De lo que va todo esto
Algún día, el paso del tiempo y el enfriamiento de las pasiones nacionalistas(ambas, catalana y española) ofrecerán una perspectiva suficiente como para encarar racionalmente lo que está pasando en este país. De hecho, ya se empieza a desbrozar la maraña que envuelve la realidad cuando oímos a los dirigentes independentistas afirmar que la DUI fue algo simbólico, un simple papel sin valor jurídico, una mera declaración política. Implícitamente están admitiendo dos cosas: que generaron expectativas irreales en una parte importante de la población catalana y que cayeron en la trampa que les tendió el PP con la finalidad exclusiva de que este partido recompusiera, sobre la base del españolismo, una influencia política deteriorada.
Efectivamente, el Partido Popular viene implementando, al menos desde 2006, una estrategia política de provocación hacia el nacionalismo catalán, que se inicia con el sabotaje del Estatut consensuado de ese año y que culmina con las desproporcionadas cargas policiales del 1 de Octubre ante lo que no fue sino una mera movilización popular, con una escenificación con urnas. Dicha estrategia no tenía otra pretensión que la de espolear una huida hacia adelante del soberanismo que, a su vez, generara una reacción nacionalista española sobre la que el PP podría cabalgar cómodamente, contrarrestando de ese modo la erosión creciente de la legitimidad de la derecha por mor de la corrupción y la desigualdad galopantes. Que lo haya conseguido es algo muy relativo, lo que se evidencia por el hecho de que es Ciudadanos, una fuerza política situada a la derecha del PP y hostil al Estado de las Autonomías, quien parece haberse beneficiado en exclusiva de la euforia patriótica que se exhibe en calles y balcones. En todo caso, si el PP no ha resultado especialmente beneficiario de este escenario, sí lo ha hecho el Régimen del 78 en su conjunto, no sólo porque el partido de Rivera se dispara en las encuestas y Pedro Sánchez ha reconducido al PSOE hacia el redil del que dijo querer salir definitivamente, sino porque Unidos Podemos y sus confluencias se debilitan política y electoralmente.
Porque de eso se trataba con todo este montaje de la guerra de las banderas: acabar con la alternativa a este estado de cosas, generando multitudes que piden mano dura contra el unilateralismo independentista y que olvidan que quienes las gobiernan son unos ladrones que llevan el país hacia el abismo de la depauperación social. También olvidan a quienes denuncian esto. Sobre todo si son señalados, por el tripartito borbónico, como cómplices del independentismo: la mentira, una vez más, como arma de los poderosos frente a quienes disienten.
Lamentable y ridículo en toda esta operación el papel del PSOE. Lamentable porque ha pasado, sin solución de continuidad, de considerar que España es una nación de naciones y que su aliado político preferente es Unidos Podemos y confluencias, a adscribirse a la estrategia represiva del PP-Ciudadanos. Y ridículo porque todo eso lo ha hecho a cambio de nada: la comisión de reforma territorial de la Constitución que Sánchez presentaba como la contrapartida arrancada al PP por el apoyo socialista al 155, la retirada de la reprobación de Soraya por el 1-O y el silencio ante el encarcelamiento del govern, nace muerta al declarar el propio Partido Popular que de reforma de la Constitución, nada de nada. Y es que Roma no paga traidores. Y menos cuando lo que está de moda y gana adeptos es la recentralización, el menoscabo del autogobierno de las comunidades autónomas y ayuntamientos y el regreso a la España una, grande y libre. Y esta regresión se hace invocando, naturalmente, el cumplimiento de la ley. Ya lo ha dicho el flamante delegado del gobierno en Murcia, Paco Bernabé: el que la hace, la paga. Y creo que no se refería precisamente a sus compañeros de partido amigos de meter la mano en la caja de todos y emponzoñar las instituciones. El orden, envuelto en una bandera rojigualda, impera en todo el solar patrio.
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