Rusia, timón hacia el Sur
Que un solo país, por grande que sea, reúna en torno a sí a todo un continente no es cosa fácil. Que Rusia, que celebró una conferencia interparlamentaria con toda América Latina y el Caribe, lo haga, es en sí mismo un hecho de gran trascendencia y aún mayor perspectiva. Moscú, de hecho, demuestra que no es víctima de la antigua Doctrina de las “esferas de influencia” (permanentemente burlada por EEUU, por otra parte), ni, menos aún, del servilismo a la huella histórica que dibuja el intervencionismo estadounidense en el continente.
Así, a pesar de que América Latina ha sido considerada por todo Occidente como una especie de coto de caza exclusivo de Estados Unidos, la iniciativa política y comercial de Moscú hacia el subcontinente americano, desde hace décadas y siempre al alza, propicia hoy un nivel notable de cooperación y ha situado las relaciones de América Latina con el gigante euroasiático en un plano primordial. Hasta el punto de que, como subrayó el Presidente Putin en su discurso inaugural, Rusia y América Latina comparten a menudo una concepción común de las relaciones internacionales y la necesidad de una dimensión multipolar de la gobernanza mundial.
Indiferente a la presión estadounidense, el conjunto de países latinoamericanos parece querer compartir con Moscú el diálogo, los intercambios y los proyectos que les satisfagan mutuamente. Por otra parte, existe una gran diferencia entre los rusos y los estadounidenses en su enfoque de la región. A diferencia del papel estadounidense, que ha considerado el subcontinente como una zona privilegiada donde saquear recursos y armas, un laboratorio de doctrina política y económica, un colchón protector desde el punto de vista militar y una conexión práctica entre los dos polos del globo (todo ello para el fortalecimiento de su hegemonía), Moscú se presenta ante los latinoamericanos sin ninguna intención anexionista, sólo con una reiterada voluntad de cooperar en todos los frentes, desde el económico hasta el político y de seguridad.
El volumen de los intercambios comerciales entre Rusia y América Latina ha aumentado un 25% en los últimos cinco años, las exportaciones rusas han aumentado de un 2,3% los bienes que necesitan los países latinoamericanos, y esto ya parece una señal indicativa. Pero por parte de Rusia no sólo hay, por supuesto, interés en una mayor cooperación económica: existe un proyecto mucho más ambicioso en el ámbito de las relaciones, que contempla una mayor integración política y que tiene en la cooperación económica una de sus principales reverberaciones.
Lo que Moscú propone es un cambio de paradigma decisivo para la historia de América Latina, el archivo definitivo de su papel como principal víctima de la Doctrina Monroe y la asunción de su propio papel soberano e independiente como condición previa para su desarrollo socioeconómico sin precedentes, libre de los condicionamientos económicos y políticos que ha sufrido hasta ahora. La posibilidad real de que esto ocurra a corto y medio plazo reside precisamente en el cambio de las condiciones de las relaciones internacionales de poder, que ahora sitúan al Sur global en una posición nueva y preeminente.
El proyecto de derrocar el orden unipolar, que ha conducido a las peores crisis de la historia moderna, y su necesidad de abandonarlo en favor de un nuevo proyecto multipolar orientado a responsabilidades y oportunidades compartidas para el Sur global, basado en el Derecho Internacional y el respeto a los modelos sociopolíticos e institucionales de cada uno, y el fin de las sanciones unilaterales, ilegítimas e ilegales, es un proyecto que Rusia comparte con el bloque BRICS y con muchos otros que aún no forman parte de él. Como recordó el jefe del Kremlin, Rusia saluda las intenciones de varios países de la región de unirse a los BRICS y, como presidente de los BRICS, hará todo lo posible para facilitar su entrada.
El diseño estratégico de Moscú está bien representado en un proyecto que prevé, dentro de una arquitectura diferente del mercado comercial, un camino cada vez más intenso de cooperación económica entre América Latina y Rusia, donde pueden tener lugar los mayores procesos de mutación en la producción, distribución y consumo de productos brutos y acabados, materias primas del suelo y del subsuelo, recursos fósiles y minerales, y reservas de agua y de la biosfera. En definitiva, por áreas, dimensiones y peso específico en muchos sectores, este acercamiento entre Eurasia y América Latina puede dibujar objetivamente un mapa de los recursos del mundo sin parangón con ninguna otra agregación. Como dijo el propio Putin, “en esta nueva y deseable arquitectura policéntrica, los Estados latinoamericanos, con su enorme potencial económico, sus recursos humanos y su deseo de aplicar una política exterior soberana e independiente, desempeñarán uno de los papeles principales en el mundo”.
En este nuevo diseño del planeta entran también de forma decisiva los procesos liberadores que han investido a África, redibujando el mapa político del Sahel y, en perspectiva, el de todo el continente. Los lazos de África con América Latina son históricos y políticos y, en el marco de un nuevo esquema de comercio global, pueden dar al Sur global un perfil completamente distinto al vigente hasta hace poco, lo que globalmente supone un empuje más hacia un cambio en las relaciones de poder internacionales.
Algo que, para Moscú, adquiere un valor estratégico, dadas sus buenas relaciones con África, nacidas con la decisiva contribución de la Unión Soviética a la lucha contra el
colonialismo europeo y lidiando con las aportaciones rusas a la seguridad actual de varios países del continente. Una relación que, al no adherirse de la mayoría de los países africanos a las sanciones occidentales, ha marcado positivamente el terreno de la iniciativa internacional de Moscú.
Rusia, insumergible e ineludible
La reunión interparlamentaria confirma la nueva dimensión política de la Rusia de Vladimir Putin. La expansión de sus relaciones comerciales con Asia, África y América Latina, el fortalecimiento de su posición en Oriente Medio y su papel en los BRICS dibujan la profundidad de la creciente influencia del Kremlin en los distintos escenarios internacionales.
Por otra parte, la intención de limitar el crecimiento de la influencia rusa en la escena internacional aislándola de Europa, promoviendo una ruptura de la federación rusa y el derrocamiento de los poderes de los países aliados y vecinos, con el objetivo de reducir a Moscú a una potencia de alcance regional rodeada por la OTAN, se reveló inmediatamente como la peor apuesta que podía haber hecho Washington. Se suponía que iba a reactivar la Alianza Atlántica -declarada en muerte cerebral por el propio Macron- y se pensaba que atacar a Rusia podría poner en evidencia su fragilidad, pero no fue así. Al contrario, la OTAN, incluso ampliada a Suecia y Finlandia, registra su nueva derrota sobre el terreno después de las de Afganistán y Siria.
Washington quería aislar financiera y económicamente a Rusia, pero mientras en el plano de las operaciones financieras Moscú se aprovechaba de su plataforma y de la de China -igual o más extendida ahora que en Estados Unidos-, los intentos occidentales de aumentar la producción para compensar la ausencia de suministros rusos fueron rechazados a la puerta del remitente por la OPEP+.
En resumen, Occidente intentó golpearla y aislarla política y comercialmente, pero ocurrió lo contrario: Rusia pudo resistir políticamente poniendo de relieve las gravísimas responsabilidades de la OTAN en Ucrania y el peligroso papel del equipo nazi en el poder en Kiev. El mundo lo ha entendido, ya que la adhesión a las sanciones antirrusas sólo ha sido
compartida por 55 países de un total de 194. En el frente comercial, pues, la victoria de Rusia es aún mayor: en una estrategia de ampliación de su cartera, ha diversificado sus exportaciones, que ahora se dirigen principalmente a los países miembros del BRICS en tres de los cinco continentes. Se preveía el hundimiento de su PIB y se ha hundido el de Europa; se pronosticaba una inflación muy elevada, pero sólo Occidente ha alcanzado y superado el 10% de la misma, a pesar de los ajustes de tipos decididos por la FED y obedecidos por el BCE.
Si se observa de cerca la situación internacional, es fácil ver que Rusia, a pesar de la agresión occidental, tiene hoy más influencia global que al comienzo de la Operación Militar Especial. Haber cerrado la fase de la Guerra Fría para embarcarse en la fase de la caliente no fue una buena idea para el imperio en busca de colágeno para contrarrestar su declive. Las sanciones se han vuelto más duras para los sancionadores que para los sancionados y han arrojado de nuevo sobre Occidente todo el peso económico de una estrategia demencial además de criminal.
Ha demostrado sólo que Rusia puede vencer en el campo de batalla a la alianza militar más poderosa de la historia, y que su capacidad para resistir y, al mismo tiempo, desarrollar iniciativas políticas, comerciales y de seguridad en otras partes del mundo, es mayor de lo que nunca se había imaginado.
Los rusos, como siempre en la historia, han estado a la altura del desafío que les planteaban tanto el expansionismo alemán como el imperialismo estadounidense. Que el enemigo se llame OTAN o se llame EEUU o UE no importa realmente: invertir las siglas no implica invertir los destinos. Y el del imperio unipolar ya está escrito.
Fuente: https://www.canal4.com.ni/rusia-timon-hacia-el-sur/