¿Por qué uno de cada cuatro alemanes del este vota a la extrema derecha?
En las elecciones del pasado 1 de septiembre a los parlamentos de los Länder de Sajonia y Brandemburgo, el partido ultraderechista AfD (Alternativa para Alemania) obtuvo el 27,5% y el 23,5% de los votos respectivamente, siendo en ambos casos la segunda opción más votada. En el Estado de Turingia, también uno de los nuevos Estados de la RFA, se celebran elecciones a finales del mes de octubre, y los sondeos asignan a AfD más del 20%.
Las razones que mueven a los alemanes del Este a votar a AfD no distan mucho de las de los votantes de otras formaciones de extrema derecha europeas como el Frente Nacional de Le Pen o la Liga de Salvini. Sin embargo, en Alemania se da una particularidad: el factor oeste-este juega un papel relevante. Aunque los resultados de AfD en los Estados federados del oeste no dejan de ser considerables, la diferencia también es llamativa. Tomando como referencia las elecciones al Parlamento Europeo, mientras en el oeste, en la mayoría de casos, el porcentaje de votos no supera el 10%, en el este los porcentajes se mueven alrededor del 20%. Las elecciones federales del 2017 son también buen ejemplo de ello. ¿A qué se debe esta señalada diferencia?
Los comportamientos electorales de la Alemania del Este han sido desde la reunificación considerablemente diferentes a los de la Alemania occidental. Nunca hubo una cohesión social ni económica plena (la divergencia en tasas de desempleo y salarios corresponde a la de diferentes economías) y, en consecuencia, también se ha dado una divergencia a la hora de votar o dejar de votar.
Existen dos datos clave. Uno de ellos es el trasvase de votos de la izquierda a la extrema derecha, que se da especialmente en el este. Lejos del simplista eslogan los extremos se rozan, este dato no deja de recordarnos algo importante: un gran porcentaje de los alemanes del este no se vieron integrados en la Alemania reunificada ni tampoco en la UE; nunca se identificaron con estos proyectos tal como se desarrollaron, y su comportamiento electoral, fundamentalmente de rechazo a la clase política y a los dos partidos principales, responde a una impugnación del modelo neoliberal encarnado por el canciller socialdemócrata Schröder y su Agenda 2010 o en la gran coalición CDU-SPD. El segundo dato se refiere a la participación y apunta en la misma dirección: tanto en Brandemburgo como en Sajonia, la alta abstención de las elecciones regionales de hace 5 años se ha moderado mucho al pasar de menos del 50% al 61% y 67% respectivamente. No parece disparatado relacionar este aumento de la participación con la capacidad movilizadora de AfD como forma de expresión de este frontal rechazo. Se trata, por tanto, de una impugnación que no se da únicamente en Alemania del Este, pero es allí donde se da con más fuerza porque viene de largo y está relacionada con un dramático cambio social y cultural y el complejo de ser alemanes de segunda que parte de la reunificación. A la desigualdad socioecnoómica se une una crisis de identidad en la Europa neoliberal de Mastricht.
Según el sociólogo de la Universidad de Jena Klaus Dörre, quien ha estudiado la derechización de la clase trabajadora y del movimiento sindical en Alemania, existe un generalizado sentimiento de resentimiento en estos sectores, que se acentúa en el trabajador oriental. Este trabajador se imagina a sí mismo, afirma Dörre, situado al final de una larga cola, esperando desde la reunificación a que se le homologue a los estándares federales[1]. La frustración se canaliza no sólo hacia las promesas incumplidas, sino también hacia los que, según este relato, a pesar de venir desde fuera, se han saltado la cola.
Las causas de que, desde hace unos años, esta impugnación se haya descolgado de propuestas progresistas y haya virado a la derecha son menos evidentes. Sin embargo, cabe destacar un desmantelamiento de la perspectiva de clase como el mejor abono para los discursos identitarios. El debilitamiento de las políticas y los planteamientos de clase en la izquierda (en sentido amplio, no necesariamente o no únicamente del partido Die Linke) se suma a la pérdida de capacidad para presentarse como alternativa bien diferenciada frente a la gran coalición neoliberal. El bajo perfil de la participación en el gobierno de Brandemburgo del partido de izquierda Die Linke junto a socialdemócratas ha sido criticado precisamente en este sentido por haber quedado relativamente neutralizado. Todo esto prepara el camino para el populismo de extrema derecha.
En un sentido muy concreto, se puede entender el voto a la extrema derecha como un voto anticapitalista; solo en un sentido muy concreto: se trata de una revuelta contra un liberalismo económico que amenaza unas seguridades y convicciones básicas de la comunidad (a pesar de que el programa de AfD sea realmente económicamente liberal). El problema es que esta comunidad se entiende prácticamente inevitablemente como homogénea, uniforme y libre de contradicciones. El componente cultural se convierte en definitorio: la Leitkultur, la cultura principal, que dirige a las otras que deben ser asimiladas. De ahí a la deriva nacionalista-xenófoba hay solo un paso.
Existen varias propuestas para disputar el voto a la extrema derecha. Entre otras, una fracción de Die Linke, como pasa en otras partes de Europa -también en España-, cree que la mejor forma de recuperar terreno es emular este modo de contestación en cierta medida, minimizando la cuestión étnica. Sin embargo, optar por un (nacional) populismo, en lugar de reavivar una decidida política de clase, tiene sus riesgos. Nuestro deber será, por tanto, advertir de esos riesgos, señalarlos y evitar que la izquierda caiga en un discurso ajeno que acabará pasando factura.
Luis Sanz es responsable de Acción Política de Izquierda Unida Berlín