Cómo mejorar las políticas democráticas
Hay macrorrelatos que empequeñecen la comprensión de las ideas, y hay relatos cortos, evolutivos, que engrandecen porque facilitan la comprensión de las ideas. Nuestra vida está llena de microrrelatos, casi todos etnocéntricos, y todos basados en la prudencia como paso previo a la madurez, y no en la moralidad o código a seguir. Vivimos pendientes del de al lado, y rara vez nos planteamos cuestiones existenciales o situaciones límite, a no ser que carezcamos de una forma de vida articulada, de una manera de vivir con sentido. De hecho, nos sacan de nuestras casillas cada vez que aparece ante nosotros algo que lo han convertido en problema, cuando no en tragedia. Cuando esto pasa es cuando carecemos de madurez, no por falta de experiencia, sino porque no hay nada en ese límite que pueda ser objeto de estudio, de cara a la verdad, a la racionalidad, a la solución -> no hay solución porque el problema carece de analiticidad, es como los sermones de los curas: dan miedo o esperanza pero en el vacío.
Casi todos los grandes relatos se apoyan en datos pero no dependen de ellos, son construcciones hechas para el debate, para los libros, para la cultura o las elites –pasa como con el mundo de las finanzas, que está hecho para los que detentan el dinero, pero no para el conjunto de los humanos. Esto es, constituye un juego de lenguaje cerrado categorialmente; y como éste otros tantos, muchos más de los que pensamos. Pero hay otros juegos más comunes que se ajustan a microrrelatos conversacionales, que por cotidianos forman ya parte de nuestra forma de vida, y es aquí donde sufrimos las fricciones que se producen al entrar en contacto, unos con otros, los microrrelatos, pequeños juegos de lenguaje, que constituyen nuestro bagaje intencional, y que podemos almacenar y utilizar, incrementándolos, día a día en conversaciones, debates y lecturas -> son formas de expresión capaces de articular justificaciones hechas verdades compartidas: es en estos contactos donde se producen los acuerdos y donde se puede comprobar cómo las políticas democráticas se desarrollan por mor del agente y de la ilocución, en o ante un auditorio.
Es interesante que podamos detenernos en el análisis del auditorio, porque no estamos hablando de un recinto cerrado lleno de sujetos pasivos, sino de redes activas de sujetos interpretantes que son críticos y conforman por sí mismos otros auditorios en los que entran agentes que comparten el juego de lenguaje en cuestión. Lo vemos enseguida al comentar, por ejemplo, la caída del desempleo. Muchos hablan no del suceso aritmético del paro laboral, sino de cómo se genera en nuestro ámbito prudencial un rechazo del significado pragmático del juego de lenguaje ad hoc, y cómo, rápidamente, se reacciona mediante diversos tipos de racionalidades que conforman otros juegos complementarios que ayudan a un auditorio virtual a elaborar racionalmente una salida al conflicto: el que se produce entre los interlocutores que han asimilado los porcentajes, tanto en cuanto son datos objetivos, pero que no han detenido la comprensión llevándola al límite terminal en el que acaba la noticia, tal y como hace el gobierno en boca de la inefable ministra, sino que, fuera ya del cierre, la conversacionalidad se ha expandido a otros territorios que, por ejemplo, pueden enjuiciar situaciones candentes, como la corrupción, el decretismo y el abuso de poder.
Si cultivamos, basta con seguir al Wittgenstein de ‘Investigaciones filosóficas’, la versatilidad de los microrrelatos a través del estudio filosófico de los juegos de lenguaje, habremos contribuido no sólo a un desarrollo pragmático del mundo de las ideas políticas, sino también al fomento de ejercicio democrático del intercambio etnocéntrico de todo aquello que posiblemente antes, en otro tiempo, nos deprimía o, simplemente, producía miedo en nuestras vidas.