El 26J pone a prueba las confluencias de la izquierda
Es ya un clásico que, tras una confrontación electoral, cada partido busque y rebusque motivos para celebrar la victoria, aunque tengan que torturar los resultados hasta que digan lo que cada uno quiere oír. Todo sea por jalear a unos votantes que cada vez se parecen más a turbas de hooligans descerebrados que a electores responsables.
Así, los dirigentes del PSOE, que han sacado el peor resultado de su historia reciente, aparecen exultantes en los medios de comunicación afirmando que han logrado vencer al populismo, cuando lo cierto es que, con los datos en la mano, se les puede augurar una travesía del desierto que durará seguramente más de una legislatura. Celebran también que han ‘vencido a las encuestas’, cuando se ha demostrado que la demoscopia ha fallado estrepitosamente en todas las convocatorias electorales recientes de nuestro país. Así que, celebrar que han ganado a algo así como a un fantasma, es poco menos que autocomplacerse de cara a la galería. Quien no se consuela es porque no quiere.
El PP, que venía de la aplastante mayoría absoluta del último gobierno, necesitar sumar varios partidos para conformar un gobierno medianamente estable. Para lograrlo, probablemente habrá de renunciar a algunas de sus ‘reformas’ más cuestionadas y hacer concesiones para comprar votos o abstenciones de terceros y, aun así, también ha celebrado su triunfo como si fuera una victoria incontestable cuando ha obtenido algo menos de 8 millones de votos de los 35 millones del censo electoral. Así ganaba Pirro sus batallas…
Para Ciudadanos, que ha perdido 8 escaños de los 40 que poseía en las anteriores e inútiles elecciones, convertido ahora en irrelevante, le basta con apelar a la injusta ley electoral vigente y a la configuración de las circunscripciones electorales para justificar su caída en los apoyos y representantes. Quieren obviar que está bien claro que un partido de derechas o de centro derecha, que cosechó muchos electores desencantados con el Partido Popular, los ha perdido de golpe, por causa del pacto con el PSOE. Para muchos de ellos, aquello fue una auténtica traición.
Pero vayamos a los grandes ‘perdedores’ de la jornada del 26J. Unidos Podemos ha cosechado el mismo número de representantes que obtuvo el pasado diciembre —71—, aunque todas las encuestas, incluidas las realizadas a pie de urna, auguraban alrededor de 90 parlamentarios. La pérdida de un millón de votos en poco más de seis meses no es para sentirse orgulloso pero, si sus dirigentes hubieran seguido las mismas pautas de relaciones públicas que el PSOE, podrían haber dicho que han luchado contra los elementos en una lucha de todos los partidos contra ellos y con una campaña del miedo atizada desde la mayoría de los medios de comunicación, la patronal e incluso la gran banca internacional.
Pero no ha sido así, las izquierdas suelen ser más crudas y ácidas en los análisis postelectorales. Muchos se han lanzado desde el minuto uno a pedir la cabeza de Iglesias, otros la de Errejón. Algunos apuestan por el entronamiento definitivo de Alberto Garzón, mientras que otros piden la disolución de la confluencia por culpabilizarla del supuesto fracaso electoral.
Desde fuera, el PSOE insiste, como si siguieran aún en campaña, en que por culpa de Podemos ellos no están hoy gobernando. Si Pedro Sánchez hubiera ofrecido un gobierno de coalición a Podemos, hoy sería presidente del país y si mañana gobierna Rajoy de nuevo es porque el PSOE quiso que le regalaran los escaños, ocupando todos los sillones azules del hemiciclo. Desde el PP dicen que los ayuntamientos del cambio son un fracaso porque en algunas de las ciudades donde gobiernan han perdido votos. ¡Cómo si se pudiesen comparar dos procesos electorales tan diferentes!
Algunos en Podemos, miembros de las confluencias y enemigos de la coalición, pretenden culpar a la alianza electoral con Izquierda Unida de la pérdida de votos. Incluso Mónica Oltra se ha sumado ese coro. Afirman que, con la incorporación de Izquierda Unida, Podemos ha perdido la centralidad y transversalidad de la que algunos hacían gala. Nada más lejos de la realidad. Hay que documentarse antes de hablar, sobre todo si eres un cargo público o un líder de opinión. Y para ello, nada más fácil que acudir al propio CIS y a su escala de ubicación ideológica de los partidos políticos. Pues bien, echando un vistazo a los últimos resultados disponibles se aprecia que Podemos e Izquierda Unida, considerados por separado, se sitúan en el 2,19 en una escala del 1 al 10, donde 1 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha. Aún más, si estudiamos la serie histórica, veremos como Podemos ha sido situado por la ciudadanía como más ‘radical’ que Izquierda Unida (por cierto, al PP lo ubican más en la extrema derecha que Podemos en la extrema izquierda, a pesar de que también reivindican la huera centralidad). Imagino que los artífices de la alianza Unidos Podemos estudiarían este tipo de contingencias antes de proceder a la firma del pacto de los botellines.
Personalmente pienso que la pérdida de votos, probablemente viene justo del lado contrario, de la parte izquierda de la ecuación. Mucha gente se ha desmovilizado con una campaña excesivamente moderada y triunfalista; desactivado por la mímesis artificiosa con el PSOE y la socialdemocracia, desmotivado por la falta de respuesta ante las agresiones del resto de partidos y medios de comunicación… También, cómo no, por haber escondido tanto a Alberto Garzón y otros líderes de Izquierda Unida, cuyos miembros y simpatizantes se han podido sentir ninguneados e incluso humillados por la formación mayoritaria de la coalición que insistía hasta la saciedad en ser pareja de hecho con alguien que no quería ni oír hablar de ello. Y es que el líder mejor valorado del país jamás debería haber ocupado un puesto 5 por Madrid, eso fue un auténtico despilfarro y un error de cálculo.
La confluencia de la izquierda no es ni será jamás una mala idea. De hecho, con un millón de votos menos, se ha repetido el exitoso resultado electoral del 20D. Parafraseando al gran filósofo y líder del marianismo, la ley ayuda a quienes mucho confluyan. Solo hay que ampliar, profundizar y articular el proceso para convertirlo en irreversible y en el instrumento que necesita la sociedad española para enfrentar el tsunami austericida e involutivo que está arrasando con toda Europa, especialmente con los países del sur del viejo continente.