Lenin y Octubre
I
Este hombre, a quien correspondió antes que nadie encarnar en la praxis la tesis filosófica maestra de Carlos Marx sobre el tránsito de la interpretación a la transformación, “contribuyó más que ningún otro a modificar el ordenamiento del mundo en el siglo XX”, según el decir de uno de sus biógrafos. Mediante la reproducción de este escrito lo memoramos hoy, centenario de la gran Revolución a la que su nombre está unido para siempre.
Investigador acucioso, estimuló la continuidad del estudio marxista del capitalismo en su fase imperialista y produjo un libro clásico al respecto, sobre cuya base identificó y denunció las guerras entre grandes potencias como hechos de reparto de países para dominación, explotación, rapiña y bandidaje y llamó a los explotados a aprovecharlas para la revolución. Fue creador de un desarrollo teórico de alcance universal sobre organización y lucha revolucionaria; fundador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), ensayo de justicia social para una inmensa población de oprimidos y explotados (humillados y ofendidos: Dostoiewsky), y principal promotor del impulso planetario a las luchas de liberación nacional, entre otros trabajos colosales. En virtud de los cuales recibió el amor y adhesión de centenares de millones de personas en todos los países y ha sido uno de los mayores pararrayos del furor de las clases dominantes y sus epígonos.
Para semejantes empresas estaba dotado como pocos. A cualidades personales de sinceridad, sencillez y modestia, añadía voluntad de acero, cerebro genial, vasto acervo de conocimientos generales, poderoso dominio de la doctrina marxista, actitud ajena a todo dogmatismo y una capacidad de indignación ante la injusticia (recuérdese el apotegma del Che) difícilmente parangonable. Al respecto decía el gran escritor Máximo Gorky: “En Rusia, país donde se predica la necesidad del sufrimiento como vía universal de salvación, no he encontrado nunca un ser humano que experimentase tan profundamente, tan intensamente como Lenin, odio, aversión y desprecio a la infelicidad, el dolor y el sufrimiento de los hombres”. Y todo eso lo amalgamaba en una indisoluble unidad de acción y pensamiento.
Lenin para la eternidad –aunque sus enemigos le pasen borrador–, nació como Vladimir Ilich Uliánov el 22 de abril de 1870, hijo de una familia de intelectuales, en Simbirsk, población ribereña del Volga, que fue rebautizada con el apellido original de su hijo ilustre (no sé si aún lo conserva) tras la muerte de éste. Se hizo revolucionario siguiendo las huellas de su hermano mayor Alejandro, quien participó en un atentado contra el zar y fue apresado y llevado a la horca en mayo de 1887.
Vladimir Ilich recibe bautismo de represión pocos meses después, al ser detenido en una manifestación estudiantil y expulsado de la universidad de Kazán, donde estudiaba. Al año siguiente ingresa en un círculo marxista, comenzando su etapa de formación, que algunos extienden hasta 1905, fecha de la primera revolución rusa, período durante el cual funda el periódico Iskra (La Chispa), escribe varios libros y folletos –entre ellos El desarrollo del capitalismo en Rusia (inconcluso a la sazón) y ¿Qué hacer?– y unifica y dirige los grupos marxistas en San Petersburgo (SP), ciudad donde se había graduado de abogado en 1891.
En 1895, tras una misión en Europa, regresa a SP; a fines de año es encarcelado y entre 1897 y 1899 deportado a Siberia, donde contrae matrimonio con la también deportada Nadiezhda Krúpskaia, trabaja intensamente, escribe artículos y folletos y termina el libro inconcluso. Por ello no pudo participar en el Congreso fundador del Partido Obrero Socialdemócrata (así se llamaban las organizaciones marxistas de la época) Ruso, celebrado en marzo de 1898.
En 1900 marcha al extranjero (Suiza, Alemania, Francia e Inglaterra), regresa a su país en 1905 para participar en la primera revolución rusa del siglo, el “ensayo general”, vuelve al extranjero en 1907, luego de la derrota de la misma, y retorna en 1917 tras la Revolución de Febrero, que derrocó al zar. Todo ese período fue de una actividad incesante, de discusión, organización, elaboración teórica y política y preparación para el gran día que avizoraba. Asiste al II Congreso partidista, rompe luego con el menchevismo y funda el Partido Bolchevique y su periódico Pravda (La Verdad), condena la traición de la II Internacional, cuyos integrantes se sumaron a sus burguesías guerreristas, y escribe numerosas obras de enorme importancia, de las cuales no pueden dejar de mencionarse El imperialismo, fase superior del capitalismo, en la cual sintetiza su visión de los elementos que caracterizan el modo de producción capitalista en vísperas de culminar el segundo decenio del siglo XX; El Estado y la Revolución, que rescata y precisa para el movimiento revolucionario la teoría marxista del Estado; las Tesis de Abril, llave táctica certera hacia el Gran Octubre, y otros trabajos en que muestra la incomparable maestría con que va paso a paso tomando el pulso de la lucha de masas y conduciendo la acción de los bolcheviques hasta el desenlace triunfal.
II
Vladimir Ilich Uliánov fue un hombre de carbón (valga la expresión metafórica del maestro Luis B. Prieto Figueroa) que se consumió íntegramente en aras de la felicidad humana. Es la marca de los gigantes de la historia y en el ámbito nacional y nuestramericano nos gloriamos de ejemplos fulgurantes.
Su difícil y apasionada lucha la libró en cuatro frentes fundamentales, sin tomarse jamás un descanso: Contra el capitalismo en su fase imperialista, cuya trama ayudó de manera eminente a clarificar; contra los guardianes del “marxismo oficial”, que se habían dedicado a mellar el filo revolucionario de la teoría de Marx (culminaron como cirineos de sus burguesías guerreristas); contra el feudalismo decadente y capitalismo inmaduro del absolutismo zarista, y por la construcción de la primera sociedad socialista del mundo. Los tres primeros frentes se alimentaban unos a otros en un solo nudo de combate y el cuarto recibía sus influjos para acometer una todavía más colosal empresa.
Las indicadas características marcan su legado, con rasgos circunstanciales inherentes a las condiciones de la lucha en Rusia, y universales que van surgiendo gracias a la magnitud global de la acción y el pensamiento comprometidos.
Intento una síntesis en el océano de temas que abordó:
El de salvaguardar la integridad del marxismo, como guía para la acción dirigida a resolver el problema fundamental de toda revolución, el del Poder, en este caso revolucionario proletario; el de la revolución socialista en las condiciones del imperialismo y sus posibilidades en un solo país; el de la necesidad de la conciencia revolucionaria de las masas, vital para la victoria, y su exterioridad, con la concomitante función del militante altamente formado (un “tribuno popular”) de llevar al seno de ellas la teoría revolucionaria, sin la cual no es posible el movimiento revolucionario; el de la primacía de la organización sobre la espontaneidad, para educar al proletariado en la lucha: “¡Dadnos una organización de revolucionarios!”; el de los roles distintos de la lucha sindical y la revolucionaria, y tantísimos otros, incluyendo el esencial del Estado, en torno al cual se lanza de nuevo lanza en ristre en defensa de Marx:
“Necesitamos un Estado, pero no como el que necesita la burguesía, con los órganos de poder separados del pueblo y en contra de él”, órganos que deben ser “demolidos” y sustituidos por otros “fundiendo la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo en armas”, combinando la coerción a la burguesía con la más amplia democracia para las masas –el pueblo en la calle y las discusiones públicas, “la verdadera democracia para los trabajadores” (aquí estamos a medio camino de ello y el movimiento revolucionario es responsable de su culminación). Sigue:
“En el más democrático Estado burgués, las masas oprimidas tropiezan a cada paso con una contradicción flagrante entre la igualdad formal, proclamada por la ‘democracia’ de los capitalistas, y las mil limitaciones y tretas reales que convierten a los proletarios en esclavos asalariados”.
El desarrollo de la Urss, infortunadamente, torció su rumbo, y Lenin, enfermo y disminuido desde 1922, lo previó y lo sufrió. Como dice Isaac Deutscher, “en los intervalos de los ataques de su enfermedad luchó desesperadamente para hacer que el vehículo del Estado se moviera en la ‘dirección correcta’. Fracasó una y otra vez. Los fracasos lo confundieron”.
Sus temores se expresan en dos cartas finales al Congreso del Partido: “El c. Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia (…) Es demasiado brusco y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio (…) se hace intolerable en el cargo de secretario general. Por eso propongo a los cs. que piensen la forma de pasarlo a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del c. Stalin (…) que sea más tolerante, más leal, más correcto y atento con los cs, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer insignificante. Pero creo que (…) no es una pequeñez o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva”. Desgraciadamente la adquirió.
¿El legado de Lenin? Que lo diga Fidel:
“Nadie como él fue capaz de interpretar toda la esencia y todo el valor de la teoría marxista (…) Pocas veces en ningún proceso –y tal vez nunca en un proceso político– un pensamiento, una mente, una inteligencia haya sido capaz de hacer un aporte tan grande (…) Y quizás no haya página más hermosa que la de aquella lucha de Lenin en defensa del pensamiento revolucionario”.