Patriotas de bolsillo y oligarcas sin empatía alimentan al fascismo.
Los grandes empresarios de cualquier sector básico, o servicio esencial, que utilicen la Pandemia para lucrarse, que suban los precios viendo una oportunidad en la desgracia colectiva, que traten de despedir trabajadores sin causa justificada o usen estas medidas contra el interés general para perjudicar y erosionar a un gobierno que no les gusta, deberían ser juzgados por alta traición.
No se puede ir de patriota simplemente por poner una pulserita y una bandera en el balcón, por largar un par de ¡viva España! y ¡viva el Rey!.
Esos que a la menor oportunidad traicionan a los pueblos del Estado español para conseguir llenar sus bolsillos y hacerse asquerosamente ricos, en el fondo no conocen otra patria que sus cuentas bancarias.
Són también los que mueven los hilos de la ultraderecha y marcan su estrategia, los que dictan desde las sombras sus discursos del ódio al diferente y del miedo al futuro y al presente.
Són los mismos que salen más ricos de cada crisis, los que aprietan para que en las reformas laborales la clase trabajadora pierda sus derechos, los que vulneran la libertad sindical, los que hacen imposible la conciliación familiar, los que quieren que trabajemos más y cobremos menos, los que exigen que se privatice todo, los que piden que la edad de jubilación sea casi inalcanzable por simple ley biológica.
Ellos en definitiva són el enemigo de las trabajadoras y trabajadores. Són los que ahora azuzan y alimentan a la bestia fascista.
Las oligarquías tienen claro lo que quieren, defienden sus propios intereses y nunca los de la mayoría, porque para seguir siendo explotadores, necesitan explotados.