Una estrella roja para la bandera verde, blanca y verde. Un homenaje al mártir Caparrós en el día de Andalucía
En el mes de noviembre año 1977 llegué a Andalucía procedente de Bogotá, Colombia, a visitar por primera vez a la familia -por parte de mi madre- que vivía en Pedregalejo, una barriada cercana a la capital malagueña. En el aeropuerto mi abuela doña María Muñoz, de origen sevillano, mi abuelo don Manuel García, un relojero del Perchel, junto a otros tíos y primos llenos de felicidad me dieron la bienvenida.
Lentamente comencé a descubrir mis raíces andaluzas; el mar Mediterráneo, su paisajes, sus comidas y costumbres y ese acento tan cerrado que tienen los malagueños que a veces me costaba entender. Por esos días el debate político estaba en plena efervescencia y en la casa de mis abuelos no se hablaba de otra cosa. La tertulia giraba en torno a la autonomía andaluza -aunque la mayoría de mi familia defendía la españolidad- –no hay que ser tan majaras y fulleros España es España.- La única que no estaba de acuerdo era mi abuela que les reprochaba su ingratitud al no sacar la cara por la tierra que los vio nacer. En la televisión, la radio o los periódicos repetía más de lo mismo; que si el Estatuto Andaluz, que sus defensores que lo equiparaban al de los vascos, catalanes y gallegos. Indudablemente que esas reclamaciones ponían en tela de juicio los principios fundamentales de la España una, grande y libre. Desde luego que los militares no iban a permitir ninguna amenaza separatista. En la recién estrenada libertad y después de 40 años de dictadura franquista la gente presa de un gran entusiasmo quería comerse el mundo y hacer la revolución al instante.
Por supuesto que yo no entendía nada, no era más que un mero espectador, un extraterrestre acabado de llegar de Latinoamérica. Apenas tenía 17 años y con muchos pájaros en la cabeza. Sólo me interesaba jugar fútbol, ir al cine con mis primos o pasear por la playa en bicicleta. Mis padres emigraron a Colombia en aquella ingrata época de los años cincuentas y ahora yo comenzaba un capítulo más en la historia que ellos iniciaron. Aunque me sentía un poco perplejo y algo desubicado. Lo cierto es que mi abuela me puso a caldo y se convirtió en la voz de mi conciencia. Doña María Muñoz era una mujer de armas tomar muy distinta al resto de la familia. Ella realmente me adoctrinó convirtiéndose en mi camarada y confidente. Me habló sobre el sufrimiento del pueblo andaluz durante la guerra civil; tantos muertos, desaparecidos o encarcelados. Y lo peor el silencio y la complicidad con los verdugos. Instaurada la dictadura franquista más hambre, miseria y lustros de oscurantismo. Sin contar las familias rotas y los millones de criaturas condenadas a la emigración o el exilio. De eso nadie hablaba temerosos de caer en pecado mortal. Mi abuela me bajó de las nubes: como andaluz debía tener orgullo y levantar la cabeza.- sentenció.
A menudo nos sentábamos a conversar con toda la familia en el patio de la casa aprovechando la buena temperatura del otoño malagueño. A la sombra de un limonero tomábamos café con tortas de algarrobo aunque mis tías más apáticas se retiraban pronto a ver la televisión y mi abuelo aún más indiferente se pasaba el día entero reparando relojes en su taller. Yo tenía que adaptarme a la fuerza a una nueva realidad, me sentía un intruso con ese acento colombiano y aire de sudaca, un oriundo, el hijo de doña Consuelo. Los fines de semana para ambientarme un poco me iba a vagabundear por las calles de Málaga reflexionando acerca de mi futuro pues pensaba quedarme a estudiar en España.
Una tarde caminando por el centro de la ciudad vi un montón de carteles pegados en las paredes que anunciaban un acto político: “Malagueño, ha llegado el día de ponerse en marcha y exigir la AUTONOMÍA. Por eso te convocamos a la gran manifestación (autorizada) el próximo 4 de diciembre Día de Andalucía. Tendrá lugar a las 12 en nuestra ciudad desde la Plaza de Toros hasta el puente de las Américas. ¡Por la autonomía de Andalucía acude a la manifestación!” Por la noche cuando regresé a mi casa le comenté a mi abuela sobre este asunto. Andalucía en el pasado había tenido un estatuto autonómico y era una de las nacionalidades históricas de los pueblos de España. Blas Infante fue el autor del primer estatuto, que más tarde quedó proscrito por la dictadura. (el padre de la patria andaluza, fusilado a comienzo de la guerra civil) El franquismo identificó a España con todo lo andaluz; los toros, el flamenco y la playa. Una estrategia urdida por el Movimiento Nacional para atraer los turistas y levantar la maltrecha economía.
Recuerdo que fue mi abuela la que prácticamente me obligó a ir a la manifestación. -Tú también perteneces a este pueblo y ya es hora que vayas comprometiéndote, coño-. Yo no tenía ganas de meterme en líos pues esa no era mi guerra. Aunque mi madre fuera andaluza yo era un bogotano más, nunca había tenido ideas políticas claras y menos me interesaba lo que ocurriera por estos lares. Pero ante la insistencia de la vieja le prometí que me haría presente en su nombre ya que ella no podía acudir por encontrarse enferma.
Ese día 4 de diciembre salí en autobús desde Pedregalejo al centro de Málaga. Llovía con parsimonia cuando me bajé cerca de la Plaza de Toros para unirme a los manifestantes. Eran como la una de la tarde y codo con codo el pueblo caminaba con firmeza en un ambiente festivo en dirección a la Alameda. Se escuchaban vivas a Andalucía, a Blas Infante y al Estatuto. Otros agitaban banderas verdes, blancas y verdes o portaban pancartas con distintos lemas alusivos, siempre repitiendo las consignas de -Andalucía es una nación- -¡viva Andalucía libre!- -¡amnistía y estatuto de autonomía!-. Miles y miles de personas de todas las clases sociales, jóvenes, estudiantes, sindicalistas, obreros, políticos, ancianos, madres y hasta niños. Me impresionó la fe y el fervor que contagiaban. De alguna manera la gente después de cuarenta años de franquismo tenía que saciar sus ansias de libertad. Y encima, por ese entonces, la marginación, el paro y la precariedad amenazaban a buena parte de la sociedad andaluza. Yo me dejé llevar por la corriente, por inercia iba ahí detrás de la muchedumbre. No pregunté nada, no hablé con nadie, ni siquiera sabía a dónde íbamos. Ni tampoco sé con exactitud el tiempo que trascurrió hasta que pasamos frente a la Diputación donde apareció la policía armada.
Inesperadamente se escuchó el estallido de fuegos artificiales -que yo pensé hacía parte del espectáculo-. Alguien dijo que estaban disparando y bajo un griterío ensordecedor se desató la estampida de los manifestantes. No entendía nada. ¿Una balacera? ¡No puede ser! está bien que pasen esas cosas en Colombia, pero aquí en un país civilizado es increíble. Ese iba a ser mi bautizo de fuego y el hecho que cambiaría la historia de mi vida. Al parecer una persona se subió al balcón del edificio de la Diputación agitando una bandera andaluza. (las autoridades se negaron a colocar la bandera verde, blanca y verde. Allí solo ondeaban varias banderas franquistas) Sin duda que habían agentes infiltrados del gobierno para reventar el acto. El pueblo enfurecido y lleno de rabia comenzó a tirar naranjas y piedras contra la fachada. Luego se dirigieron hacia la policía y éstos al verse acorralados desenfundaron sus armas e hicieron varios tiros al aire. Pero como no surtió efecto su amenaza, apuntaron al cuerpo de los manifestantes. El caos se apoderó del centro de la ciudad, un auténtico terremoto estremeció Málaga. Todo eran carreras, tropezones, llantos, alaridos y nubes de humo y gases lacrimógenos. Se me secó la boca y no podía ni respirar. Al parecer había alguien herido por un disparo -la gente murmuraba. Le pegaron un tiro por la espalda- declararían luego los testigos-
Unos jóvenes alzaban en andas un cuerpo inerte para trasladarlo tal vez a una ambulancia o a un puesto de socorro. No sé muy bien. El pánico alcanzó su punto más álgido. El ulular de las sirenas golpeaba mi cerebro, por todos lados se aproximaban los carros de policía y los antimotines prestos a reprimir a los exaltados. Y yo cual inocente corderito en medio de esa trifulca corría despavorido hacía ninguna parte. ¿Quién podría aplacar los deseos de venganza? Imposible. Con piedras y palos los primeros piquetes se enfrentaron a los guardias, les gritaban: “¡cobardes! ¡asesinos! ¡cabrones! ¡fascistas!” La noticia se regó como pólvora: “¡lo han matado, lo han matado, lo mató la policía!” La cosa pasó de castaño a oscuro y la gente fuera de sí empezó a romper los cristales de los negocios, quemar coches, destruir farolas, papeleras, o lo que se atravesara en el camino. Los piquetes levantaban las primeras barricadas para hacerle frente a los “grises” en ese improvisado campo de batalla. Me dio mucho miedo y yo ya no corría sino volaba en dirección al puerto -la única vía de escape-
Alejado de la zona de combate recobré el aliento y me fui al trote por el paseo marítimo rumbo a Pedregalejo. En el portal de la casa me esperaba mi abuela quien al verme me abrazó muy preocupada. Mi abuelo le reprochó que me hubiera enviado a ese motín de “rojos enemigos de España”, mis tías más de lo mismo, imploraban el regreso del Caudillo. En la radio y la televisión ya habían dado la noticia sobre los enfrentamientos. Además, anunciaron la muerte de un del joven manifestante Manuel José García Caparrós, trabajador malagueño y ¡comunista! No decían ni quién lo mató, ni cómo lo mataron. Nadie ha visto nada ¿a lo mejor fue una bala perdida?
Hubo que esperar un tiempo para que se confirmara extraoficialmente que un policía le había disparado por la espalda. El gobierno de la UCD censuró la información en un intento por aplacar la revuelta que tardó varios días en disiparse. Poco a poco me di cuenta que Málaga era un nido de falangistas y de fascistas de mucho cuidado y que éstos actuaron como provocadores en la manifestación. Me quedé mudo y no tenía ni una palabra de respuesta ante las preguntas de mi abuela, mi abuelo o de mis tíos. Aunque con el paso del tiempo lo comprendí todo; la muerte del mártir del patria andaluza, un joven que hubiera podido ser yo, los propósitos de la marcha, los anhelos del pueblo al exigir libertad y autonomía, germen inalienable de la autodeterminación y la independencia. En conclusión: el crimen de Caparrós ha quedado en la impunidad. En ese entonces el gobierno conformó una comisión de encuesta -de la que hacía parte el actual alcalde de Málaga, Francisco de la Torre (UCD y hoy PP)-que exculpó al Gobernador Civil, Enrique Riverola.
A partir de entonces me quedé a estudiar en Málaga y con el paso de los años fui testigo de la resaca y el desencanto y de cómo se extinguió aquel espíritu revolucionario que se forjó aquel día 4 de diciembre de 1977. El pueblo fue castrado por los caporales del partido socialista, esos traidores con “cuatro palabritas finas” nos engatusaron: que si los subsidios del paro, el dinero fácil, el porro, el cubata y la cerveza. Necesitaban payasos para el circo y dieron en el clavo. Los mafiosos socialistas impusieron una eficaz dictadura televisiva que desmovilizó la rebeldía. Los caciques de la Borbolla y Manuel Chávez se arrodillaron ante los reyes y los grandes de España y vendieron nuestra tierra al mejor postor. Lograron convencernos de que éramos ciudadanos europeos, una raza superior (no africanos como solían calificarnos). Los catetos y paniaguados se comieron el cuento y renegaron de sus propios ancestros despreciando su cultura e identidad.
Hoy Andalucía no es más que un vulgar condominio, un club privado con campos de golf, piscinas y chiringuitos. “La puta del sur” o la reserva india de Europa, con una buena cantera de meseros, camareros y mucamas prestos a complacer los caprichos de los turistas. ¡Qué remedio! Más cornadas da el hambre. Nuestra naturaleza expoliada sin escrúpulos, un erial donde se arrojan los desechos nucleares, donde la especulación inmobiliaria destruyó la costa del Mediterráneo sin dejar una sola playa virgen, donde la reconversión industrial fulminó el tejido productivo. Los grandes supermercados se convirtieron en los templos de la nueva religión del consumismo. Como dijera una vez el cantautor Carlos Cano: “yo no puedo cantarle a un pueblo que no sabe soñar”. El creador de temas como la “miseria” o “la murga de los currelantes” tuvo que dejar a un lado sus canciones revolucionarias para dedicarse a la copla y complacer a las marujas y las monjas de los conventos. Han triunfado los capillitas, los señoritos del Opus Dei que cabalgan en sus jacas tras de los siervos.
Se ha instaurado una decadente sociedad pequeño burguesa donde el valor supremo es la mediocridad. Alfabetizados por los famosillos de charanga y pandereta, la lotería primitiva, el fútbol, los toros y el gordo de la lotería de navidad. Gobernados por un sistema feudal en el que unos cuantos privilegiados son los propietarios del 80% de la tierra mientras los siervos tenemos que hipotecar nuestra vida para intentar sobrevivir en un nicho de 30 metros cuadrados. Ni siquiera nos pertenecemos, hemos claudicado y nuestra soberanía vale menos que un pepino. Somos una colonia más a órdenes del imperialismo, con bases militares y un ejército de ocupación OTAN.
Los supuestos revolucionarios que antes levantaban el puño en alto ahora están sentados en sus poltronas dedicados a engordar sus cuentas corrientes y a disfrutar las noches de bohemia en algún cabaret de Marbella. La utopía andaluza se derrumbó por completo. Ya no hay necesidad de reivindicar un autogobierno pues sumisos nos postramos de rodillas ante las veleidades de Berlín y Bruselas.
Había que desactivar el nacionalismo andaluz, había que robarle la calle al pueblo a cambio del voto en las urnas. -Es lo más civilizado, ¿no? Hay que respetar el estado de derecho y la democracia.- Y vilmente nos taparon la boca y tuvimos que claudicar. Sólo nos quedan los recuerdos y la frustración de lo que pudo ser y no fue. En todo caso algunos rebeldes aún resisten en las trincheras aguardando la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Ese día 4 de diciembre de 1977 Manuel José García Caparrós al caer asesinado dibujó con su sangre una estrella roja que brilla con luz propia sobre la bandera verde, blanca y verde. ¡Viva Andalucía libre!