Ernesto Ilkermn •  Opinión •  02/08/2016

España no es Portugal. El pacto del otro lado de la península se aleja.

Cuando toda la prensa española titulaba que en Portugal había ganado las elecciones la derecha portuguesa se daba por supuesto que el gobierno de este país, que había pedido como Rajoy, un rescate, sería continuista, de derechas. El partido de Passos Coelho había ganado. Pero por minoría. Fue cuestión de tiempo que allí las fuerzas opuestas a la derecha conservadora que encarnaba quien les había llevado a los mayores recortes y pobreza de las últimas décadas, como aquí el PP de Rajoy, se pusieran de acuerdo para echarlo. No hizo falta ni segundas ni terceras elecciones. Actualmente gobierna, con las dificultades propias de un pacto multipartidista, Antonio Costa, del Partido Socialista portugués. Llegó al cargo de primer ministro del país vecino tras haber sido rechazado el Gobierno que el presidente de entonces -también de derechas- proponía. El resultado da una idea del estrecho margen con el que se echó abajo la posibilidad de un gobierno continuista: 123 diputados aprobaron la moción de censura, frente a los 107 que apoyaban la propuesta de Anibal Cavaco Silva. Passos Coelho se había quedado sin Gobierno a pesar de haber ganado las elecciones. 

A este lado de la Península Ibérica, sin embargo llevamos dos elecciones, con un Gobierno en funciones, sin que se vislumbre la posibilidad de que deje de serlo, gobierno y en funciones. El varapalo de la oposición al PP el 26 de junio, traducido en la disminución del número de votos o escaños del resto de formaciones políticas, tiene su razón de ser en la incapacidad manifiesta de echar a un Gobierno del que todos dicen no querer saber nada. Frente a la solución portuguesa, donde el margen era mucho más estrecho, aquí con un partido que, tras el 20 de diciembre, solo contaba con 123 diputados frente a 227 que no querían saber nada del PP, se hizo un paripé de pacto protagonizado por PSOE y C’s que nacía difunto, al no contar con más apoyos que los suyos. El astuto Rajoy había pasado el anzuelo de la investidura a un débil Pedro Sánchez que cayó en la trampa de ir a pescar votos sin caña. El resultado se vio el 26 de junio: el PP ha subido unos escañitos (137) y el resto se han visto debilitados por un menor número de votos -como Unidos Podemos- o de escaños -como PSOE y C’s-. 

En esas estamos ahora: con un PP que parece -que no lo es- más fuerte, y con una oposición que es más débil por separado, pero que unida sigue casi doblando en número de escaños y triplica en número de votos al Partido Popular, al que incluso C’s ve con tan malos ojos que se niega a darle el sí quiero en la investidura. Todos tienen pavor a las terceras elecciones por el miedo, lógico, a que la abstención siga haciendo estragos (hubo más gente que pasó de ir a votar que gente que votó al más votado, es decir, al PP). Esos estragos, en forma de pérdida de apoyo ciudadano se traducirían en un menor número de escaños, según las siempre cocinadas encuestas, para la oposición y más escaños para el PP. No obstante, como ni las encuestas son lo que parecen (ahí está la falta del sorpasso al PSOE cantado incluso a pie de urna), ni el show del «no a Rajoy» tampoco lo es (porque si no ya lo habrían echado), hay que anticipar nuevos escenarios en función de los hechos sucedidos hasta el momento, que adquieren una nueva dimensión tras la convocatoria de dos elecciones, las vascas y las gallegas, para el 25 de septiembre. Rajoy esta vez sí ha aceptado el encargo de formar gobierno. En la elección de los miembros de la mesa ha obtenido un apoyo más que suficiente para colocar a una de los suyos, Ana Pastor, y ahora dice estar buscando socios para formar gobierno, si bien su colega del partido, a la sazón presidenta del Congreso, se ha hecho la sueca con respecto a la fecha. Por supuesto que Rajoy ha sido incluso más misterioso que su paisana gallega, insinuando la posibilidad de que si no tenía apoyos no se presentaría, a pesar de que una vez propuesto por el rey no le queda más remedio que dar la cara y no hacer el plasma. Todo esto sería una trama novelesca si no fuera porque tras estas intrigas palaciegas se esconden pactos ocultos que se van vislumbrando, en función de los acontecimientos. Lo que ahora resulta un imposible con las elecciones gallegas y vascas a la vista, es decir, permitir que el PP gobierne, puede que una vez transcurridas éstas nos encontremos con ese palabro llamado «gobernabilidad». Es decir, que los que ahora dicen no a Rajoy o paso de Rajoy, igual cambien de opinión una vez que no tengan que volver a someterse a las elecciones durante un largo período de tiempo: tras las gallegas y las vascas no hay elecciones a la vista durante años.

De cara a esas elecciones, y ya que tanto hablan de que no quieren unas terceras elecciones, lo lógico sería que se pusieran todas las cartas sobre la mesa, formando el Gobierno antes y no después de las autonómicas que quedan. Hay manifiestos y combinaciones para todos los gustos, y es responsabilidad de los partidos que quieren cambiar llevarlos adelante o no. Mientras el sector conservador del país solicita que el PP sea investido gracias a C’s y PSOE, las matemáticas y la lógica dicen que hay alternativas sin pasar por terceras elecciones. Bastaría con que el PSOE, Unidos Podemos y los partidos nacionalistas llegaran a un acuerdo. O si son muchos con que el intento frustrado de Pedro Sánchez en la anterior legislatura, saliera adelante, con el apoyo de C’s y Unidos Podemos. Esta última combinación que puede resultar ilógica no lo es tanto si se piensa en que allá por 1977 alguno que había sido líder del Movimiento franquista (Adolfo Suárez) llegaba a acuerdos con el Partido Comunista en Semana Santa. En todo caso, las matemáticas están ahí y si la oposición quiere tiene 213 diputados frente a los 137 del PP. Si finalmente se le permite repetir gobierno al PP, puede que algunas formaciones lo paguen muy caro en elecciones venideras. Porque aunque crean los partidos políticos que la gente olvida, no es del todo cierto. Por no olvidar no se ha olvidado ni lo que en su día hizo el PSOE -de ahí que siga existiendo- ni lo que han hecho los gobiernos del PP. Puede que, lamentablemente España no sea Portugal, donde sus líderes tienen más altura de miras, pero tampoco es Grecia: el fin del bipartidismo no está remotamente cerca, en buena medida porque por acción u omisión se ha permitido que uno de los que formaban parte de él haya seguido en funciones pudiendo echarlo. De no hacerlo ahora que están a tiempo, entre todos nos habrán regalado un año extra de Rajoy en funciones, y los cuatro que le quedan si finalmente consigue ser investido.


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