El Título III y el amargo trago de Bacardí
Los herederos de Don Facundo Bacardí chocaron copas el pasado 17 de abril, cuando tanto John Bolton como Michael Pompeo anunciaron la activación total del Título III de la Ley Helms-Burton. Era el completamiento añorado de su más perverso proyecto contra Cuba, al que le dedicaron abundantes recursos y abogados.
«Respaldamos el derecho y la capacidad de los afectados para buscar justicia y evitar un mayor tráfico de propiedades robadas», había expresado la compañía en un comunicado a raíz de conocerse la decisión de la administración Trump de autorizar los juicios en Estados Unidos contra compañías que se beneficiaran de propiedades legalmente nacionalizadas o confiscadas en Cuba tras el triunfo revolucionario.
Fue en los despachos de la Bacardí donde se redactó en esencia, a principios de los años 90, ese capítulo III y otras partes importantes de la injerencista y extraterritorial legislación, que después se haría conocida por los nombres de los dos legisladores alquilados para presentarla al Congreso. Asesores contratados como Otto Reich y Roger Noriega trabajaron en el engendro junto a los abogados de la compañia del murciélago y de la Fundación Nacional Cubano Americana.
El propósito esencial de la Bacardí era reforzar el bloqueo contra una Cuba duramente golpeada por la desaparición del campo socialista y de casi todo su comercio, para provocar el colapso económico y político, y castigar la «osadía» revolucionaria de confiscar para el bien popular las propiedades de la gran burguesía cubana. Amén de codificar el bloqueo en una sola ley y quitarle al presidente (por entonces Bill Clinton) la posibilidad de manejar verdaderamente la política exterior hacia Cuba.
Los Bacardí soñaban con aquellos tiempos en que la firma era parte de la élite que manejaba Cuba de consuno con las grandes empresas estadounidenses; aquellos años en que Pepín Bosch, cabeza de la compañía, era uno de los hombres más poderosos del país, llegó a ser Ministro del Tesoro del gobierno de Carlos Prío Socarrás y uno de los escogidos por Washington para conformar el gobierno provisional que tras la huída de Batista debía evitar la llegada al poder del Ejército Rebelde y su líder Fidel Castro.
Cuenta la profesora Francisca López Civeira que la CIA y el Departamento de Estado enviaron a Cuba, en diciembre de 1958 a William D. Pawley, un hombre de negocios conocido en Cuba, para negociar la salida de Batista. «El ofrecimiento que se preparó para que Pawley presentara a Batista consistía en que este renunciara y saliera con su familia hacia su propiedad en Daytona Beach, sus partidarios no sufrirían represalias y Estados Unidos entregaría armas de inmediato al gobierno provisional que se organizaría, el cual prepararía elecciones libres en 18 meses. Ese gobierno estaría en manos de una junta cuyos integrantes Pawley también informaría a batista. Estos eran: el coronel Ramón Barquín, el general Martín Díaz Tamyo, el mayor Enrique Borbonet, José Pepín Bosch, de la firma Bacardí, y un quinto nombre que Pawley no reveló. La misión tendría un carácter secreto»
Lo que el emporio Bacardí quiere recuperar
El 13 de octubre de 1960, el Presidente Osvaldo Dorticós firmaba la Ley 890, que establecía la expropiación de varias propiedades privadas en el país, con derecho a indemnización, en base a la utilidad pública y el
interés social y nacional, para una justa redistribución de la riqueza nacional y poder enfrentar las acciones adversas a la Revolución de esa gran burguesía.
Entre las empresas nacionalizadas desde esa fecha estaban propiedades de la familia Bacardí como la Compañía Ron Bacardí, sus tres Cervecerías y la Molinera Oriental S.A.
Para entender el peso de la familia Bacardí en la vida económica cubana y la riqueza que atesoraba basta remitirse al acucioso libro «Los Propietarios de Cuba 1958» de Guillermo Jiménez. Allí se dice que José María Bosch Lamarque (Pepín) era uno de los 15 propietarios más poderosos del país.
Bosch, casado con Enriqueta Schueg Bacardí (una de las principales herederas de la familia Bacardí) era el Presidente y Accionista de la Compañía Ron Bacardí S.A, la más importante dentro de su sector y la tercera entre las principales industrias no azucareras por el número de trabajadores. Era a su vez Presidente y accionista de la Cervecería Modelo S.A en el Cotorro, filial de la Compañía Ron Bacardí S.A y una de las 3 fábricas de cerveza y malta Hatuey; tenía intereses en la Cervecería Central S.A en Manacas Villa Clara (también del grupo Bacardí); era propietario del Motel Rancho Club en Santiago de Cuba; miembro del grupo de cubanos que controlaba el 20% de la Corporación Intercontinental de Hoteles S.A, arrendataria del Hotel Nacional; Presidente y Propietario de la Minera Occidental Bosch S.A, que operaba en Matahambre, Pinar del Río; dueño de importantes acciones en la Petrolera Transcuba S.A; accionista y miembro de la Junta de Directores de la Compañía Cubana de Fianzas; Miembro de la Junta de Directores y Accionista de The Trust Company of Cuba, el más importante banco del país; uno de los principales accionistas de Fomento de Obras y Construcciones S.A, propietaria del edificio FOCSA; y Presidente del club privado La Torre, sito en uno de los pent-house del propio edificio FOCSA. Vivía en uno de los más imponentes palacetes del Country Club.
Otro de la familia, el biznieto de Facundo Bacardí, Emilio Bacardí Rosell, aunque menos poderoso que Pepín, era Propietario Familiar de la Compañía de Ron Bacardí S.A; Propietario Principal de Miguel & Bacardi Ltd, un holding que controlaba varias rutas de ómnibus urbanos e interurbanos de Santiago de Cuba, distribuía piezas de autos y gomas Good-Year y vendía en La Habana colchones de gomas, cojines, almohadas y planchas importadas; era además el Propietario de la Compañís Urbanizadora Colinas S.A.
Su hermano Daniel era Vicepresidente Primero y Accionista de la Compañía Ron Bacardí S.A y Vicepresidente Primero y Accionista de la Molinera Oriental S.A, propiedad principal de la familia Bacardí.
En la fundamentación de la Ley de Nacionalización se establecía:
POR CUANTO: Es evidente que ese desarrollo no puede lograrse sino
mediante la planificación adecuada de la economía, el
aumento y racionalización progresiva de la producción y el control
nacional de las industrias básicas del país.POR CUANTO: Muchas de las grandes empresas privadas del
país lejos de asumir una conducta consistente con los objetivos y
metas de la transformación revolucionaria de la economía nacional,
han seguido una política contraria a los intereses de la Revolución
y del desarrollo económico, cuyos signos más evidentes y notorios
han sido el sabotaje a la producción; la extracción del numerario
sin reinversiones adecuadas; la utilización exagerada de los
medios de financiamiento sin empleo del propio capital operativo
con la ostensible finalidad de acumular efectivo y de invertirlo en el
extranjero previa obtención clandestina de divisas, y el abandono
frecuente de la dirección directa de las fabricas lo que, en muchas
ocasiones, ha obligado la intervención por el Ministerio del Trabajo
en evitación preventiva de la crisis laboral que el cierre o la
disminución de la producción puedan crear.POR CUANTO: Esa conducta resulta aún más definidamente
contraria a los intereses de la Revolución por ocurrir a pesar de que
ha aumentado considerablemente el consumo del país y, por
consiguiente, se ha ampliado el mercado interno para dichas
empresas.POR CUANTO: El desarrollo económico de la Nación ha requerido,
como condición insoslayable, la radical transformación de la
estructura de nuestro comercio exterior, para lo cual se ha
impuesto el control nacional de las importaciones mediante el
funcionamiento del «Banco para el Comercio Exterior de Cuba» y
es evidente que la subsistencia de las grandes empresas
importadoras que operan bajo el solo estímulo de la ganancia y
que como intermediarias en el mecanismo de la distribución no
cumplen ya función alguna en el economía nacional, constituye un
obstáculo a la ejecución de la nueva política de comercio exterior.POR CUANTO: El proceso revolucionario impuso la necesidad de
dictar leyes cuyo contenido de beneficio popular tendía a liquidar
los privilegios de ciertos núcleos económicos los que,
reaccionando violentamente, ignoraron y violaron esas leyes,
llegando aún al extremo de financiar con los dineros mal adquiridos
a grupos contrarrevolucionarios en franca alianza con el
imperialismo financiero internacional y constituye la mejor
respuesta a esas actividades que el Gobierno Revolucionario, con
serena valentía, promulgue las leyes necesarias a la defensa y
consolidación de la Revolución Cubana.
Por dónde le entra el agua al coco
En el largo rosario de planes para derrocar a la Revolución Cubana ha estado no pocas veces la sombra del clan Bacardí. Como apunta Tom Gjelten en su libro “Bacardi and the Long Fight for Cuba: The Biography of a Cause” , «…el Sr. Bosch y varios otros miembros de la familia Bacardí extendida, entre los que destaca Jorge Mas Canosa, un magnate y empresario de la construcción de Miami, encabezaron los esfuerzos de los exiliados cubanos para derrocar a Castro». Sus huellas van desde la participación en la fallida invasión mercenaria derrotada en Playa Girón en abril de 1961, pasando por el financiamiento de misiones para bombardear las refinerías petroleras cubanas y la creación y sustento de la organización terrorista Representación Cubana en el Exilio (RECE), hasta los más de cinco millones de dólares gastados en los 90 en cabilderos anticubanos y políticos corruptos como el exrepresentante a la Cámara Tom DeLay o el ultraderechista Jesse Helms, el armado de la ilegal Sección 211 y el financiamiento de planes subversivos diversos contra Cuba.
Tal ofensiva anticubana tiene un importante epicentro en los principios de la década del 90 cuando Cuba se abrió al capital extranjero y la empresa francesa Pernord Ricard se asoció con CubaRon para fundar la empresa mixta Havana Club International. Bacardí vio nacer así un potente competidor para su predominio en el mercado mundial de las bebidas espirituosas, particularmente el ron, al cual había que detener.
Para cuando sus propiedades fueron nacionalizadas en 1960 y la familia Bacardí se fue del país, esperando regresar pronto a recuperar esa enorme riqueza, ya la compañía tenía buena parte de su capital y bienes, incluída la marca, asentados en otros países. Tenían destilerías en México y Puerto Rico. Después abrirían operaciones también en Estados Unidos, Bahamas y España y hasta una destiladora en Brasil. Cinco años después ya estaba asentada legalmente en Bermudas. Poco a poco, entre divisiones y uniones familiares, la compañía fue creciendo hasta convertirse en la mayor vendedora de bebidas alcohólicas en el mundo, con una cartera de rones, vodkas y hasta tequilas.Mas la joya de la empresa era el ron Bacardí; dueño casi absoluto del mercado durante años.
Pero, los herederos de Don Facundo sabían que la melaza y el alcohol de Cuba son inigualables a la hora de hacer ron. La modesta empresa mixta creada en 1993 comenzó a abrirse paso en el mercado mundial de la mano de Pernord Ricard. Cuando se constituyó en noviembre de 1993, la compañía Havana Club Internacional apenas tenía a seis empleados, ahora posee más de 600. De vender menos de 300 mil cajas de ron (de nueve litros), ya comercializó en el 2018 más de 4 millones 600 mil cajas en unos 120 países.
Aunque no puede comercializarse en Estados Unidos, el mayor mercado de bebidas espirituosas en el mundo con un monto de ventas de 44 mil millones de dólares, el Havana Club es cada vez más conocido, alabado y premiado en el resto del planeta.
Liquidar la competencia
Ante la sombra amenzante del exquisito Havana Club, los dueños de Bacardí acudieron al arsenal de triquiñuelas y sucios manejos que bien han aprendido en el feroz mercado donde han logrado imponerse (1) y en su oscuro involucramiento en los planes agresivos contra Cuba.
Primero lograron aprobar en 1996 la Helms-Burton, uno de cuyos objetivos era amedrentar la inversión extranjera en Cuba.
Después, le «compraron» en 1997 a la familia Arrechavala, por 1.25 millones de dólares, la supuesta propiedad de la marca Havana Club, un acto sin valor real dado que los dueños habían abandonado la marca hacía más de 30 años y, por tanto, habían perdido su propiedad intelectual.
Acto seguido, financiaron con generosidad a Iliana Ross, Lincoln Díaz-Balart, Bob Menéndez, Coney Mack,Tom DeLay y otros legisladores anticubanos para imponer en el Congreso una percha a la Ley Omnibus de Asignaciones para el Año Fiscal 1999, codificada como Sección 211, que establecía que ningún tribunal estadounidense reconocerá derechos sobre marcas registradas y nombres comerciales que se usaron en propiedades nacionalizadas o confiscadas por la Revolución; con lo que se abría camino al intento descarado de robo de la más reconocida marca de ron legítimamente cubano.
Finalmente, se fueron a un Tribunal Federal en Nueva York para que un juez, en base a la 211, declarara nulo el registro en EE.UU de la marca cubana Havana Club, inscrita por CubaExport en 1976 y renovada sin contratiempo desde entonces. A su vez, concedía a Bacardí el uso de la marca en suelo estadounidense, lo cual ha propiciado que desde entonces vendan un «Havana Club Hecho en Puerto Rico» en algunos de sus mercados en EE.UU, particularmente en Florida, en un engañoso acto comercial.
A partir de ese momento se sucedieron varias disputas judiciales sobre el uso de la marca, hasta que, en enero de 2016, al influjo del cambio de política hacia Cuba de la administración Obama y habida cuenta del abrumador rechazo internacional a la Sección 211 por su carácter aberrante, la Oficina de Patentes de EE.UU anunció la reinscripción de la marca cubana a favor de CubaExport, con la posibilidad de solicitar una renovación de diez años.
La noticia ofuscó al clan Bacardí. La compañía salió de inmediato a declarar su sorpresa porque el gobierno Obama «haya tomado medidas para permitir que el gobierno cubano intente resucitar este registro muerto». Más atrás vinieron los pronunciamientos de los lugartenientes políticos: Ileana, Marco Rubio, Mario Díaz-Balart, Bill Nelson, lanzando sus dardos contra la Casa Blanca.
Pese al reconocimiento de la marca (recordar que EE.UU tiene reconocidas en Cuba más de 6 mil marcas), la venta del ron cubano sigue prohibida por las leyes del bloqueo y la vigente sección 211. Bacardí sigue vendiendo su apócrifa versión de Havana Club en EEUU a pesar de estar técnicamente violando la marca registrada. Sin embargo, por el momento, la marca Habana Club tiene reconocido su origen cubano en EE.UU y miles de botellas del ron cubano han viajado hacia suelo estadounidense en los tres últimos años en los equipajes de los visitantes estadounidenses a nuestro archipiélago.
Como señalara en una entrevista con la CBS, hace par de años, el principal ejecutivo de Havana Club Internacional Jérome Cottin-Bizzone: «En Cuba sabemos cómo ser pacientes. Mira, todo el ron a nuestro alrededor, todos estos barriles. Son años y años de envejecimiento. Años y años de dedicación. Sabemos que un día podremos vender nuestro ron, Havana Club, el verdadero ron cubano hecho en Cuba, y que el consumidor estadounidense tendrá la oportunidad de disfrutarlo.
«Los consumidores en los Estados Unidos beben el 40 por ciento del ron del mundo, lo que explica por qué se están apilando barriles en Cuba en preparación»..
Un cóctel de subversión
El consorcio Bacardí no sabe de calma con respecto a Cuba. La época de financiar terrorismo anticubano quizá haya quedado atrás; ahora se destinan fondos para programas de influencia y subversión.
En esa perversa comunión de dame que te doy que es la política estadounidense, Bacardí es un notorio donante a las campañas electorales federales y del estado de la Florida, a la vez que recibe conspiscuos aportes del presupuesto estadounidense para su Fundación.
Un reciente reporte del periodista Tracey Eaton en su Cuban Money Project revela cómo la Fundación Bacardí ha sido de las instituciones beneficiadas con parte de los más de 22 millones de dólares que la administraciónn Trump ha destinado a proyectos subversivos contra Cuba desde 2017.
En el actual reporte, Eaton cifra en $ 288,283 el dinero que la Bacardí recibió de la USAID para proyectos vinculados a la partida «empresas». Ya en noviembre de 2018, Eaton señalaba que la USAID había entregado a la Barcardí Family Foundation $1,553,494 para trabajar en la «promoción de la democracia» en Cuba.
¿Para qué ha usado Bacardí ese dinero? Según la investigación de Tracey Eaton, ese dinero ha servido para financiar la campaña contrarrevolucionaria «Cuba Decide», dedicada a torpedear el proceso electoral 2017-2018 en nuestro país. También llegan dólares de la subversión rociados con Bacardí a un medio digital que se presenta como «independiente» (14 y medio), dirigido por la mercenaria Yoani Sánchez. Otros proyectos de corte cultural, la productora artística Matraka (que organizaba los Festivales en la playa Rotilla) y acciones de influencia en el espacio religioso a través de EchoCuba, también han sido beneficiados por la Fundación Bacardí .
La aprobación esta semana en la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos (a espera de la votación en el Senado) de otros 20 millones de dólares para programas subversivos contra Cuba en el presupuesto del año fiscal 2020 debe haber provocado efusivos aplausos y otro nuevo brindis en la sede de Bacardí.
No cambio Giraldilla por Murciélago
Bacardí domina buena parte del mercado mundial de bebidas espirituosas. Pero el Havana Club se abre caminos por su calidad. La melaza y el alcohol de caña de azúcar cubano, el espíritu de nuestras tierras, el saber de nuestros maestros roneros le dan un toque exclusivo a los grandes rones que aquí se hacen.
En el mencionado programa de la CBS, la periodista sale a la calle y le ofrece a unos jugadores de dominó tragos del Havana Club de Bacardí. La reacción de uno de los hombres fue clara: «Es bueno», dijo, «pero el cubano es de mejor calidad».
Por su parte, el gerente del Sloppy Joe´s Bar valoró: «El color es diferente, el sello es diferente» y mirando para sus mostradores exclamó: «Este es el verdadero Havana Club. El símbolo»
Y nada de ortodoxia política o sinsentido, pero yo no cambio por Bacardí un buen trago de Havana Club o del exquisito ron Santiago.
El «sabor cubano» de Bacardí va quedando en entredicho. Se entiende al actual gerente general de la compañía, Facundo L. Bacardí, cuando le confesó a EFE hace ya unos años: «Esperamos el momento en que podamos regresar. Ya sabremos cuándo es el tiempo adecuado y estaremos preparados».
Allá ellos con sus frustraciones. Lo que sí es seguro es que un regreso no será ni por la Helms-Burton ni de la mano de Yoani Sánchez. ¡Un traguito de Havana Club, por favor!
Fuente: http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/06/26/el-titulo-iii-y-el-amargo-trago-de-bacardi/