Abandonar la sofística de lo aparente, para centrarnos en la socrática de las esencias
El día 30 de agosto de 2012 escribía un artículo en el que decía que el paradigma del «centralismo democrático» (para ser rigurosos habría que llamarlo policracia o poliarquía) obligaba a la minoría a acatar las decisiones de la mayoría, por ello mismo a mi no me parece un paradigma adecuado para estos tiempos que corren. Más aceptable me parece, como forma de relacionarnos las personas y organizaciones progresistas, el que propugna la democracia participativa y deliberativa, el que yo llamo de afinidad democrática. Cada cual toma las decisiones de las cuales se va a hacer responsable sin por ello implicar, comprometer ni ahormar con las mismas a los demás.
Antes de dar comienzo a esta reflexión deberíamos de saber que DEMOCRACIA es una forma de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que LA TITULARIDAD DEL PODER RESIDE EN LA TOTALIDAD DE SUS MIEMBROS, haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad colectiva de los miembros del grupo.
Un año antes, el miércoles día 19 de octubre de 2011, había escrito otro artículo de opinión sobre las ventajas de la democracia deliberativa.
Decir que en la democracia pública deliberativa, el proceso de deliberación se caracteriza por los esfuerzos para incluir en el mismo a grupos marginales que suelen ser ignorados en otros procesos de decisión (procesos meramente representativos o meritocráticos).
La deliberación pública obliga a tomar en consideración los intereses ajenos. La mayoría no puede simplemente ignorar las visiones de las minorías, argumentando que son intereses minoritarios. Esa actitud es tan irrespetuosa de la dignidad de los otros, que resulta poco defendible públicamente en una democracia. De esta manera, a la hora de tomar una decisión política, se tendrá como objetivo buscar un consenso entre todas las partes para definir la mejor opción en vez de someter el tema a votación, lo cual permite la posibilidad de la tiranía de la mayoría. Del mismo modo, la deliberación -sometida al principio de publicidad- obliga a presentar abiertamente las razones que sustentan la decisión adoptada, con lo cual ciertas motivaciones manifiestamente injustas quedan excluidas del debate político, precisamente por ser socialmente inaceptables. Por uno y otro motivo, la discusión pública estimula el desarrollo de cualidades democráticas importantes en los ciudadanos y en los líderes políticos, en especial la virtud de la imparcialidad, en la medida en que los obliga a ir más allá de sus intereses puramente personales.
En ese artículo de opinión que referencio, y que titulaba: «Una apuesta por el consenso de la biodiversidad política y social que conformamos», decía que nuestro paradigma, nuestra filosofía es el consenso de la biodiversidad política y social que conformamos; y que para ello lo primero hay que hacer es empezar por casa. Expresado esto con palabras de Mónica Oltra: «debemos de hacer en casa lo que proponemos para fuera». Pues «en este momento, aunque nadie lo quiera ver, las formas son el fondo», como así suele decir Inés Sabanés.
Y las formas y el fondo son los principios de democracia participativa, deliberativa e integrativa; los principios del trabajo en red y desde abajo; los principios de transparencia, horizontalidad y consenso.
Todo lo que sea asentar y consolidar la democracia integrativa como práctica habitual y común en la forma de relacionarnos es un gran avance. Hemos de huir de todo tipo de práctica de exclusión; hemos de insistir mucho, una y otra vez, en el consenso.
La apuesta es, por tanto, cambiar de modelo, cambiar de metodología, abandonar la sofística de lo aparente, para centrarnos en la socrática de las esencias; el pensamiento clásico introducía la educación en el ámbito del ocio, de lo divertido, de lo apasionante; para los griegos, como para los romanos, el ocio se oponía al neg-ocio; pues el neg-ocio es la negación del ocio; y la negación del ocio es la negación del placer, la negación del disfrute, la negación del apasionamiento por las cosas.
Y negación del apasionamiento es la partitocracia, que es un neologismo empleado para definir la burocracia de los partidos políticos. La partitocracia constituye una deformación sistemática de la democracia. La partitocracia es aquella forma de Estado en que las oligarquías partidistas asumen la soberanía efectiva.
Algunos autores han puesto de manifiesto la importancia de los mecanismos de control o accountability horizontal en las democracias modernas, a las que se prefiere denominar «poliarquías». No es lo mismo el control horizontal democrático que el control vertical poliárquico.
Los modelos partitocráticos ya no valen como cauces de participación ciudadana, el modelo partitocrático hace aguas por sus cuatro costados. Pues, como suelo decir, la poliarquía o policracia se asienta sobre la praxis política de la vota-botacracia, esto es, utilizar el mecanismo del voto para botar (excluir). Esta, como es obvio, es una mala praxis. Tengamos en cuenta que no es lo mismo una democracia que un gobierno de la mayoría. Los gobiernos de la mayoría, y ejemplos a lo largo de la historia existen muchos, terminan trasformados en «la dictadura de la mayoría» (dictaduras bolcheviques, del ruso Большевик, Bolshevik o Bolševik, «miembro de la mayoría»), que puede ser peor que una dictadura abierta, porque se presenta con la careta de la democracia. Pero arrasa los derechos de la minoría, y puede terminar usando la fuerza, el ostracismo o la exclusión, para lograr sus propósitos. De lo que se trata es de buscar el consenso, no imponer el criterio de una parte. Además, toda fracción que se hace vasta termina convirtiéndose en facción (camarilla) y lo vasto (extenso) transformándose en basto (burdo e inapropiado).
En la leyenda del Sol y la Luna se dice lo mismo pero con menos prosa y más lírica
Varias veces al año el Consejo de la tribu Nan-ka, formado por los hombres y mujeres más sabios de cada tribu, se juntaban para hablar e intercambiar los descubrimientos, compartir las preocupaciones, y buscar soluciones a los problemas de unos u otros o de todos, porque algunas cosas que sucedían les afectaban a todos por igual.
Pero en las reuniones no sólo se hablaba del presente y del futuro, también había un tiempo, al principio de cada reunión, en la que un representante de cada tribu recordaba los errores del pasado, un pasado lleno de guerras, de egoísmo, de ignorancia, un pasado que casi les lleva a la destrucción total, y que no querían olvidar porque todos sabían que el tiempo es un todo, que el pasado condiciona el presente y el presente construye el futuro.
Habían aprendido la lección, por eso ahora cuidaban lo más sagrado y precioso que poseían, la unidad. La unidad entre las tribus, el respeto a cada una, a sus costumbres, a sus creencias. La unidad con la tierra, con los animales, con la vida que les rodeaba. Sabían que todos, tierra, animales y hombres, formaban parte de una gran red y que sólo si se cuidaba la red existiría futuro.
Y para que esa unidad se fortaleciese, varias veces al año las tribus, al completo, se juntaban.
Esta leyenda es preciosa y el final, al que podréis descubrir si accedéis a través del enlace que os dejo más arriba, impresionante y maravilloso. En ese final se habla de la capacidad para jugar, pues sin saber jugar, sin saber ser personas lúdicas no existe el futuro ni la unidad.
Dice la Leyenda que desde que en el pasado Sol y Luna se unieron abrieron el camino para que los opuestos puedan relacionarse, porque todos tenemos a un Sol y a una Luna dentro de nosotros, y mientras no unamos esas dos partes, nunca estaremos completos.
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