Estados Unidos: desconfianza, conspiranoia y fragilidad institucional
Como aclaración, señalamos que el hecho de enunciar y explicar un fenómeno no significa estar a favor de él o legitimarlo. Más bien, se impone la necesidad de construir respuestas desde diferentes ángulos con el fin de ofrecer posturas lo más fundamentadas posibles.
Que QAnon surja como movimiento político en los Estados Unidos evidencia el grado de orfandad que las sociedades contemporáneas experimentan en términos ideológicos y la pérdida de brújula ante las posibilidades de resolución de los problemas públicos. Más todavía: evidencia la creciente pauperización social y la erosión de las clases medias en los Estados Unidos; resultado de cuatro décadas de hegemonía del capitalismo rentista, financiero y parasitario, que condujo a ese país a la desindustrialización, a la erosión de los sindicatos y a un predominio del fundamentalismo de mercado que profundizó la desigualdad social. Como muestra de esto último se tiene que los 400 megamillonarios concentran el 20% de la riqueza en ese país –en tanto que en 1980 solo concentraban el 5%–; el 40% de los estadounidenses viven por debajo de la línea de pobreza; el deterioro del campo laboral y la pérdida del poder adquisitivo del salario; y el hecho constatable de que sus ciudadanos carecen de una sólida red de protección social.
Definido a sí mismo como un juego interactivo, como una religión y como un movimiento político, QAnon es más que una simple ideología de la conspiración –aunque casi cualquier conspiranoia se convierte en argumento irrefutable–, tal como lo definen los mass medía. Uno de los rasgos centrales de QAnon es estar dotada de una enorme capacidad y pericia en el manejo de las tecnologías de la información y la comunicación y de las redes sociodigitales que, a partir del anonimato, mueve a un ejército digital de autodenominados patriotas y supremacistas caucásicos para ejercer al extremo la libertad de expresión. Denuncian a una élite global –políticos demócratas, banqueros, megamillonarios, actores de Hollywood– que llevó a los Estados Unidos a la bancarrota, y cuyos miembros son definidos como “pedófilos satánicos, que comen, torturan y violan a los bebés hasta beber su sangre para rejuvenecer”. Más aún: la imaginación de sus integrantes arguye la existencia de “un Estado Profundo (Deep State) que usa a los seres humanos como marionetas o herramientas manipuladas para distraer de atrocidades”. Reinvidican una “revolución con la cual las dolencias del mundo están a punto de sanarse”. A su vez, se asumen como “el gran despertar” y están a la espera de “la tormenta” al ser arrestada esa élite global. De ahí la creencia y efervescencia de las masas conectadas en red, que lo mismo se apoyan en el milenarismo, el apocalipticismo y asumen a “Trump como un mesías enviado por Dios”. A ello se suma una generalizada actitud paranoica para comprender la política; lo cual se apoya en una postura maniqueista donde el bien (Donald Trump y los patriotas) luchan contra el mal (la “camarilla global”) para restablecer “la grandeza de los Estados Unidos” y “el desmantelamiento de la red de pedófilos”. De tal modo que prevalece un pensamiento conspirativo vinculado a predicciones que no siempre se cumplen en esa narrativa.
Simbolizado con la letra Q –y el número 17–, fusionan en su narrativa a Dios, a Donald J. Trump –aunque éste jamás reconoció públicamente su vínculo con QAnon– y el uso de las armas para defender el hogar habitado por los creyentes de este movimiento. El negacionismo es la divisa en su estructura mental; de ahí que se cuelen creencias como la que asegura “que la tierra es plana” (terraplanistas) o que “los alienígenas son reales”, o que tiroteos supremacistas y racistas en el llamado Pizzagate de Washington D. C., o en el hotel Mandalay Bay de las Vegas, en realidad no ocurrieron pese a la importante cantidad de muertos.
Son parte de la polarización que fragmenta a la sociedad estadounidense y la ciega en una espiral decadente que extravía su sentido de comunidad, pese a que una de las consignas de QAnon es: “donde va uno, vamos todos” (“Where We Go One, We Go All”). Aunque abrazan el lema “Make American Great Again”, posicionan un lenguaje denigrante de la condición humana y en el cual subyace el racismo con nuevos tintes. Su aparición pública más vista fue el pasado 6 de enero de 2021 con las protestas en Washington para desconocer la elección de Joe Biden y denuncar el fraude electoral en las elecciones del 3 de noviembre de 2020.
Lo que está implícito en la generalización de las ideologías de la conspiración es el hecho de que el ser humano necesita de mínimas certeza que le tornen mínimamente predecible en medio de un mundo caótico, regido por el azar y que no resulta asimilable para los individuos. Esa conspiranoia ofrece una pasajera tranquilidad para aceptar la realidad y crear ciertas seguridades al tratar de comprender ese mundo. Entender lo que rodea a los individuos es algo consustancial a la psicología humana; sobre todo cuando ocurren macro-eventos que desbordan su curiosidad. Lo que varía es la respuesta que los individuos construyen ante esos eventos. Cuando las explicaciones no son claras y no se cuenta con información, entonces es fácil para el pensamiento conspirativo imaginar que alguien desde la oscuridad maneja los hilos.
Los seres humanos pretenden construir sentido a los hechos, pero lo que distorsiona esta vocación humana es la pretención de que un individuo o grupo se apropien de un discurso y lo moldeen con fines específicos. En ese trance se cuelan noticias falsas (fake news) que incluso se imponen al mismo discurso científico en las explicaciones de los hechos. El problema de fondo es la desconfianza que priva en las sociedades, y la crisis de legitimidad e institucional que le acompaña y que entonces conducen a no creer en el “otro” (en el vecino, en el compañero de trabajo, en el habitante del mismo territorio) y mucho menos en los hechos, sino en interpretaciones acomodaticias que le acompañan.
Se impone entonces un sesgo cognitivo que parte de prejuicios y de nociones preconcebidas y carentes de rigor sobre las cuales no se tienen pruebas, sino que pretenden incentivar las emociones de quienes las escuchas o leen.
4chan, 8chan, EndChan, 8kun, Reddit, Gab, Parler, Facebook, Instagram y Twitter, fueron las plataformas favoritas de QAnon desde su fundación. Desde ellas se difunde un discurso reiterativo, no siempre pulcro en sus expresiones ni alejado de la mentira. Sus seguidores, por más que se les ofrezcan argumentos fiables, no escapan del influjo de esos rumores o mentiras generalizados en las plataformas. Entonces se plantea el problema entre la necesidad de contar con privacidad y apostar por la libertad de expresión. Aunque sean ideas erróneas las allí difundidas, no se les elimina por el respeto a esa libre expresión. Desde esos foros pretenden influir en los procesos electorales en los Estados Unidos, y atizar la guerra civil (https://bit.ly/3varzfZ) que experimenta ese país desde lustros atrás.
No importa quién o quiénes sean Q, cuando éste se refugia en el anonimato de la red. Lo realmente relevante en este fenómeno es el cruce de la inconformidad social con el ascenso de ideologías nacionalistas y neoaislacionistas. Importa en todo caso el fenómeno social entreverado con QAnon y las oleadas de seres humanos que abrazan estas ideologías para posicionarse ante el mundo y su hostil realidad en la decadente sociedad estadounidense (desempleo, precariedad laboral, endeudamiento de los hogares, exclusión social, desahucio de viviendas, crisis de opiáceos (https://bit.ly/3sCUkix), etc.). Lo que también se evidencia es la incapacidad de la praxis política y del Estado para encauzar, intermediar y resolver los problemas públicos. Cabe destacar que QAnon no desaparecerá de la escena pública de los Estados Unidos, sino que probablemente esté presente en las elecciones de término medio en noviembre de 2022 y en la elecciones presidenciales de 2024.
Mientras esos flagelos sociales no sean combatidos, expresiones como QAnon que arrastran a millones de ciudadanos estarán latentes, apelando a las emociones más pulsivas y primarias, y serán parte de los objetivos estratégicos ostentados por las élites plutocráticas que se disputan el poder en los Estados Unidos y la misma conducción de su decadencia hegemónica (http://bit.ly/33jXPPo, http://bit.ly/36GXQO3 y https://bit.ly/2JZtWwP). Este pensamiento conspirativo y maniqueísta es el extravío de la praxis política en el contexto de un colapso civilizatorio que se exacerba con la desigualdad social y el triunfo del individualismo hedonista (https://bit.ly/3bi4vB1); es, a su vez, una muestra de la fragilidad institucional de los propios Estados Unidos.
Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor,
y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación
semántica y escenarios prospectivos.
Twitter: @isaacepunam