Dejar hacer, dejar matar
El capitalismo se puso en marcha impulsado por un lema bien conocido: «Dejar hacer, dejar pasar». Unos reconocen su autoría a Vincent de Gournay (1712-1759) y otros a Pierre Samuel du Pont de Nemours (1739-1817), pero, sea cual fuese su original creador, lo cierto es que ninguna frase refleja mejor lo que necesitaba la sociedad de la época para que se consolidara una economía como la capitalista.
Frente a la rigidez y la falta de autonomía que imponía la servidumbre feudal, el capitalismo precisaba de ciudadanos libres que pudieran vender su tiempo de trabajo a cambio de un salario, o contratar sin ataduras en cualquier tipo de intercambio. Para que se pudieran desarrollar los negocios que comenzaban a ser rentables y poner en marcha las nuevas actividades industriales era imprescindible acabar con las ataduras burocráticas, las prohibiciones y los caprichos de los monarcas y nobles rentistas o simplemente parasitarios. El desarrollo del capitalismo requería libertad y fue libertad lo que vino con las leyes y las prácticas económicas y sociales que durante décadas lo fueron consolidando.
Con el tiempo, sin embargo, pudo comprobarse que no todos los seres humanos pueden disfrutar del mismo grado de libertad cuando los recursos para vivir y decidir están tan desigualmente repartidos como en el capitalismo, y muy especialmente en el neoliberal de las últimas décadas. Fue ocurriendo lo que decía Anatole France: «Los pobres han de trabajar ante la majestuosa igualdad de las leyes que prohíben, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan».
La propia ideología liberal, antaño abanderada de la liberación y el respeto, ha degenerado casi al mismo ritmo que lo hacían el concepto y el ejercicio de los derechos y libertades, originalmente plenos y universales.
Nadie mejor que el hace poco elegido presidente argentino, Javier Milei, para demostrarlo.
En un debate con el profesor y político Juan Grabois (puede oírse aquí), este le dijo:
– Si tenés que elegir entre no comer y ser explotado durante 18 horas, o 14 horas o 10 horas, yo elegiría ser explotado. Pero esa no es mi voluntad.
Milei le contestó:
– ¿Cómo que no? También podés elegir morirte de hambre, y morirte.
Los pobres, los desposeídos, quienes no tienen acceso a la salud ni pueden satisfacer sus necesidades más básicas en medio de la opulencia y sobra de recursos que tenemos en este planeta, las más de 20.000 personas que mueren cada día de hambre, lo hacen según los nuevos adalides de la libertad y del dejar hacer, como resultado de su propia elección. Porque lo han elegido libremente.
El capitalismo de hoy día ya no se mueve por el dejar hacer que, en sus orígenes, impulsaba el comercio, el desarrollo industrial y las libertades individuales. Ese lema, el dejar hacer, se han convertido en nuestros días en dejar matar. Y para ello, como hace Milei, se necesita hacer creer que esa muerte es un ejercicio de libertad.
Permitiendo que el ingreso y la riqueza se concentren sin cesar (desde 2015, el 1 por ciento más rico del planeta tiene más riqueza que el resto de la población), no sólo se impide que la libertad sea un derecho que puedan disfrutar con plenitud todos los seres humanos, sino que se consiente que, quien lo haga conforme a los intereses de los poderosos que gobiernan el mundo, pueda actuar como le plazca y hacer lo que le dé la gana.
Podría poner docenas de ejemplos de todo ello en el campo de la economía: millones de seres humanos sin acceso a medicación básica o vacunas para salvaguardar los intereses de grandes empresas, cambio climático que mata para que los grandes contaminantes sigan ganando dinero… Sin embargo, aquí me referiré sólo a la violencia y a la guerra que se extiende por todo el planeta.
Según la Geneva Academy actualmente hay más de 45 conflictos armados en Oriente Medio y el Norte de Africa, 35 en Africa, 21 en Asia, 7 en Europa, 6 en América Latina. No hay que ser un experto en alta geopolítica para comprobar que prácticamente todos ellos son generados o consentidos porque interesa a grandes corporaciones o potencias militares, o podrían ser detenidos inmediatamente si alguna de estas últimas lo deseara.
Cada día hay más testimonios de que la tragedia que se sufre en Ucrania desde hace años no sólo no ha querido ser evitada, sino que se provocó a sabiendas de los efectos terribles que tendría. Y es evidente que Israel puede estar violando con tan extraordinaria crueldad y maldad las leyes internacionales y cometer un auténtico genocidio porque así lo consienten Estados Unidos y las demás potencias de su órbita. Lo mismo que es igualmente muy bien sabido que los grupos terroristas más criminales del mundo han tenido en algún momento, cuando ha interesado, el apoyo militar, financiero e incluso político de grandes potencias o bancos internacionales.
Dejar hacer, dejar matar. Este es el diabólico lema que mueve el mundo capitalista en el que vivimos. Pero no nos engañemos: quienes dejan que eso sea así son quienes guardamos silencio y no actuamos, del modo en que sea, pero constantemente y sin descanso.