La Revolución Industrial del desempleo
En las primeras décadas del s. XIX, en plena Revolución Industrial, los luditas ingleses encabezaron una violenta revuelta contra las máquinas, básicamente telares e hiladoras, que destruían los empleos artesanos de más baja cualificación y sumían en la miseria a miles de trabajadores y trabajadoras. Un siglo después, los jornaleros andaluces del Sindicato de Obreros del Campo, protagonizaban marchas, huelgas y acciones directas contra máquinas que automatizaban la recogida de las cosechas de aceituna, remolacha o algodón. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, hoy los latifundios se siembran y fumigan con drones y se recogen con cosechadoras guiadas por satélite. Las semillas llevan incorporadas en su genoma secuencias de aminoácidos de bacterias que intoxican a los insectos que se alimentan de ellas. Pero ya no hace falta ni tierra, los invernaderos hidropónicos pueden producir millones de hortalizas a la semana con unos niveles de automatización tales, que todos sus procesos e insumos pueden controlarse con la concurrencia de unas pocas personas.
La Inteligencia Artificial está en pañales, la computación cuántica aun está dando sus primeros y balbuceantes pasos, la realidad aumentada está a punto de estallar desde hace ya demasiados años y la realidad virtual hoy es poco más que un producto de entretenimiento para adolescentes. Pero, nos guste o no, la IV Revolución Industrial está aquí para quedarse. La evolución de los cambios que se avecinan no va a seguir parámetros aritméticos, sino claramente exponenciales. ¿Ya sienten el vértigo tecnológico?
Algunos autores denunciaban un cierto estancamiento tecnológico en los últimos años, no ya en lo que se refiere a investigación o desarrollo, sino en cuanto a la presencia de mayores innovaciones en los productos de consumo masivo. Quizá se haya debido a la inacabada crisis del 2008, que limitaba la capacidad de compra del consumidor; o al conservadurismo de las empresas del Nasdaq, que han postergado el desarrollo de productos y tecnologías rompedoras hasta la llegada de tiempos más boyantes.
Y en esto llegó el Covid para dar una patada al tablero. Unos de sus diversos efectos secundarios al margen de los puramente epidemiológicos, ha sido el servir de catalizador para determinados procesos de cambio tecnológico que ya estaban en marcha. Expertos afirman que mucho de lo que se esperaba desplegar en 10 años en este sector, solo ha necesitado unos pocos meses para hacerse realidad sobre el terreno y, lo que es más relevante, sin marcha atrás posible.
Es muy probable que de esta pandemia se salga con mas estado, con más protección social y con menos globalización neoliberal. Se ha generado mucha literatura en este sentido y no voy a ahondar en ella. En la parte negativa, los análisis y proyecciones de la OIT de marzo cifraban la pérdida de empleos en el mundo por causa de la pandemia en 25 millones de puestos de trabajo (algo mas que en 2008), pero hoy sabemos que sólo en Estados Unidos ya se ha superado esa cifra. También alertaba de un aumento manifiesto de la precariedad laboral, que viene a sumarse a un empeoramiento general de la calidad del trabajo, iniciada en el último cuarto del s XX y que aun continua desaforadamente. El último informe del Observatorio de la OIT “El Covid-19 y el mundo del trabajo, 4 Edición” ya habla a las claras que la pérdida de empleo equivale a 135 millones de puestos a tiempo completo, casi nada.
Sin embargo, es un hecho que también el capital está aprovechando la actual coyuntura para liquidar, reorganizar o adaptar los medios de producción a los tiempos de corren y a los que prevén que vendrán. Gracias a la avalancha de dinero público que fluye desde los bancos centrales y al estado de shock en que se encuentran nuestras sociedades, ya se van desvelando determinadas cambios estructurales que van a tener graves consecuencias sobre el futuro del empleo. Solo en España se baraja la cifra de alrededor de 130.000 empresas que han desaparecido para siempre durante la pandemia. Nissan y Alcoa son las mas conocidas por su tamaño y sus repercusiones —solo la automovilística mandará al paro a más de 20.000 personas, entre empleos directos e indirectos— pero la suma de las afecciones generales seguramente multiplicará muchas veces ese guarismo.
Pero se trata de una tendencia mundial que venía de lejos y catalizada por la pandemia. La consultora McKinsey Global Institute estimaba en tiempos pre-Covid19 que, para 2023, las pérdidas de empleo por la robotización, digitalización, automatización y uberización de la economía, dará al traste con hasta 800 millones de empleos en todo el mundo. La traslación de esa inclinación global al Estado español, según los documentos de la OCDE, pone los vellos de punta, hasta el 50% de los empleos pueden verse afectados por alto riesgo de automatización o por riesgo de cambios significativos en los próximos años.
En anteriores revoluciones industriales, aunque también se destruyeron ingentes cantidades de empleo, se fueron sustituyendo paulatinamente con la creación de nuevos nichos laborales inéditos que compensaron los desequilibrios derivados de la implementación de tecnologías disruptivas sobre el mercado laboral. En esta ocasión, no se atisba que tal cosa pueda repetirse. Ni los más tecnófilos o tecnocreyentes apuestan por un balance neto laboral nivelado.
El paradigma del pleno empleo, sobre el que se han asentado las mal llamadas políticas sociales durante los últimos decenios en las sociedades industriales avanzadas, se viene abajo irremisiblemente. Los recortes de jornada laboral y el reparto del empleo —sin provocar la lumpenización del proletariado— pueden ser una medida paliativa que retrase lo inevitable: desligar la subsistencia de la ciudadanía de la posesión de un empleo estable y remunerado. Algo similar a lo que defiende la Renta Básica Universal e Incondicional.
Sé que esto sonará a anatema para muchos. Parece que padecemos una especie de Síndrome de Estocolmo con aquella maldición divina proferida por dios en el momento bíblico de expulsión del paraíso, que decía «ganarás el pan con el sudor de tu frente» tan interiorizado en la cultura judeocristiana. Para algunos es como si la vuelta al paraíso deba ser necesariamente algo pecaminoso y contrario a los designios divinos. Por eso el derecho a comer sin tener obligatoriamente que trabajar es algo que atacan desde la derecha y la izquierda. Unos porque complica la explotación de los trabajadores por sus patronos, otorgándoles una mayor capacidad de negociación de la que ahora disponen; otros porque pueden perder influencia sobre una clase trabajadora más empoderada y libre, que se definirá cada vez menos por el hecho de tener que vender su fuerza de trabajo a cualquier precio con tal de sobrevivir.
La mayoría de los detractores de la RBU en la izquierda siguen creyendo en la ilusión del pleno empleo como solución a los problemas de desigualdad y equidad en las sociedades industriales avanzadas capitalistas. Sin embargo, apoyan sin fisuras la educación y la sanidad universal y que estas se ofrezcan a todo el mundo incondicionalmente, sin depender de la situación económica de los receptores. Tampoco ponen pegas a que una persona rica pueda cobrar una pensión del estado tras la jubilación. ¿Por qué entonces esa saña contra la posibilidad de una renta básica universal? He oído a marxistas pedir un seguro de desempleo digno y permanente mientras dure esa situación, pero oponerse vehementemente a una renta básica incondicional. Es completamente ilógico. El instituto Gallup, en un macro estudio mundial sin precedentes, demostró que más del 80% de los centenares de miles de encuestados no estaban contentos con su empleo. ¿dónde está la supuesta dignificación del trabajo que otros aducen?
Se avecinan tiempos en los que el trabajo remunerado será un bien cada día más escaso. Podemos comenzar a redistribuir la riqueza y acabar con las desigualdades sin dejar a nadie atrás o, por el contrario, esperemos hordas de neoluditas en las calles destrozando torres de 5G en todo el mundo, no ya porque digan estupideces como que sirven para activar nanobots inoculados en las vacunas elaboradas por Biil Gates, sino porque serán el símbolo más cercano y evidente de la destrucción de millones de puestos de trabajo y de la pauperización de las condiciones de vida de la mayoría social en todo mundo.