Rafael Fenoy Rico •  Opinión •  04/09/2018

Memoria: Hay quien no la quiere y quien la añora

Es más que razonable que alguna persona estalle, incluso en redes sociales, requiriendo que se pare ya de hablar de la Memoria Histórica. El bombardeo mediático al que es sometido el respetable clama al ¡cielo! No hay día, en este verano, que no hayan titulares  del Valle de los Caídos y el General Franco, comentarios en todo tipo de medios, tertulias a mogollón y en las redes sociales miles de videos y fotos por doquier. Este fenómeno que ocurre con más de un asunto y siempre se repite, no debería abandonarse al olvido. A pesar del empacho mediático, este tema de la Memoria Histórica, el tratamiento no pasa de una faena de aliño, posible y comprensiblemente por el escaso número de profesionales de la comunicación que deben triplicarse para que su medio siga emitiéndose, imprimiéndose o proyectándose. Y ¡con pocas manos! no se puede esperar abundancia en la cosecha, por muy buenos profesionales que sean.

Este asunto de la Memoria Histórica requiere de un apoyo institucional que permita a cualquier persona acceder a una información rigurosa, detallada y veraz de lo que fue aconteciendo antes, durante y después de la infame guerra civil. Desencadenada entre hermanos por los grandes poderes que siempre hacen su agosto pescando en rio revuelto. Y que más revoltijo que toda una guerra civil de tres años y una postguerra de casi 40.

Si las gentes conociéramos como se fraguó esta inmensa sangría, esta brutalidad extrema. Si de verdad se conocieran a los genocidas de cualquier color o condición, si por un instante asumiéramos el dolor, sentido por años, de las familias huérfanas por las ejecuciones asesinas, si  pudiéramos retener en nuestra mente la magnitud de la barbarie, seguro que este tema de la Memoria Histórica no sería noticiable.  De hecho construir la memoria historia de la dictadura del general Franco consumió algo menos de cinco años, tiempo en el que se hizo acopio de todos los documentos de los “caídos” por España, se elevaron cruces, lapidas y monumentos conmemorativos. ¿Quién no recuerda la estela de nombres grabados en mármol en la fachada de la Iglesia de la Palma de Algeciras? Y no estuvo bien taparlos, lo realmente perverso fue no añadir los que faltaban.

El discurso de los dos bandos (¡poco menos que iguales!) no puede legitimar el olvido. Entre los vencedores y vencidos hay grandes diferencias, la principal que mientras los primeros escribieron su historia, enterraron a sus muertos, reconocieron a sus heridos y mutilados de guerra, compensaron a sus viudas y huérfanos; a los vencidos se les negó absolutamente todo. Y desde 1978, primer año constitucional ha habido tiempo sobrado para reconocer y reparar tanta injusticia. ¿Por qué no se ha hecho? ¿Quiénes han permitido este dislate?

En cada familia sale el tema y sobre todo algunas personas mayores,  que vivieron el horror, instan a dejar como está el asunto. Y esto porque temen que remover el pasado provoque sentimientos de venganza. Nada de malos sentimientos hay que temer. El pasado hay que enterrarlo, pero bien. Porque de no hacerlo seguirá pudriéndose permitiendo con ello fabular lo suficiente para animar odios y rencillas. Hay que dejar constancia de la historia, porque ya dice el refrán que mejor lápiz corto que memoria larga. Y cuanto antes se recupere, menos se hablará de ella y, así, no nos distraeremos para encontrar soluciones a los graves problemas que nos aquejan.


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