El verdadero problema con Trump es la amenaza que supone para Internet
En una de las ruedas de prensa más alucinantes de todos los tiempos, el presidente Trump declaró en febrero pasado la guerra a la totalidad de los medios de noticias, con la salvedad de Fox News y Alex Jones, de InfoWarsand. Luego su mensaje lo redobló con su discurso ante la Conservative Political Action Conference, el mismo día en que el Guardian, el New York Times, la BBC y la CNN se contaban entre los medios a los que se prohibió acceder a una sesión informativa.
Todo está sucediendo en un momento sin precedentes de presión financiera sobre los medios de comunicación. En el caso de diarios y revistas, tanto la publicidad como los lectores se están pasando rápidamente del papel a Internet. La publicidad en papel y los ingresos por tirada están cayendo de manera pronunciada.
Además, a medida que los lectores se pasan a Internet, los ingresos de la publicidad digital se van desplazando todavía más velozmente de las publicaciones mismas de noticias a un reducido número de empresas de tecnología que les remiten tráfico. Facebook y Google captan hoy la abrumadora mayoría de los ingresos de publicidad digital.
Cuando el Washington Post y el New York Times, entre otros, se enfrentaron a la administración de Nixon a cuenta de los bombardeos secretos de Camboya, los Papeles del Pentágono y, luego, del Watergate, eran enormemente rentables y seguros. Lo mismo sucedía con Time, Newsweek, y otras revistas de información general; y pese a su dependencia de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), otro tanto valía para las tres cadenas de televisión.
Ese mundo ha desaparecido. Las redacciones llevan a cabo recortes de personal, empezando por el periodismo de investigación, el género más caro de información. Se ha vendido el Washington Post a Amazon. Los Angeles Times y el Chicago Tribune están básicamente en bancarrota. Ninguna de las cadenas principales de televisión sigue siendo independiente, y la mayoría de ellas sufre una presión financiera cada vez mayor.
Con este trasfondo, por alarmantes que sean los ataques de Trump contra los medios, son menos significativos que otras acciones que, paradójicamente, han recibido una cobertura bastante menor, pero que presentan una amenaza muy real al periodismo y la libertad de expresión en EEUU.
Donald Trump no ha perdido tiempo a la hora de instalar a Ajit Pai como nuevo presidente de la FCC, que regula los medios de radiodifusión y de Internet. Pai ha declarado que se opone a la neutralidad en la Red, el principio por el cual los proveedores y reguladores de servicios tratan todos los datos de igual modo. Desde su nombramiento, Pai ha declinado comentar si aplicará las reglas existentes de neutralidad en la Red, pero si se anulan esas reglas, entonces a ese reducido número de empresas que domina el acceso a Internet en los EEUU se les permitirá promover contenidos de su elección, dejando que otros contenidos y quienes los suministran queden en situación de desventaja.
Pai ha revertido una reciente decisión de la FCC que habría abierto a la competencia el suministro de descodificadores de cable. La medida permite a las empresas de cable conservar el control, no sólo de los descodificadores sino también de los contenidos de “software” y programación que pasan por ellos. Por supuesto, esto va en contra del principio declarado por Trump de ayudar a los indefensos, etc., pero eso ya no resulta una sorpresa. Pai bloqueó asimismo un programa destinado a suministrar acceso a Internet a hogares rurales y de bajos ingresos.
En potencia hay bastante más. La FCC tiene la llave de todas las telecomunicaciones. A medida que el sector de periódicos y revistas se convierte a los formatos digitales, se vuelve dependiente de servicios sujetos a la regulación de la FCC. Dada la personalidad, historial y declaraciones diversas de Trump, no me parece insensato preocuparse de que pudiera tratar de utilizar la FCC para ejercer presiones políticas sobre los medios de comunicación. Ya se ha intentado antes, sobre todo por parte de Richard Nixon, cuando trataba de perseguir a sus enemigos y acallar los escándalos de Watergate.
Pero la relajación de la inspección en lo relativo a la concentración del sector de los medios – espejo de la de otros sectores, como la banca, aunque reciba bastante menos atención – resulta todavía más preocupante. La FCC y el Departamento de Justicia supervisan la política de competencia o anti-trust en el campo de las telecomunicaciones. Y ambas llevan años en las nubes. El sector de acceso a Internet se ha convertido en un estrecho oligopolio, que mantiene el precio y la velocidad del acceso a Internet en los EEUU, bastante por detrás de los de otros países industrializados.
Ni siquiera esto es lo peor de todo. Los grandes proveedores de Internet andan hoy adquiriendo propiedades mediáticas para las cuales son esenciales sus servicios. Amazon ha comprado el Washington Post. Verizon está comprando Yahoo y ya adquirió AOL, propietario del Huffington Post. AT&T está comprando Time Warner, que posee la CNN y HBO, entre otros canales. Una buena parte de los medios de noticias será pronto propiedad de enormes empresas con intereses de suyo muy especiales.
La política anti-trust ya estaba en baja forma con Barack Obama; ahora se va a poner mucho peor. Trump singulariza a Fox News en sus alabanzas, al mismo tiempo que la venta de su mayor rival, Time Warner, se encuentra bajo examen anti-trust del Departamento de Justicia. Sería el mismo Departamento de Justicia del que Trump despidió recientemente al fiscal general en funciones por negarse a ejecutar sus órdenes, sobre la base de que esas órdenes eran ilegales, postura posteriormente apoyada por los tribunales. No resulta difícil imaginar lo que podría pasarle a cualquiera que se meta en su cabeza que da la cara por la competencia del mercado o la independencia de los medios.
Por supuesto, no todo está perdido. Buena parte de los medios de comunicación se muestran enérgicos a la hora de cubrir la administración de Trump y sigue habiendo abundancia de voces independientes. Pero las cleptocracias y dictaduras no aparecen habitualmente de la noche a la mañana; se van acercando sigilosamente. Y el de ahora sería uno de esos momentos en los que empezar a mirar por encima del hombro, enseguida y a menudo.
Charles Ferguson es fundador y presidente de la productora cinematográfica Representational Pictures, y director y productor de No End In Sight: The American Occupation of Iraq (2007) e Inside Job (2010), que consiguió el Oscar al Mejor Documental. Ferguson se doctoró en Ciencias Políticas en el MIT y trabajó como consultor independiente, especialista en tecnología de la información y creador de software.
Fuente: The Guardian, 27 de febrero de 2017
Traducción: Lucas Antón.