Sobre la República de Roma, de Arthur Rosenberg
El presente libro, la Historia de la República romana, versa sobre Roma, desde su origen como comunidad socio política hasta el inicio del Imperio, tras la disolución de la República.
Su fin es explicar cómo se constituye Roma como República, y cuál es el proceso histórico que da lugar al paulatino ascenso de las clases subalternas dentro de la República, hasta constituir parte del régimen e imponer un determinado tipo de democracia. Qué especificidad posee esa democracia, como consecuencia de los límites impuestos por las características de las fuerzas sociales constitutivas de la República, y del mismo proceso histórico social que se genera entre ellas. Y cuál es la dinámica histórica posterior que conduce a la quiebra de la democracia y, a la par, de la propia República, y da lugar al Imperio.
El libro, de poco más de 130 apretadas páginas, fue publicado por Arthur Rosenberg en 1921, durante su periodo de la militancia del autor en el partido comunista. Como ya he adelantado en la breve semblanza biográfica, este libro, igual que el otro texto coetáneo que escribiera Rosenberg sobre Atenas, publicado también en esta editorial, Democracia y lucha de clases en la Antigüedad(1), fue redactado como material de reflexión para el movimiento de masas, y en concreto para los cuadros y militantes comunistas, en un periodo de la historia de Alemania de fortísima lucha de clases y agitación social, de asesinatos de militantes izquierdistas y demócratas, que se produce durante el periodo de precaria estabilización de otra República, la República Alemana de Weimar, recién constituida y en constante crisis de régimen.
Rosenberg pretende ayudar a la reflexión política de la militancia comunista sobre la concreta realidad social en la que se encuentra, la de una República que no es socialista pero cuyo fundamental apoyo se limita casi en exclusiva al movimiento obrero organizado, tanto en el KPD, o partido comunista, como en la SED o Social democracia.
Ese mismo año de 1921 se desata en Alemania la hiperinflación del marco, y se produce el golpe militar, protofascista, denominado golpe de Kapp, fracasado, contra la República de Weimar, a cargo de fuerzas militares ilegales, según los acuerdos de rendición firmados por la República, sostenidas bajo mano (2), golpe que fue protegido por el aparato de Estado de la propia República, repleto de reaccionarios pro imperiales, y no fue perseguido por los tribunales.
La caracterización de la obra, de su contexto histórico y de la intención política que el autor le confiere a la misma como instrumento para la reflexión de la militancia comunista, puede precaver al lector que se aproxime a la misma. Un libro sobre la Antigüedad escrito para militantes levanta la sospecha doble del esquematismo y de lo que se denomina críticamente como «Presentismo» historiográfico.
En primer lugar, quiero recordar de nuevo que el autor, Rosenberg, era un historiador eminente, perteneciente a la que entonces era mejor escuela historiográfica de la Antigüedad, la alemana, que había tenido precedentes tan señeros durante la segunda mitad del siglo XIX como Theodor Mommsen (1817-1903), cuya monumental obra sobre Roma, Historia de Roma, marca un hito en el estudio de Roma y todavía hoy sigue siendo tenida en cuenta. Una escuela historiográfica que en la época de Rosenberg tenía en Berlín a una eminencia indiscutida, a quien ya me he referido, el maestro de Rosenberg Eduard Meyer (1855-1930), una de las cimas de la historiografía mundial, mencionado encomiásticamente por el coetáneo Ortega y Gasset, y cuya escuela de trabajo historiográfico se basaba en una crítica textual refinada y rigurosa, ejercida a partir de una erudición vastísima. Hasta la guerra mundial, Rosenberg fue uno de los discípulos predilectos de Eduard Meyer, dada su capacidad intelectual y el rigor y potencia de sus investigaciones.
La tesis de investigación de Rosenberg, de la que he hecho ya una breve referencia, versó sobre los procedimientos electorales, complejísimos, de los denominados Comicios Centuriados de la República de Roma, que entregaban el poder al Patriciado romano. Según Luciano Canfora, los descubrimientos hechos en ella por Rosenberg siguen siendo saber válido actualmente.
Por lo tanto, la síntesis historiográfica que se nos presenta en esta obra corre a cargo de un especialista y está hecha con conocimiento de causa.
En segundo lugar, el presente libro sí está escrito en un estilo que se caracteriza por su claridad expositiva, su precisión, su escaso barroquismo y, en general, por su accesibilidad. El propósito de la escritura es aproximar un saber al lector. Pero el rigor y sencillez del estilo de redacción está al servicio de la exposición de una síntesis de argumentos explicativos, seleccionados críticamente por el autor, que dan cuenta de la historia de Roma. En las páginas se acumulan sin cesar, apretadamente, explicaciones historiográficas que dan razón del proceso histórico, en constante cambio, de la República de Roma.
Este volumen no es, en lo fundamental, una narración descriptiva de acontecimientos, sino una explicación rigurosa del decurso de la historia de Roma a partir de la presentación de las fuerzas sociales en conflicto que, en cada momento de la historia de Roma, impusieron cada transformación concreta en el decurso de la misma.
Esta constante aportación acumulativa de teorías explicativas de primer nivel, que resulta necesaria para hacernos comprender los cambios sociales que impulsan la transformación de una comunidad social durante 300 años, si bien viene expuesta sucintamente, también es presentada sin concesiones, y esto crea otro tipo de dificultad, doblada por el hecho de que se invita al lector a reflexionar políticamente sobre esa explicación.
El lector que lea con poca atención aunque sea tan solo una página puede estar perdiendo elementos explicativos de importancia.
Nos encontramos ante una obra que es una gran síntesis, redactada por un gran especialista, con claridad, no ante un esquema didáctico narrativo.
Precisamente, por ello, el gran historiógrafo Luciano Canfora asume como propia la explicación detallada y matizada, compleja, que Rosenberg da de la caída de la República y el advenimiento de un nuevo orden cívico social, el Imperio, tras el fracaso de los diversos intentos de imponer una monarquía a la oriental –César, Marco Antonio– y la imposibilidad de sostener la antigua República. Luciano Canfora se atiene a esa explicación elaborada por Rosenberg en una de las más importantes y extensas obras del italiano publicadas en castellano, en la que Canfora estudia el periodo final de la República y el advenimiento del Imperio. Me refiero a la obra de Luciano Canfora, Julio César, un dictador democrático, Ed. Ariel, Barcelona, 2000 (primera y segunda ediciones), 480 páginas.
Comparar periodos históricos, cuando se hace con la vastedad de conocimientos y la capacidad de comprender la sociedad que posee Rosenberg, y con la experiencia que le confiere –que le marca– el haber observado la Primera guerra mundial desde el privilegiado observatorio de la oficina de espionaje alemán, esclarece una y otra de las épocas contrastadas, permite aferrar la especificidad de cada una de ellas y, a la vez, inferir conclusiones válidas por analogía.
Precisamente sobre el interés, la validez y la reciprocidad de luces que arroja el trabajo historiográfico cuya investigación se realiza con rigor, pero incluyendo, también –pero no solo– en la heurística, la propia experiencia vivida por el historiógrafo, nos da también razón el gran historiógrafo, muerto hace muy pocos años, Edward Palmer Thompson.
Como sabemos, Thompson trabajó sobre la constitución de la clase obrera inglesa, a comienzos del siglo XIX, y sobre lo que él denominó la «Economía moral de la multitud» y las luchas de clases, sin que aún hubiese clases sociales, durante el siglo XVIII, consciente de la especificidad irrepetible de aquellos periodos, pero iluminando esos periodos desde las experiencias que habían enriquecido su vivir durante el periodo de la Segunda guerra mundial, y los años previos, así como desde su experiencia como voluntario en la reconstrucción de Bulgaria en los años inmediatos al final de la guerra; la experiencia de los Frentes Populares, tan inestimable como fugaz. Una experiencia de su mundo presente que le permitía comprender mejor el pasado estudiado, y que, a su vez, recibía luz de ese otro mundo anterior.
Y viceversa, es el rigor intelectual, la comprensión concreta del conflicto social histórico de una época, aferrado en su singularidad específica, del que depende un decurso histórico irrepetible, lo que puede permitirnos extraer saber sobre nosotros mismos y nuestra singularidad, presentes; sobre las características contradistintas, singulares de nuestro hacer concreto, sobre sus posibles consecuencias, comparadas con las de aquella otra época; sobre la irremediabilidad de las consecuencias de lo hecho, y los límites que nos oponen las fuerzas con que nos confrontamos.
Vuelvo a la obra que nos ocupa. El lector que conozca bibliografía marxista descubre que en la heurística explicativa elaborada por Arthur Rosenberg para esta obra, se incluye también, de forma capital, y junto a su propia experiencia de vida, uno de los grandes textos escritos por Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte. Breve redactado de poco más de 100 páginas que nacía originariamente, no como obra historiográfica, sino, al estilo de la obra de los «jístores» helénicos, como obra de reflexión sobre el inmediato presente: como conjunto de artículos sobre el reciente golpe de Estado de Luis Napoleón, que iban a ser publicados, en principio en un periódico de Nueva York.
El dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte es, también, a su vez, una obra periodística elaborada por un político práctico, que acumulaba experiencia de praxis política, tras el fracaso de la Revolución en Alemania, y que conoció los acontecimientos franceses de primera mano y los reflexionó a la luz de su experiencia política.
Sin embargo esa breve obra ha sido fundamental para la historiografía y también para el análisis político. Porque ha proporcionado a innumerables historiadores y políticos, entre ellos Antonio Gramsci, las claves para comprender las causas de los fracasos de las revoluciones habidas en Europa, con la excepción de la Rusa, y las características de los regímenes que se instauraron tras ellas. El fascismo italiano, por ejemplo. Regímenes políticos que poseían una característica novedosa, la aparición de regímenes reaccionarios surgidos con la participación de masas inorgánicas movilizadas.
La explicación elaborada por Marx en su obra sigue la actividad organizada de las diversas clases sociales, y de las fuerzas políticas orgánicas de cada una de ellas. En el caso de la obra de Marx, burguesía, clase obrera, campesinado, y clases pequeño burguesas o clases medias de pequeños propietarios.
Marx explica cómo la burguesía, que había accedido al poder tras el hundimiento del Imperio Napoleónico, como resultado de la intervención extranjera –1815– seguía siendo una clase endeble, porque no había conseguido organizar un proyecto social que atrajera y diese cabida y alternativa vital a la mayoría de la sociedad, de forma que se hubiese generado un consenso social mayoritario en torno a su proyecto social, ya fuese este un consenso activo o pasivo.
Me permito recordar al lector que, tal como consta en este prólogo, ya el gran Aristóteles consideraba que todo régimen que posee continuidad en el tiempo y estabilidad política, la obtiene porque concita el consenso, la hegemonía –poder hegemonikós– sobre una mayoría social, que encuentra en ese orden social la posibilidad de vivir cotidianamente. Sea o no democracia.
Esa era la situación de fondo que posibilita el desencadenamiento de la revolución del 48 y la instauración de la Segunda República francesa. Por su parte, la clase obrera francesa, minoritaria dentro de las clases subalternas, a su vez, fue incapaz de atraerse y poner en pie al campesinado francés, que constituía el contingente mayoritario, con mucho, de las clases explotadas. Rosenberg explicaría años después, en otro de sus grandes libros, el más importante de los grandes libros escritos por él (3), las causas de esto. La clase obrera organizada cae en el error de aceptar la propuesta de la «República Social y Democrática» o Segunda República francesa, que preservaba sus intereses corporativos. Consistía esta propuesta en disminuir los impuestos a los trabajadores manuales, para compensar su nivel salarial, y en descargar, en contrapartida, el grueso del pago de los impuestos sobre el campesinado, que debía pechar con el costo de la República. Una clase campesina desorganizada políticamente por aquel entonces –cada familia campesina es comparada por Marx con una patata dentro de un saco de patatas en la que cada unidad vivía de espaldas al resto–, y sometida al poder implacable de los usureros (4). Estas medidas le enajenaron, tanto a la República como a la clase obrera, el apoyo de la clase social explotada mayoritaria, el campesinado.(5)
Una vez aislada, la clase obrera organizada, que vertebraba la única posibilidad real de alternativa política y social, pudo ser exterminada. La lucha de la clase fue heroica, y un ejemplo de dignidad. Pero ya no tenía posibilidades de éxito, debido a su ceguera previa. Cuarenta mil muertos en tres días de junio de 1848, en las barricadas de París.
En esa situación de incapacidad general de las diversas clases sociales para poder organizar un proyecto de sociedad y de vida, por mutua destrucción, surgen grupos sociales que se organizan al margen de las agregaciones sociales orgánicas, y que establecen nuevas posibles alternativas de poder, cuya viabilidad se abre paso precisamente por el fracaso de las alternativas de las clases sociales existentes, por la necesidad de hallar soluciones para la vida, que siente toda la sociedad, y por la existencia, en esos mundos sociales, de miles, o decenas de miles, centenas de miles, quizá, de individuos que han generado experiencias de vida al margen de las clases organizadas existentes.
El «Imperialismo» es otra de las nociones interpretativas fundamentales, junto con la experiencia política y la obra de Marx citada, utilizada por Rosenberg.
La noción de Imperialismo es el fundamento heurístico de valor inestimable, a mi juicio, del análisis geopolítico de la izquierda.
Como sabemos, desde fines del XIX se desarrolla una nueva fase del capital, expansiva, consistente en tratar de dominar mediante el control directo de nuevos territorios las fuentes de materias primas necesarias para la producción y los mercados en los que vender las mercancías producidas, en un mundo en el que la saturación comercial era un hecho.
Es el colonialismo moderno, que implica la expansión de las grandes potencias, tanto las europeas, como Estados Unidos y Japón, por todo el planeta. Para lo cual se crean poderosos ejércitos coloniales y grandes escuadras, y grandes cuerpos administrativos coloniales, que instauran el Estado europeo en un territorio exterior a Europa.
Por esas mismas fechas, el capitalismo genera o elabora nuevas formas intelectuales de estudio, adecuadas a la nueva situación de sistemática intervención internacional por motivos inmediatamente económicos, y de subsiguiente choque inevitable con otras potencias europeas expansivas. Se elabora, por ejemplo, la misma noción de «geopolítica» –1899 a cargo del sueco Rudolf Kjellem; su obra más afamada data de 1916. En 1902, un intelectual de izquierdas, no marxista, da la réplica y construye un concepto heurístico fundamental para el pensamiento de izquierdas, y que inaugura la interpretación geoestratégica de la izquierda que permite comprender y estudiar el comportamiento de las grandes potencias colonialistas: Imperialismo. Noción elaborada por John A. Hobson, un intelectual no marxista, reformista, socialdemócrata inglés (6). En 1916, Lenin publica su clásica obra sobre el imperialismo.
El concepto no pertenece a Marx, que muere en un periodo en el que, si bien se daban ya pasos hacia la creación de nuevas colonias –Inglaterra, Francia, Estados Unidos y sus anexiones–, no se percibía la amenaza de una confrontación inminente entre ellas por el reparto del mundo.
Las potencias exitosas en el dominio de nuevas grandes regiones planetarias se garantizaban, de una parte, que la metrópoli recibiera cantidades masivas de riqueza; también la administración del Estado sorbía gran cantidad de riqueza por vía de impuestos. Todo ello podía permitir clientelizar a partes de la propia población pertenecientes a las clases dominadas o subalternas de la metrópoli. La necesaria creación de nuevas y colosales instituciones administrativas y represivas, tales como el ejército permanente, y la administración, cuyas bases estaban compuestas normalmente por individuos procedentes de las clases pobres, permitía la integración de los mismos, en tanto que funcionarios o militares, de forma inmediata, en una comunidad de vida diversa de la de su clase social originaria, sostenida de manera prolongada. Este hecho constituía para ellos una experiencia formativa que acuñaba una caracterización social diversa, específica y distinta a la de la clase social de origen de estos grupos, que iba mucho más allá de los simples intereses económicos, y que también les permitía aspirar sensatamente a alcanzar, al retirarse de la vida activa, funcionarial o militar, un nivel de vida interesante.
Este es el caso de los soldados, movilizados en ejércitos coloniales permanentes, semejantes a los existentes durante el periodo final de la República de Roma.
La experiencia formativa que implicaba la participación durante un periodo prologado de tiempo en un ejército en guerra, es también un hecho que se produce masivamente en la Europa de la Primera guerra mundial, y que Rosenberg observa en esos momentos. Millones de campesinos arrancados de sus aldeas, sometidos a condiciones de vida –y muerte– excepcionales, a la inactividad cuando no había combate, y a la percepción de que el único mundo real, del que dependía de forma inmediata su vida y su propia vida, era el ejército, sus compañeros de armas. Un mundo experiencial en disrupción completa con el mundo anterior, debido al cual desrealizaban y olvidaban sus anteriores formas de vida. Y al término de la guerra, resultaban ser masas de personas inadaptadas a la vida civil campesina anterior. Formaban bandas armadas –frei korps– que hacían de la guerra su modus vivendi, del ejército y el culto a la violencia, su cultura, y de los compañeros de armas sus únicos semejantes respecto de los que ejercer solidaridad. Como profesionales de la guerra exigían tener trabajo y un futuro. Como individuos sometidos a terribles experiencias formativas prolongadas y a solidaridades de cuerpo, a vida o muerte, eran seres asociales. Precisamente los primeros estudios sobre ese comportamiento extraño de los ex soldados vueltos a sus mundos de vida anteriores, sobre su sentimiento de pertenencia a un mundo militar y su sentimiento de ajenidad respecto de la aldea, donde su experiencia era imposible de ser entendida, datan de la primera postguerra mundial.
Hemos de tener esto en cuenta cuando Rosenberg documenta y destaca para nosotros el dato de que durante el periodo de guerras civiles previo al Imperio romano, solo en occidente llegó a haber 250 mil soldados formados por proletarios y campesinos pobres (pág. 158), acostumbrados a un tipo de vida diferenciada durante decenios, que participan en los botines de guerra obtenidos por sus generales, y que exigen soluciones vitales satisfactorias, al margen de su sociedad.
Si el lector me permite una observación marginal, habitualmente las películas y series televisivas estadounidenses nos explican reiteradamente, si bien de forma excesivamente banal, este hecho que es actual para su sociedad. La existencia de más de dos millones de ex soldados jubilados, con altísimo índice de inadaptación a la vida civil, con tasas muy altas de suicidios, una vez se ven obligados a dejar el ejército, en el que han recibido buenas pagas, y gracias a cuyo servicio militar poseen privilegios económico sociales, etcétera.
En resumen, junto a la obra de Marx referida, también todo este conjunto de características, que son puestas de relieve por los estudios sobre el Imperialismo y sus consecuencias, incluidas las guerras masivas y devastadoras, y entre ellas, la misma experiencia de la Primera guerra interimperialista mundial, en la que él mismo participó, son tenidas en cuenta por Arthur Rosenberg al analizar el mundo romano, y sobre todo, el periodo final de la República.
Rosenberg maneja todo ese caudal de conocimientos en un doble movimiento intelectual. Para explicar el periodo de inestabilidad de la República de Roma, y los factores que indujeron a su hundimiento. Y todo ello, mediado, matizado, y sin determinismos, para ayudar al militante comunista de los años veinte a comprender y reflexionar sobre la República de Weimar y sobre cómo poder intervenir en favor de las clases sociales subalternas, en esa situación de desestabilización política y atomización social.
Para que el lector pueda hacerse una idea de la finura e inteligencia con la que Rosenberg practica ese movimiento erudito y reflexivo, cómo recoge y reelabora las geniales interpretaciones de Marx, etcétera, me voy a permitir resumir aquí algunos elementos clave de su obra, que resultan esclarecedores. Algo necesario, dado que la experiencia inmediata nuestra como lectores no es la del público al que se dirige Rosenberg, que está recién salido de la experiencia de la Primera posguerra imperialista mundial.
En consecuencia, elementos cuya interpretación, una vez elaborados por Rosenberg, resultaría evidente a un lector alemán que viviera en la República surgida de la gran derrota del «Kaiserreich », necesitan, para nosotros, de una somera reinterpretación para que nos resulten inteligibles en aquel grado. Por ello, paso al esquema de la obra.
En la obra se nos presenta Roma, en el origen, como uno de los veinte cantones latinos existentes, que hasta el siglo VI antes de Nuestra Era, fue una monarquía. En el siglo V a N.E. pasa a ser una República patricia, dirigida por nobles. Sometidos a ellos, que eran terratenientes, estaban los campesinos, jornaleros, proletarios y comerciantes. Sin embargo, las clases subalternas, mayoritariamente, no eran esclavos, sino personas dominadas y explotadas.
Precisamente, y tal como adelanté, la escuela de historiografía antigua germánica insistió siempre en que la esclavitud, el esclavismo, no era la forma mayoritaria de explotación. Es más, el esclavismo –o el siervo de la gleba del final de Imperio Romano– crece al final de la Antigüedad y es causa del desplome de esas sociedades. De lo contrario, no sería posible la existencia de la historia de las polis, o civitas antiguas, de «Repúblicas».
La situación de dominio por parte del patriciado romano sobre los plebeyos, campesinos, tanto pequeños propietarios como jornaleros, y sobre los obreros y comerciantes de la ciudad, se sostiene hasta el 387 a N.E.
En esa fecha una banda de galos, perteneciente a las tribus galas que habitaban el norte de Italia, la denominada Galia Citerior, que se corresponde geográficamente, en buena parte, con el Lombardo Véneto, hace una incursión sobre Roma. La banda derrota al pequeño ejército patricio de caballeros e invade Roma, y se debe pagar rescate por la ciudad.
Esto impone la necesidad de reclutar un ejército de infantería numéricamente suficiente, para lo que hay que recurrir a la leva entre los pobres proletarios y campesinos. Para ello, deben ser concedidos derechos a los pobres que se incorporen al ejército. Se consigue la organización de un ejército de infantería de 4 legiones –12 mil soldados de infantería. Los galos que vuelven a tratar de repetir la misma aventura al poco tiempo, son aplastados.
La consecuencia es que las clases subalternas emergen por vez primera a la vida de la República como sujeto cívico político e irán paulatinamente adquiriendo preponderancia. Es el estatus cívico, y las luchas subsiguientes, de índole política, por el reconocimiento pleno como ciudadanos, lo que se convierte en el motor de las luchas de clases entre patricios y plebeyos, no las luchas inmediatamente económicas.
Impulsada por la clase dominante, la República se irá expansionando por Italia, pero se practica una política de fusión y de federación con los pueblos sometidos. Esto garantiza una mayoría de personas libres, que son reconocidas como ciudadanos, lo cual redunda en la capacidad de movilización militar y de defensa de la República.
La clase numéricamente mayoritaria, y que es la más independiente y autónoma de las subalternas, en Roma es el pequeño campesinado libre. Existen también grandes terratenientes plutocráticos, que poseen esclavos y haciendas grandes. Rosenberg insiste en la posibilidad de la coexistencia de grandes latifundios junto a un numeroso campesinado libre dotado de tierras, debido a la gran extensión de las tierras no habitadas que había en ese tiempo en la península de Italia. Los pequeños campesinos no tenían esclavos. Recordemos que, según Aristóteles, el esclavo del pobre es el buey.
Para el 280 a N.E. la expansión mediante federación en igualdad con los pueblos derrotados posibilita la existencia en la República de 700 mil hombres libres y 3 millones de habitantes –familias de esos pater familias–, en su inmensa mayoría, pequeño campesinado. Un poder militar en potencia, inigualado en ninguna otra parte del mundo conocido por la época.
Hasta aquí, la consolidación de la República.
Notas:
1. Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la Antigüedad , Ed. El Viejo Topo, B. 2006, 158 páginas. Traducción, prólogo y notas de Joaquín Miras Albarrán
2. La denominada «Reichswehr negra». Ver el libro clásico de Franz Neumann: Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional-socialismo . Para los años veinte, en especial, «Introducción» y «Capítulo Primero». Ed FCE. México (1943) 2ª edición en español, 1983
3. Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo. Historia política de los últimos 150 años (1789-1937) . Ed. Pasado y Presente, México, 1981 (1938). En próxima edición por El Viejo Topo.
4. Según nos explica Karl Marx, el campesinado, durante esa época, sí era diferenciable como clase en la medida que poseía una cultura material –antropológica autónoma, una «sittlichckeit», «eticità» o sistema de costumbres específico. Sin embargo estaba atomizado políticamente. «Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones.
(…) En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir , por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase. Por cuanto existe entre los campesinos una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional ninguna organización política , no forman una clase». El dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte, (reproducción de la trad. de Ed. Progreso, Moscú, Ed. Espasa Calpe, col. Austral, M. 1985, p. 349.
5. Que durante la década de los cuarenta el campesinado francés hubiese estado desorganizado, y por tanto, también en el «occidente» durante la contemporaneidad, hubiese habido una sociedad en su mayoría «gelatinosa» –para utilizar términos de Antonio Gramsci–, no quita que durante la Revolución Francesa el campesinado francés, organizado culturalmente y estructuradamente mediante una actividad de más de cien años, fuese el motor de la revolución. Y las seis jacqueries campesinas, de ámbito nacional, fuesen, al decir de Florence Gauthier, las seis diástoles que impulsaron los momentos revolucionarios del proceso iniciado en 1789.
6. El lector podrá encontrar versión actual del libro de Hobson, junto con el libro sobre el imperialismo escrito por Lenin, en el volumen: John. A. Hobson y Vladímir I. Lenin, Imperialismo, Ed. Capitán Swing, Madrid, 2009.
Fuente: Fragmento del prólogo de Joaquín Miras al libro de Arthur Rosenberg Historia de la República romana.
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