De pollas políticas y coños judiciales
Un alcalde que adjudica contratos porque le sale de la polla y una jueza que pregunta a una mujer violada si resistió lo suficiente a la agresión cerrando a cal y canto las piernas parecen personajes medievales o del costumbrismo castizo decimonónico. Pero no, son personas de carne y hueso de la España real del siglo XXI. Aunque ambas noticias suelen pasar de anécdota graciosa en los principales medios de comunicación, son síntomas graves de la sociedad enferma por la que discurrimos a diario.
El machismo irredento sigue muy vivo. Y coleando, nunca mejor dicho, en la entrepierna de una hombría desfasada y en las mentes femeninas de mujeres ancladas en preceptos atávicos que no dan la cara a plena luz, incluso de profesionales con formación académica superior. Este dato es quizá el más grave del asunto: que las propias mujeres justifiquen las violaciones porque algunas lo van pidiendo a gritos bajo su fresca indumentaria o no defendiendo el honor o el pudor como dios prescribe.
Es casi de dominio público, aletargado en el subconsciente colectivo, que un hombre puede y debe hacer con su polla lo que ella le pida. Pura biología determinista. La mujer, por su parte, conocedora de esta impulso irrefrenable y natural ha de someterse o, si se muestra rebelde y libre consigo misma y con la sociedad, debe oponer resistencia numantina, jamás ceder o caer en la debilidad, hasta morir en el intento o ser desgarrada literalmente por el asesino de turno. No le caben otras alternativas.
Quiere lo políticamente correcto que el machismo sea una lacra en los discursos y en los gestos de cara a la galería, sin embargo continúa teniendo éxito, en voz baja, esa polla que hace de su capa un sayo y se expresa con la alegría del animal en celo en cualquier situación ya sea mundana o de corte privado. La publicidad y la calle dan ocasión cada día para avistar sucesos, de apariencia mínima e inofensiva, en los que la mujer pasa por vejaciones inaceptables: la mirada frontal y agresiva, la palabra soez en forma de piropo, la insinuación erótica, en definitiva la invasión de su sagrada intimidad y su integridad irrenunciable.
Cierto es que la publicidad masiva y las tradiciones inveteradas fijan unos roles de macho y víctima que se necesitan: unos alimentan a la otra y viceversa. El machismo prende y se propaga en cada imagen que percute en las mismas relaciones de género sempiternas jerarquizadas y simbolizadas en el hombre activo y poderoso y la mujer pasiva y receptora de la creatividad masculina. El hombre caza y ejerce poderío mientras que la mujer muestra sus encantos y se deja seducir. Llevar al huerto, en terminología del macho predador.
Esto es así culturalmente hablando, un círculo vicioso que engendra machos por doquier, muchos a la espera técnica o durmientes a la expectativa para no ser descubiertos por la alarma de lo políticamente correcto o aceptable, y mujeres a la vista de todos que complementan las ansias de posesión inmediata del primero inducidas por la publicidad machista y retrógrada de valores conservadores y tradicionales que exaltan las diferencias entre hombres y mujeres típicas y tópicas de manera irresponsable.
A veces, el combate feminista contra la violencia de género se queda manco o huero al no proponer una sociedad radicalmente distinta a la que hoy habitamos: capitalismo neoliberal. En ocasiones, esos gritos menguan su eficacia y acaban en mudez ante una algarabía consumista de iconos machistas desaforados y de símbolos fashion de loca-objeto. Es difícil luchar contra la violencia de género cuando las raíces sociales e ideológicas de nuestra existencia son machistas y forman parte de nuestro propio ser profundo. Es decir, que son estructurales y obedecen a una manera concreta de vivir la vida y de entender las relaciones personales, laborales y económicas.
Ese alcalde-polla y esa jueza-coño no son casos aislados. Vienen a expresar un mal oscuro enraizado en la cultura de masas: no se entiende un hombre sin polla ni una mujer sin coño. Menos aún, un hombre con coño y una mujer con polla. Las mentes colonizadas por los conceptos inamovibles no pueden salir de un maniqueísmo de género que tiene miles de años de historia tras de sí.