Somalia: El día más largo del mundo
El 24 de junio de 1992, el entonces embajador estadounidense en Kenia, Smith Hempstone, realizó una visita al campamento de refugiados de el-Wak, al noroeste de Kenia, a solo cinco kilómetros de la frontera somalí. Allí, 400 mil etíopes, somalíes, y sudaneses, se hacinaban hambrientos en una geografía donde solo se destacaba “el sol, el viento seco y caliente, Alá y los fusiles de asalto AK-47”, el arma de fuego que más gente ha matado en el mundo. Su alimentación, cuando la había, consistía en el unimix, un sancocho de maíz molido, porotos, aceite y azúcar. El embajador apunta “los hombres se amarran con una cuerda, para apretar sus estómagos y así reducir los dolores del hambre. La desnutrición, la neumonía, las infecciones del tracto respiratorio superior, la osteomielitis, la anemia y xeroftalmia (conjuntivitis), más las periódicas epidemias de sarampión y tos ferina están haciendo desaparecer a los menores de 5 años”.
Tras la breve gira, el embajador Hempstone elaboró un informe a Washington, al que tituló: “Un día en el infierno”, lo que terminó abriendo el camino a la intervención norteamericana a Somalia.
Empapado de “espíritu cristiano”, en vísperas del Día de Acción de Gracias, el entonces presidente George Bush, en las últimas semanas de su mandato, ordenó la intervención militar “para aliviar una crisis humanitaria en Somalia”. La operación “Restaurar la Esperanza”, se puso en marcha el 5 de diciembre de 1992, depositando en tierras somalíes 30 mil efectivos norteamericanos, a los que Bill Clinton tuvo que retirar con premura, apenas catorce meses después, tras la desastrosa batalla de Mogadiscio, el 3 de octubre de 1993, en la que fueron muertos 19 marines y derribados dos helicópteros Sikorsky UH-60 Black Hawk. Alguien evidentemente no había leído una de las últimas líneas del informe del embajador Hempstone: “si te gustaba Beirut (por el empantanamiento estadounidenses en Líbano) te encantará Mogadiscio”.
Una vez más, en la tarde del último viernes, Mogadiscio recordó que es parte del infierno, cuándo dos coches bomba de la banda fundamentalista al-Shabab detonaron a las puertas de “Villa Somalia” como se conoce el palacio presidencial y en las proximidades de la Agencia de Inteligencia y Seguridad (NISA), causando entre 45 y 50 muertos y cerca de 40 heridos. Tras la explosión frente a la casa presidencial, un grupo de muyahidines intentaron abrirse paso hacia el interior de la residencia, siendo detenidos por la guardia interna. Mientras un segundo coche bomba intentaba romper el cerco e ingresar directamente a la casa de gobierno. El enfrentamiento dejó varios guardias muertos, mientras las pérdidas de los takfiristas solo fueron un muerto y un detenido. El ataque frente al edificio de la Agencia NISA, había sido planeado para impedir que sus agentes llegaran a defender la casa presidencial.
Este fue el primer atentado tras un mes de relativa calma en una ciudad donde este tipo de ataques se repite de manera constante, en octubre último un camión cargado de explosivos mató a 512 personas en pleno centro.
Las acciones de al-Shabab, quienes fueron desalojado de la capital en 2011 y perdieron muchas de sus posiciones en el interior del país, a manos de la fuerza conjuntas de la Unión Africana en Somalia (AMISOM), unos 20 mil hombres de los ejércitos de Burundi, Uganda, Kenia, Sierra Leona, Yibuti y Nigeria entre otros, han recuperado la iniciativa habiendo no solo producidos ataques en la capital sino también se ha reposicionado en zonas rurales dando fuertes golpes al ejército somalí, y a la propia UNISONM, a partir de haber jurado lealtad a al-Qaeda global en 2012. Incluso protagonizó varios ataques en la vecina Kenia entre los más contundentes el asalto al Centro Comercial West Gate de Nairobi en septiembre de 2013 donde murieron 75 personas y resultaron heridos 189, y el ataque a la Universidad de Garissa, en abril de 2015, en que las bajas fueron 152 en su mayoría estudiantes.
Una oleada imparable.
El gobierno central, se encuentra en una nueva encrucijada que puede hacer estallar una guerra en gran escala en las que tiene todas las de perder, con al-Shabaab haciéndose cada vez más fuerte en el valle del Shabelle y Abdulqadir Mumin quien desde 2015 intenta formar un frente en el norte del país, después de abandonar junto a una veintena de hombres al-Shabab, para jurar lealtad a Abu Bakr al-Bagdadí, el líder de Daesh, hoy su fuerza es de varios centenares de milicianos, posiblemente incrementado por veteranos de Siria e Irak. Esta realidad sumada a la estructura clánica de la nación que en muchísimas ocasiones han enfrentado al gobierno nacional, a lo que se le agrega las pavorosas crisis humanitarias y las bíblicas sequias, con casi dos millones de desplazados y otro tanto viendo en campos de refugiados fuera del país, convierten al país en un verdadero campo minado.
En una investigación realizada entre agosto y septiembre pasados y que se entregó en noviembre al presidente Mohamed “Farmajo” Abdullahi, sobre la condición militar de las tropas gubernamentales, han dado a conocer que mucha de la tropa asignadas a bases del interior del país se encuentran desarmadas en un 30 %, mientras que otras lo están prácticamente en su totalidad, además de una preparación física y táctica pésima. Además la evaluación ha dado a conocer que muchas de esas bases no cuentan armas medianas y pesadas o que con las que cuentan están en malas condiciones de mantenimiento. Tampoco es confiable el número de efectivos ya que en el Ejército Nacional, las nóminas indican un número cercano a los 26 mil, a pesar de que ese número incluye efectivos ya jubilados, discapacitados y desertores. Lo que reduciría la cifra real a unos 10 mil. Frente a los casi 7 mil con que cuente al-Shabaab, bien pagos, entrenados y armados.
A esta pésimas noticias hay que sumarle dos más, la primera es que el gobierno estadounidense decidió en diciembre último suspender gran parte de su ayuda militar, debido a la cadena de corrupción que hace que dicha prestaciones, armas e insumos, no lleguen a su destino y se pierdan en un alambicado camino que suele llegar hasta los propios insurgentes. A pesar de que gobierno somalí, que culpó a las administraciones anteriores, y se comprometió a mejorar en ese aspecto Washington no ha cambiado su postura.
La otra mala noticia es que en diciembre ha comenzado el repliegue de los primeros contingentes de AMISOM, que completará el abandonó de Somalia entre 2018 y 2019, esperando que para 2020 Somalia se haga cargo totalmente de su defensa.
Las conocidas divergencias entre el gobierno asumido apenas un años atrás y la cúpula de las Fuerzas Armadas atrasará sin duda el anhelo de conformar un ejército de 22 mil hombres perfectamente armados y entrenados. Al día de hoy el país no puede afrontar los sueldos de soldados, policías y miembros de los servicios de inteligencia.
Este marco anárquico en que se mueve la política somalí, es lo que está permitiendo la recuperación de al-Shabaab, volviendo a controlar vastos territorios en el centro y el sur del país y actuar en Mogadiscio prácticamente a su antojo.
En enero último se conoció un informe en que se afirmaba que al-Shabaab, no solo extorsiona a las pequeñas comunidades en el interior y la costa somalí, sino que está obligando a entregar a sus hijos para que reciban entrenamiento militar y educación religiosa en madrassas wahabitas.
Desde septiembre último la banda integrista ha atacado bases militares, en las ciudades de Bulogudud, Beled Hawo, el-Wak y Barire, asesinado cerca de 100 efectivos y de donde robaron grandes cantidades de armamento. Sabiendo que en muchos casos las fuerzas gubernamentales no contaban con armamento para repeler el ataque.
La administración Trump, ha comparación con Obama ha incrementado de manera exponencial sus operaciones aéreas contra distintos objetivos de la banda terrorista, solo unas 30 a fines de noviembre último, en las que mató a 100 terroristas en un campo de entrenamiento al noroeste de Mogadiscio, frente a las 14 ordenadas por Obama en todo 2016. Así todo no han logrado hacer retroceder al grupo fundamentalista, que sigue extendiendo al infinito aquel día en que el embajador Hempstone estuvo en el infierno.
*Guadi Calvo, escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.