Paco Campos •  Opinión •  04/07/2016

¿Puede la filosofía situarse por encima de la política?

Nada mejor que nuestras creencias y deseos para comprender el sentido del mundo y de la vida, esto es, nada mejor que el etnocentrismo como categoría fundamental de la comunidad para poder enjuiciar cualquier teoría de la racionalidad de rango universal que quiera orientar nuestras vidas, que pretenda incluirlas en el ámbito de la incondicionalidad. O de otra manera: cualquier teoría puede erigirse desde sus propios pies, y esto lleva consigo que tanto la racionalidad como la universalidad no son suficientes para que la filosofía pueda situarse por encima de la política y así poder jugar un papel neutral desde el cual encajar en la política democrática. Y esto porque los principios liberales y democráticos apenas definen un juego único de lenguaje posible entre muchos, los muchos y diversos que configuran una comunidad.

Argumentos todos estos que cruzaban entre sí a principios de este siglo Richard Rorty y Jürgen Habermas, a los que se agregan otros por ambos bandos respectivos, Davidson por un lado, y Apel, Putnam y Wellmer por el otro. Básicamente se trata de aceptar o no relatos universales o universalizables sobre nuestra vida etnocéntrica. Para verlo mejor: se trata de aceptar o no principios universales, teorías de pretendida validez fuera del contexto; por ejemplo, una joven dice en la radio que vota al PP porque defiende sus principios por ser válidos en sí mismos, independientemente de lo que pudiera acaecer en cualquier momento: antes Kant y hoy Habermas piensan que el deseo de universalidad, incondicionalidad y necesidad son deseos deseables que compartimos cuando llegamos al más alto nivel de desarrollo moral –en palabras de Rajoy salen a la luz esos deseos mezclando la religión con la política, el patriotismo con la democracia, la justicia con la conciencia individual, y todo un largo etcétera que los medios de comunicación se encargan de difundir.   

Es necesario analizar la pregunta en cuestión -> ¿Necesitamos una teoría de la racionalidad, tal y como la piensa Habermas? La respuesta es: no. Rorty refuerza la respuesta apelando a la línea evolucionista de Darwin, esto es, no hay obligación que admita la idea de que la filosofía puede ser políticamente neutral, y esto porque el paso de la racionalidad universal –la obligación moral de Rajoy- al contextualismo, al etnocentrismo –un paso históricamente ya dado- estaría en la misma línea que la del paso de la escritura ideográfica a la alfabética, o el paso de la representación tridimensional en una superficie bidimensional, por ejemplo, dice Rorty. Automáticamente se enfrentan aquí dos caminos que la teoría nos ha impuesto a causa de una concepción distinta de la racionalidad: el de Kant y el de Dewey, que ahora son el de Habermas (con Wellmer) y el de Rorty (con Davidson). La crítica de Dewey es contundente: no es posible, piensa Dewey, que la noción kantiana de ‘obligación incondicional’ pueda sobrevivir a Darwin, porque todas las obligaciones han de ser condicionadas y situacionales.

Por el argumento anterior acusaron a Dewey de relativista, porque decía que no había uso alguno de lenguaje, no había juego de lenguaje que pudiera resolverse en la expresión ‘validez independiente del contexto’ porque esa expresión es inoperante, aunque pueda la teoría habermasiana defender las ‘ciencias reconstructivas diseñadas para aprehender las competencias universales’, que recuerda a Chomsky y su teoría de la competencia lingüística. Apostilla Dewey al respecto en su crítica a Kant, diciendo que la pretensión universalista da pie para preguntar si la política democrática puede empezar partiendo de una afirmación, en vez de hacerlo desde una negación.

Hemos comprobado qué sucede cuando se pone la política democrática en el contexto de la narrativa de la maduración de Dewey. En este sentido Rorty dice que no puede ofrecer nada que se le parezca a un argumento concluyente, basado en premisas comúnmente aceptadas para esta narrativa, y que aspira, a lo sumo, a contar cómo se ve la filosofía europea posnietzscheana desde la perspectiva de Dewey, en vez de enfocarla desde un ángulo universalista. Y sigue diciendo que las narrativas son un recurso muy válido para persuadir(nos), y que El discurso filosófico de la modernidad  de Habermas (Taurus) y La busca de la certeza  de Dewey (Fondo de Cultura) son ejemplos admirables del poder que tienen las narrativas de maduración.

Termina Rorty diciendo que conceptos como  verdad, racionalidad y madurez alcanzan un nivel de abstracción tal que sirven, sobre todo, para cómo modificarlos a largo plazo para que sean más útiles para la política democrática. Ya nos enseñó Wittgenstein sobre los conceptos, los cuales no son mas que usos de palabras. Los filósofos se han empeñado durante mucho tiempo en entenderlos, pero el asunto es cambiarlos para que sirvan a nuestros propósitos. La lingüístización de los conceptos kantianos por parte de Habermas, Apel, Putnam y Wellmer es una propuesta acerca de cómo volverlos más útiles. El naturalismo profundo de Dewey y  Davidson es una propuesta alternativa. Lo concreto de esta especulación es que la política democrática no puede obedecer a principios universales excluyentes, porque si es así, como sucede hoy día, nos alejamos de los problemas prácticos de la democracia para poner rumbo a la tierra de nunca jamás de la teoría, diría Dewey. 


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