La mirada de Gerda
En los últimos instantes Gerda Pohorylle pensó en los mejores planos, en la regulación de su objetivo para obtener la foto final, la que removiera conciencias, la que tal vez contribuyera a transformar las estructuras más injustas.
En posición fetal en la cama del hospital como una niña vio como se le venía encima la muerte traicionera, la caída del coche del estribo del general Walter entre el bombardeo nazi, el tanque, el inmenso tanque republicano que marcha atrás la atropelló sin querer destruyendo su frágil cuerpo que no el alma, la bandera de los empobrecidos, el fantasma de Gerda Taro alzada en la lucha tras la cámara, precisando instantes heroicos de la lucha antifascista.
Cuando junto a su antiguo amor André Ernö Friedman inventaron a Robert Capa, un reputado fotógrafo llegado de los Estados Unidos para trabajar en Europa, todo parecía mágico entre la frías noches de amor donde rondaba el fascismo inundando el viejo continente de miedo y terror, jamás imaginaron el triste final en aquellos campos sembrados por las semillas de los héroes muertos.
En el hospital inglés de El Goloso de El Escorial cerró los ojos para siempre el 26 de julio de 1937, seis días antes de cumplir los 27 años, sus nobles huesos reposan entre honores de heroína republicana en el cementerio de Père-Lachaise en Paris, ahí está su foto también, tal vez su cámara siga en España, todavía impregnada de la energía de sus pequeñas manos, el engranaje de sueños, la maquinaria universal para la construcción de un mundo mejor.
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