Cataluña: ¿Callejón sin salida?
Hoy se cumple un año del tormentoso referéndum que se celebró en Cataluña, punto de inflexión de una situación que venía arrastrándose desde hacía años y, a la vez, punto de partida de un nuevo estado de las cosas, en el que coexisten la cronificación de la parálisis política y la estabilización de una dinámica judicial que cabalga, a galope, apartando con brusquedad la vía política, es decir, la salida negociada a una crisis que sólo tiene solución redefiniendo un modelo territorial, el del 78, que hace aguas, y no sólo por tierras catalanas.
El primero de Octubre de 2017 el independentismo respondió, unilateralmente, a la escalada contra el autogobierno catalán que, años atrás, había emprendido el PP con la anulación, por parte del Constitucional, del Estatut pactado en el Parlament y en el Congreso.
El hecho de que el referéndum se llegara a realizar, con la participación en el mismo de más de dos millones de personas, a pesar de todas las medidas que gobierno y jueces pusieron en marcha para evitar su celebración, supuso para el Estado una tremenda humillación. Y ante ésta no reaccionó como un Estado maduro y democrático donde rigen plenamente el Derecho y la separación de poderes. En primer lugar, desencadenó una violencia desmedida contra quienes, ciertamente desobedeciendo mandamientos judiciales pero haciéndolo de manera pacífica, pretendían votar. Y, en segundo lugar, imputando a los dirigentes del procés un delito, el de rebelión, que en ningún caso habrían cometido, por cuanto no se habían alzado violentamente contra las instituciones ni llamado a la población a hacerlo. Desobedecieron, es verdad, pero no perpetraron un golpe de Estado. Así lo han hecho constar las justicias de varios países europeos, que hubieran sido más con toda seguridad si el juez Llarena llega a mantener las euroórdenes de detención contra los fugados, en ese caos de decretarlas y retirarlas en que se ha sumido el magistrado del Supremo, evidencia de su inconsistencia.
Lo cierto es que el panorama en torno a este conflicto no puede ser más desolador: gente encarcelada por un delito que no ha perpetrado, sectores del independentismo empecinados en la vía unilateral, una oposición de derechas (PP y Ciudadanos) que pide acabar, sin ambages, con cualquier atisbo de autogobierno en Cataluña aplicando drásticamente(sin que el Govern haya cometido ilegalidad alguna a fecha de hoy) el 155 sin fecha de caducidad; y un gobierno socialista que, instalado en la parálisis y en gestos contradictorios, no sabe muy bien qué hacer.
El problema, en mi opinión, es que ninguno de los actores citados parece tener claro que hay que negociar el marco de relaciones que Cataluña mantendrá en el futuro con el Estado Español, lo cual resulta evidente ante el hecho de que la mitad de la población catalana aspira a la independencia y bastante más gente quiere, en cualquier caso, decidir. Ciertamente, otra mitad de la población quiere mantener el statu quo: de ahí la necesidad de negociación entre esas dos mitades de Cataluña y de que el acuerdo que surja de las conversaciones se someta a consideración de catalanes y catalanas.
Porque lo cierto es que la crisis del modelo territorial no afecta sólo a Cataluña. Euskadi está moviéndose, de momento con discreción, pero recordando que esa tierra tiene reivindicaciones pendientes(como por ejemplo, que se cumpla en su totalidad el Estatuto vasco). Mirando todo el mundo a Cataluña, ha pasado desapercibida la propuesta de Estatuto que han pergeñado PNV y Bildu( más del 60% del voto popular), que incluye el derecho a decidir. O la más reciente propuesta del templado Urkullu, que aboga por un modelo confederal para solventar la crisis territorial española. Alternativa, por otra parte, no tan descabellada, sobre todo si consideramos que la Constitución española diferencia entre nacionalidades(eufemismo de naciones) y regiones a la hora de clasificar los distintos territorios.
Lo cierto y verdad es que esta parálisis agónica no puede perpetuarse, y ni unos pueden imponer la independencia ni otros un modelo agotado.
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