José Antonio Medina Ibáñez •  Opinión •  23/08/2018

El Perdón Devaluado

Las víctimas de abusos sexuales por el poder de la iglesia no coinciden con el Papa Francisco. Ya no les basta el que les pidan perdón.

En la carta papal, Francisco reconoce que existe un informe donde se detalla lo vivido por al menos mil víctimas de abuso sexual en manos de sacerdotes durante aproximadamente setenta años. 

¡70 años! Demasiado tiempo y demasiadas víctimas para que todo se resuelva con un Perdón espiritual, aunque salga del más profundo sufrimiento papal.

Francisco cataloga el hecho como un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia. Pero en su carta no hay una frase al sometimiento de la justicia ordinaria a la que sí está sometido todo viandante.

El Papa dice que existe un gemido que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado. Habría que calcular cuántos papas ha habido en esos 70 años hablando con voz cansada, inaudible e ignorantes de esos aberrantes hechos.

Desconcierta escuchar que todo ello pudo haber sido ignorado, cuando en 2002 el periódico The Boston Globe acusó a la Arquidiócesis de Boston y a su máxima autoridad, el arzobispo Bernard Law, de encubrir los abusos sexuales a niños por parte de decenas de sacerdotes pedófilos entre 1984 y 2002 y, que como castigo fue llevado a Roma como arcipreste de la Iglesia Santa Maria Maggiore donde murió sin el apoyo de Francisco.

Que el Papa reconozca la suciedad que hay en la Iglesia y entre los que la forman, es bueno, pero como él mismo dice, no basta, por ello exige la denuncia. 

Sin embargo eso a lo que el Papa llama ignorado o callado, otros – como lo ha pedido Francisco – ya lo habían denunciado y calificado como de algo cuidadosamente disimulado y ocultado por un poder y un saber presumiblemente no sólo eclesiástico. 

Francisco dice ser consciente, del esfuerzo y trabajo que se realiza en el mundo para garantizar y generar la seguridad y protección de los niños y adultos  vulnerables por parte de los que realizan y encubren estos delitos. 

Posiblemente más fácil hubiese sido escucharle o leerle que su Iglesia exigía que la ley de los tribunales ordinarios resolvieran  esos casos, como en 2010 el cardenal Claudio Hummes, lo pidió.

El pedir que se perdone a la Iglesia, y con ella a los pederastas, resulta ingenuo y devaluado; tanto como creer que el pedir perdón redime, ayuda a aceptarse como pecador, desvergonzado y a comprometerse con sus semejantes; demasiados ejemplos dentro y fuera de la Iglesia ilustran estas palabras.

 
José Antonio Medina IBáñez

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