We charge genocide (acusamos de genocidio)

Entre los años 30 y 50 los linchamientos se anunciaban en la prensa. Asistían familias enteras. Los trenes ampliaban vagones. De recuerdo se entregaban fotos o trozos de carne del negro.
“En primer lugar cortaron su pene y le obligaron a comérselo. Después le cortaron los testículos y lo obligaron a comérselos y decir que le gustaban.
Posteriormente, le cortaron con cuchillos tiras de piel del torso y el estómago, y cualquiera, de uno en uno, podía extirpar un dedo de las manos o los pies. Hierros al rojo vivo fueron utilizados para quemar al negro de arriba abajo”.
El asesinato de un joven negro estadounidense a manos de la policía ha generado una ola de protestas contra el poder americano que sigue amparando un profundo racismo contra los negros que se manifiesta en el muy desigual acceso a la riqueza del país, en el escaso porcentaje de acceso a las universidades, muy inferior al peso de la comunidad, y la elevadísima tasa de ingresos carcelarios donde se les explota como mano de obra esclava.
Aunque han pasado casi 160 años desde la abolición de la esclavitud en Estados Unidos (en España siguió siendo legal hasta 1886, pero esa es otra historia) la ideología racista basada en una supuesta superioridad anglogermánica ha seguido impregnando la sociedad norteamericana. Los periódicos asesinatos a sangre fría de negros por los elementos de las fuerzas policiales no son sino el exponente de ese cáncer de desigualdad en el que se fundamenta el poder de una oligarquía, representante de un poder económico básicamente blanco y que remite a una historia de brutalidad demasiado cercana como para ser olvidada.
«Esta vez la explosión de rabia tiene componentes de organización interraciales, de clase, esperanzadores. Ese es el gran temor de la oligarquía en el poder»
Aunque la esclavitud finalizó en 1863, el régimen legal basado en la supremacía blanca, alabado en el Meinh Kamp de Adolf Hitler, estuvo vigente hasta los años sesenta, y la caza al negro siguió siendo un noble ejercicio para una buena parte de la sociedad blanca, amparada por el dejar hacer del poder de turno. Los linchamientos fueron consentidos hasta los años cincuenta por más que la población negra exigiese una y otra vez su eliminación. En 1951, William Patterson, abogado negro y dirigente del Congreso por los Derechos Civiles, llevó a la ONU un informe en el que acusaba al Gobierno de Estados Unidos de Genocidio contra los negros. El informe llevaba por título We charge genocide (Acusamos de genocidio) y pedía a la Asamblea General de la ONU que actuase contra los abusos que sufría la población afroamericana de los Estados Unidos, especialmente en los estados del sur. Unos años antes, en 1946, una delegación de representantes negros encabezada por el cantante Paul Robeson había exigido la prohibición de los linchamientos al presidente Truman. Truman se negó y Robeson acabó acosado por el macartismo por su afinidad con los comunistas.
La historia de los linchamientos es bastante desconocida. Básicamente, se trataba del derecho de un grupo de hombres blancos a matar a un negro acusado de un crimen, real o no, que solía ir ligado a cuestiones sexuales entre un negro y una blanca: desde la violación de una mujer blanca hasta el mantenimiento de relaciones de pareja con una blanca, pasando por el mero hecho de piropear o pretender a una mujer blanca. El Chicago Defender llegó a escribir en un editorial que “en el Estado de Texas una mujer blanca puede emparejarse más libremente con un perro que con un negro”. Curiosamente, los negros no podían ejercer este tipo de libertad sobre los blancos.
«Los periódicos asesinatos a sangre fría de negros por policías son el exponente de la desigualdad en el que se fundamenta el poder de la oligarquía blanca»
El linchamiento se hacía de forma pública, se anunciaba en la prensa y se convertía en una fiesta a la que asistían familias enteras de blancos. Tal era el éxito del espectáculo que los trenes ampliaban el número de vagones para facilitar la asistencia al evento, en el que se repartían como recordatorio desde fotos a pedazos de carne del asesinado. Y todo ello en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX. Los principales denunciantes de esta legalidad fueron los activistas negros apoyados por el partido comunista, que fueron represaliados durante los años cincuenta. El actor Henry Fonda contaba que siendo adolescente presenció uno de estos linchamientos y que nunca pudo borrar el horror que le causó.
La canción Strange Fruit (1939) de la cantante afroamericana Billie Holliday se refiere a los negros ajusticiados, colgados de los árboles. Estos frutos se producían mientras ella y otros cantantes negros eran traídos a Europa, en giras programadas y financiadas por la CIA, para poner de manifiesto que no había racismo en Estados Unidos, tal y como denunciaban los comunistas. Cuando regresaba a su país tenía que entrar en los hoteles por la puerta de servicio.
Las protestas contra el asesinato de afroamericanos negros han sido recurrentes en las últimas décadas. En general se han consumido en explosiones de rabia, aunque siempre ha habido intentos de canalizarlo políticamente. La que estamos viendo, tiene componentes de organización interraciales, de clase, esperanzadores. Ese es el gran temor de esa oligarquía que ejerce el poder y que es la verdadera responsable de los asesinatos. La misma que no tuvo problemas morales en envenenar con toneladas de drogas a la juventud de los barrios afroamericanos en los años ochenta. Con el dinero de las drogas que destruyeron las vidas de cientos de miles de jóvenes negros se financió a la Contra nicaragüense. Nadie ha ido a la cárcel por ello. El periodista que lo denunció, Gary Webb, tuvo que dejar su trabajo y acabó extrañamente suicidado.
«Aunque la esclavitud finalizó en 1863, el régimen legal basado en la supremacía blanca, estuvo vigente hasta los años sesenta»
Los dueños de Estados Unidos no van a aceptar de buen grado repartir la riqueza que disfrutan por más que haya sido creada por generaciones de trabajadores desde los años de la esclavitud hasta hoy. Usarán todo lo imaginable para intentar convertir esta movilización profundamente democrática en un estallido de violencia sin más. La estrategia de Trump es la de demonizar la protesta. Calificarlos de terroristas es el marco para justificar una represión brutal e impedir la conformación de un proyecto de liberación. Ese camino va a necesitar del apoyo de los antirracistas de todo el mundo, aunque no es previsible que se pueda contar con el tanden-pinza Aznar-Felipe denunciando los atropellos de sus jefes.
Fuente: https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=9244