Rodrigo Vázquez de Prada y Grande •  Opinión •  03/05/2019

El triunfo del PSOE y la “vampirización” sanchista del podemismo

El triunfo del PSOE y la “vampirización” sanchista del podemismo
En esta ocasión, Tezanos acertó. Prácticamente, dio en el clavo en los resultados que vaticinó para los principales partidos. De este modo, con la última encuesta del CIS, la publicada el pasado 8 de abril, el sociólogo guerrista, transformado en los últimos tiempos en uno de los puntales del sanchismo, se desquitó de su craso error en las recientes elecciones andaluzas. Al mismo tiempo, el catedrático de la UNED, aupado por Pedro Sánchez como director del CIS, se fortaleció entre el núcleo duro del sanchismo y recuperó el prestigio que había perdido entre gran parte de sus colegas, muchos de los cuales habían puesto en entredicho las diversas metodologías que aplicó a unas y otras encuestas.

Y en esa encuesta del CIS, Tezanos daba por seguro ganador al PSOE. Y así fue. Las razones de su éxito parecen claras- a toro pasado, claro-, aunque, incluso en las vísperas de los comicios, incertidumbres de todo tipo circulaban por las redacciones de los medios de comunicación y los estados mayores de los partidos políticos. Lo cierto es que la estrategia de Pedro Sánchez de sembrar entre sus votantes potenciales el miedo a la ultraderecha, el llamamiento al “voto útil” de la izquierda, y una fuerte atracción del votante podemita, le condujo a un triunfo electoral predecible ante la fragmentación de la derecha. Su 28,7% de votos y 123 escaños, ha permitido al PSOE colocarse de nuevo en la Moncloa mediante el voto en las urnas de sus seguidores, dejando atrás su acceso al poder como resultado de una controvertida moción de censura para la que fue decisiva el voto de los secesionistas catalanes.

Efectivamente, las técnicas del marketing político manejadas por su jefe de Gabinete, Iván Redondo, lograron agitar el fantasma de la ultraderecha entre gran parte de la izquierda, el temor a que VOX alcanzara un porcentaje de votos que lo podría situar en una tercera o cuarta posición en el Congreso de los Diputados. En cierta forma, Pedro Sanchez hizo la campaña de VOX y VOX hizo la de Pedro Sánchez.

Y, nuevamente, los mensajes irradiados desde el despacho de Redondo, el mismo experto en comunicación política que años atrás hizo ganar a los populares Monago y Albiol, para la presidencia de Extremadura el primero y la alcaldía de Badalona, el segundo, surtieron el efecto positivo buscado. La conjugación del “Haz que pase” y una particular recreación del “No pasarán” atrajo al PSOE a un elevado número de votantes socialistas que se habían alejado del sanchismo por sus devaneos con el presidente vicario de la Generalitat, el xenófobo Torra.

Sin embargo, Pedro Sánchez no ganó las elecciones del 28A únicamente como consecuencia de haber puesto en circulación un infundado ascenso imparable de VOX. En los diez meses que desempeñó la jefatura del Gobierno, llevó a cabo una suerte de “vampirización” de las propuestas y los votantes de Podemos. Fue consciente de que Podemos iba a por el PSOE y supo cambiar el orden de los factores.

Previamente, había recogido los frutos del “trabajo sucio” de Pablo Iglesias para quitar de en medio a la izquierda transformadora. El dirigente peronista había comenzado a poner las bases para dinamitar a Izquierda Unida desde su puesto de contratado de la dirección federal de IU y con la complaciente colaboración necesaria de algunos de sus dirigentes. Y, después, una vez creado Podemos, se dedicó de lleno a tal tarea, con equipos todos ellos surgidos de la propia IU, de los que formaba parteTania Sánchez, entre otros, a los que Pablo Iglesias pagó con un escaño. Ya puestos al acoso y derribo de IU, su amigo Juan Carlos Monedero lo anunció con total desparpajo: “Vamos a triturar a Izquierda Unida”. Evidentemente, lo lograron.

Pero, aupado a un PSOE al que condujo a sus horas más bajas desde la Transición, con solo 84 diputados, Pedro Sánchez pudo resistir los embates de Podemos, impulsado por sus mentores a hacer el “sorpasso” del Partido Socialista que Julio Anguita había tratado por todos los medios de llevar a cabo en su época de Coordinador general de IU. Al final, ni sorpasso ni acercamiento siquiera en el número de votos. Más bien, todo lo contrario.

Desde La Moncloa, y haciendo gala del “manual de resistencia” que le escribió la periodista Irene Lozano, elevada al rango nada menos que de Secretaria de Estado, el sanchismo puso en marcha una doble maniobra respecto a Podemos. Algo así como la aplicación del principio según el cual si no puedes con tu enemigo hazte amigo de él…

De un lado, llevó a cabo un maquiavélico acercamiento a Pablo Iglesias, que terminó creyéndose que, por su “cercanía” al presidente del Gobierno, se había convertido de la noche a la mañana en un auténtico “vicepresidente para asuntos económicos y sociales” in pectore. Y así, deslumbrado por los fogonazos de los flashes y encantado de conocerse y reconocerse en los Telediarios, Pablo Iglesias se creyó deambular por el mejor de los cielos, a los que había llegado no “al asalto” sino mediante la firma de un pomposo acuerdo con el presidente del Gobierno de España en torno al proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado 2019. De otro, fue ocupando progresivamente el espacio político que Pablo Iglesias creyó de su propiedad, sacó adelante medidas sociales más o menos coincidentes con las demagógicas propuestas podemitas y, poco a poco, fue minando la posición del antiguo contratado de IU. Una maniobra que recuerda la frase del cónsul Escipión a los asesinos de Viriato: Roma no paga traidores.

El resultado, esa vampirización del programa y, por ende, del votante de Podemos que ha reducido drásticamente el porcentaje y los escaños del partido podemita. Lógico y normal. Para los votantes podemitas, si la “nueva política” que decía ser Podemos, muy pocas fechas antes, clamando a voz en grito por las calles que “el PSOE y el PP la misma m…es”, terminaba haciendo de “muletilla” del Partido Socialista, era preferible votar directamente a Pedro Sánchez. Entre el original y la copia, no había color. Y así, el 28A, Podemos pasó de tener en 2016, un 21,1% de votos- los correspondientes a 5.087.538 votantes-, y 71 diputados, a un 14,31% de votos – 3.521.050 votantes- y 42 escaños. Más de 1.500.000 votantes optaron por dar su papeleta a Pedro Sánchez.

De nada le ha servido a Pablo Iglesias su artificial “conversión” en “el más educado” y “respetuoso” de los candidatos del 28A, para consumo de incautos. Todo parece indicar que su asesor argentino le debió de convencer de que el electorado de 2019 tenía que olvidar, de una vez por todas, su irrupción en el Congreso de los Diputados emulando al “follonero” de Crónicas Marcianas que interpretaba Jordi Évole al final de los noventa. Entre otras cosas, porque su papel de vallecano iconoclasta quedó rápidamente eclipsado por el matonismo de Rufián y Tardá. Pero, además, porque resultaba necesario que diera la imagen de sensatez y comedimiento propia de un político llamado a ocupar las más altas esferas del Gobierno de la nación. Vamos, que, una vez convertido en propietario de un chalet en Galapagar y en “padre y muy señor mío” de dos vástagos, se tenía que transformar en un “hombre de Estado”. Así, con todas las letras. Vana operación de cosmética ramplona. No engañó a nadie. Porque, aunque la mona se vista de seda…

Sus apariciones públicas durante la campaña electoral resultaron tan patéticas y tan de cartón piedra que no convencieron ni a sus seguidores. Mucho menos, sus apelaciones santurronas a la Constitución de 1978, tan aparentemente apreciada por él, ahora, después de haber tratado de derribarla de un plumazo y, con ella, a todo “el régimen del 78”, junto a su aliado Garzón, para poner en marcha un “proceso constituyente”. Ni agitar la edición de bolsillo de la Carta Magna, emulando a uno de sus mentores hispanoamericanos, ni su repentina y aparatosa transformación en una “persona de orden”, le libraron de la “caída libre” de su formación política. Y, en consecuencia, es muy probable que, aunque todavía no lo haya advertido, haya terminado por convertir a Podemos en un partido fácilmente prescindible para quien ocupará de nuevo La Moncloa.

Porque, en conclusión, Pedro Sánchez ha logrado situar al PSOE en el mejor de los resultados después de once años de perder las elecciones generales ante el PP, hoy en bancarrota. Y acaso pueda terminar gobernando en solitario- así anunció la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, que lo intentarían-, sin atarse ni a Podemos – “Somos imprescindibles para que haya un Gobierno de izquierdas”, Pablo Iglesias dixit- ni a los secesionistas catalanes y vascos. Secesionistas, los catalanes, que, ya han hecho público su apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez mediante un trueque imposible: sostenerlo a cambio del reconocimiento del derecho de autoderminación, inexistente para Cataluña o cualquier otra región española, el indulto para sus idolatrados golpistas cuya autoría de los delitos de rebelión y sedición aparece cada vez más clara y, por qué no, diversos cargos en el Gobierno de Pedro Sánchez. Cargos que, siguiendo la estela de sus actuaciones en el Gobierno de su región autónoma, no cabe la menor duda de que utilizarían a su antojo para dinamitar desde él la unidad de España.

Previendo, tal vez, que le podrían ser planteadas de inmediato condiciones de este tenor, Pedro Sánchez señaló a los congregados en la calle Ferraz, la misma noche del 28A, que no es partidario de poner cordones sanitarios y que “la única condición será respetar la Constitución”. La primera parte de su advertencia parecía estar dirigida a Ciudadanos; la segunda es muy probable que tuviera como destinatario a los partidos secesionistas. Sin embargo, unos días antes, su ministra de Política Territorial, Meritxell Batet- por cierto, sin lazo familiar alguno con el glorioso general Batet- hacía públicas unas declaraciones sumamente extrañas en boca de un gobernante democrático: “Si hay más de dos millones de personas en Cataluña que no reconocen como suyo el marco constitucional, pretender imponerlo no nos va a conducir a ninguna solución…”

En fin, el 28A ha dado alas- y muchas- a Pedro Sánchez para gobernar como si tuviera mayoría absoluta, aunque no la tenga. Con acuerdos, para cada caso y ocasión, pactando con unos u otros partidos políticos. Es decir, libre como el viento. En teoría, claro. Aunque, para algunos, incluidos muchos militantes socialistas, el precio que parece haber pagado es, quizás, una cierta desnaturalización de sus principios, de su programa y de su identidad socialdemócrata.

*Periodista. Director de Crónica Popular.

Fuente: https://www.cronicapopular.es/2019/04/el-triunfo-del-psoe-y-la-vampirizacion-sanchista-del-podemismo/


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