta larga conflagración que hoy termina!

En nombre de las FARC-EP, ofrezco sinceramente perdón a todas las víctimas del conflicto, por todo el dolor que hayamos podido ocasionar en esta guerra.
Qué Dios bendiga a Colombia. Se acabó la guerra. Estamos empezando a construir la paz. El amor de Mauricio Babilonia por la Meme, podrá ser ahora eterno y las mariposas que volaban libres tras él, simbolizando su infinito amor, podrán ahora multiplicarse por los siglos cubriendo la patria de esperanza.

¡Bienvenida esta segunda oportunidad sobre la Tierra!
Cartagena de Indias, Septiembre 26 de 2016


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