Recordando al Che en este día del guerrillero
Al abrirse con ímpetu resuelto aquella desvencijada puerta de aquel tugurio de adobe de La Higuera, un aura casi imperceptible de partículas de tierra seca se filtran en su interior, aquella señal tenía un presagio insólito a traición y pavura. Surge al ras del dintel una sombra medrosa con aliento alcoholizado, con trémulos pasos y cara desencajada de espanto, ingresa al recinto, lleva un fusil automático en las manos y se acerca al prisionero que yacía maniatado percibiendo su sentencia o quizá abstraído en sus adentros, vaya uno a saber tal vez dedicando sus últimos pensamientos al pueblo cubano y a Fidel como le anunciara en aquella carta de despedida, si llegara su hora definitiva bajo otros cielos.
Este desenlace nos invita a la reflexión y nos sitúa en los acontecimientos de aquel aciago pasaje de la historia que cambio el curso y destino de los pueblos, actualizando el ideario del Che. Más allá de los métodos de lucha y las vicisitudes que le tocó vivir, se planteó implícitamente la necesidad de instaurar en este mundo de injusticias, al hombre nuevo, a un ser solidario, trabajador, justo, de apegado a la verdad, que vele por el bien común, que sea capaz de reconocer los errores propios y las virtudes de otros y a la vez sea implacable como la espada de Damocles al momento de la falacia y la traición, esta última miseria humana, está registrada en aquellas tierras agrestes e indómitas del sudeste boliviano donde imperan las cactáceas, los reptiles y el vuelo de los buitres circundando el firmamento.
El Che fue de esa rareza de hombres, adelantado a su tiempo, fue ese eslabón más alto de la conciencia humana, llevando consigo la revolución internacionalista para los pueblos. Fue de esos escasos hombres que dio esta tierra, poniendo en práctica sus postulados de lealtad a los pueblos, consecuencia que le llevó al Che a pagar con su vida la quimera por un mundo mejor.
Más allá de los errores de estrategia y cálculo político, lo que más duele es aquella traición que se la siente lastimera y abominable cuando viene de los propios correligionarios de lucha, en cuyo accionar se movió el Partido comunista boliviano a la cabeza de Mario Monje, Jorge Kolle Cueto, Simón Reyes y esa cúpula de entonces, por el apetito insaciable de poder y liderazgo, descalificándolo al Che de comandante de la guerrilla con el eufemismo de ser extranjero.
Más éste último periplo del Che, sirvió también para reforzar la conciencia colectiva de los pueblos y estos actos en su nombre, sirven para evitar esa frágil memoria en el que incurre nuestro continente de vez en cuando y nos ayuda a crear más conciencia revolucionaria.
Sólo pocos los hombres de la altura del Che se preparan a su fatalidad:
» Póngase sereno y apunte bien, va a matar a un hombre!» le dijo el Che a su verdugo, el suboficial Mario Terán, quien alcoholizado y temeroso, por un instante quedó pasmado y suspendido al toparse con la mirada fija del Che; el suboficial una vez recobrado el ánimo, resuelto, oprime el gatillo de su carabina, descargando así una ráfaga que lo destroza las piernas y la segunda, le perfora el corazón.
Desde entonces el Che se inmortaliza con aquella mirada profunda en el infinito y la felonía de los enemigos internos pasan a los anales de la historia como traidores y desleales haciendo comparsa con los tentáculos del imperio, pero tarde comprendieron de que aquél último estertor del Che fue más simbólico que real, porque en ese mismo instante de aquel desenlace fatal, nacieron un torbellino de conciencias revolucionarias en todos los confines de esta tierra, que van cambiando el curso de la historia y el destino de los pueblos.
Patria o muerte, venceremos
Hasta la victoria siempre.