Mordaza era ir detenido por el simple hecho de estar en un local de «ambiente».
Mordaza era asistir a una manifestación por el Orgullo (entonces solamente) Gay y que hubiera más gente insultando que manifestándose.
Mordaza era que las trans pudieran ser detenidas solo por «ser». Que su simple existencia como tales fuera un delito.
Mordaza era que en un debate «serio» al invitado gay se le dijera que no tenía criterio, que lo suyo era el «show bussines» y a la invitada lesbiana o trans directamente nada se le decía por no existir estas para los medios.
Mordaza era que cuando la familia de una ex novia de tiempos armarizados supo «lo mío» se lamentara de que «un ‘puto’ tocó a la nena».
Mordaza era que te echaran de la discoteca por besarte con tu novio.
Mordaza era que lo anterior a uno mismo le pareciera «lógico».
Mordaza era que una psicóloga colegiada al saber «lo tuyo» te recomendara «echarte una novia con unas buenas tetas».
Mordaza era, en definitiva, esa forma de asumir un mundo monocolor, obligadas y obligados la mayoría de veces por leyes que se podían resumir en «si no puedes ser casto, sé cauto».
Y mordaza es, por injusta, que leyes opuestas a las anteriores se tachen de mordaza por las y los que las asumían con la misma naturalidad con la que mis amigos y parientes se reían muchas veces exageradamente para reafirmarse en su «normalidad», de los chistes de «mariquitas» lo que provocaba en mi un mayor rechazo a lo que yo era porque no quería defraudar, defraudándome así a mí mismo.
Porque las leyes de entonces sí nos amordazaban y condenaban desde el nacimiento hasta la muerte a ser un fraude, con todas y todos y, especialemente, con uno mismo.
Por todo lo dicho pido a nuestros legisladores que no defrauden al colectivo LGTBI, porque defraudarían a la sociedad, y, también, a sí mismos.