El NO se impuso en Colombia, ¿qué sigue?
Con una participación de apenas el 37% del electorado, el NO se impuso, con un 50% de los votos, por un breve margen de menos de un 1%. En circunstancias normales, este resultado se vería como un empate técnico[1]. Sin embargo, la derrota política sufrida por los sectores políticos que han respaldado el acuerdo de paz entre el gobierno de Santos y las FARC-EP no puede ser minimizada. La campaña del NO, en estricto rigor, no tenía que ganar para ganar: le hubiera bastado tener un margen de votos lo suficiente amplio como para poner un signo de interrogación y quitar piso de legitimidad a lo acordado en La Habana. En cambio, lograron mucho más que eso, imponiéndose en el conteo final en una jornada electoral cuyos altos niveles de abstención tampoco pueden atribuirse exclusivamente a la lluvia. La falta de entusiasmo en torno a este acuerdo de paz ha sido más que evidente, pese a que todos los medios de comunicación, la llamada “comunidad internacional” y las principales personalidades de la política y la cultura se posicionaron a favor del SI. No es de sorprenderse que el SI haya tendido a imponerse en las zonas de presencia guerrillera o de fuerte intensidad del conflicto, mientras que el NO se tendió a imponer en las zonas alejadas del conflicto[2]. Pero estas son tendencias, no realidades absolutas: en zonas del Caribe, claramente ajenas al conflicto, se impuso el SI y el NO se impuso en municipios fundacionales de las FARC-EP, como ser Chaparral, Rioblanco y Planadas en Tolima.
Ya habíamos dicho, a contravía del triunfalismo reinante entre los partidarios del SI, que resultaba insensato despreciar la fuerza que el NO podía tener entre los votantes[3]. Pese a que en un principio el espectro del NO era feudo exclusivo de los uribistas, sería un error asumir que pertenecen al expresidente todos los votos en contra al acuerdo, o que todos estos votos representen al “guerrerismo”: aunque esos sean los sectores más visibles, hubo sectores que con argumentos jurídicos también se posicionaron en el campo del NO[4]. No creo que muchos de los votantes contra el acuerdo quieran, genuinamente, volver a la guerra o quieran más derramamiento de sangre. Esto es algo que no debe ser obviado. Acá no se debatió la paz y la guerra, aunque así lo quiera ver obstinadamente un determinado sector –se sabía que, fuera cual fuera el resultado del plebiscito, la decisión de las FARC-EP de abandonar la lucha armada no tiene reversa y en ese sentido se habían ya expresado algunos comandantes de esa guerrilla[5]. Quienes rechazaron el acuerdo tal cual fue negociado en La Habana esperan una renegociación.
Desde luego, no ayudó la pobre pedagogía de paz durante el proceso de negociación, en el cual hubo más interés en aislar y desacreditar a la insurgencia que en dar capital político a lo que se venía negociando. Ni tampoco ayudó la campaña de Santos, que invitó al pueblo a tragarse sapos. Al pueblo no le gusta tragarse sapos, aunque a veces tenga que hacerlo contra su voluntad. Pero si se le da la opción, dirá que no. Así de sencillo. Podrá decirse que el mensaje de Santos fue tibio o confuso, pero no podía ser de otra manera: en realidad, tanto él como Uribe son representantes de la oligarquía y sus contradicciones, magnificadas por la prensa, son más de forma que de fondo[6]. En la narrativa post-conflicto que están construyendo –antes de que estemos en el post-conflicto-, el Estado aparece como un padre benevolente que perdona a su hijo rebelde sus desafueros pasados. La cuestión es cuanto están dispuestos a ceder o a perdonar. Un acuerdo que no tocaba el modelo y que no tenía, de manera evidente, capacidad transformadora para la mayoría, no tuvo mayor eco y el debate terminó limitándose a la supuesta impunidad para las FARC-EP.
Pero más allá de las limitaciones obvias de la campaña oficialista, el triunfo del NO refleja la debilidad de las partes negociadoras de cara a la población. Santos es uno de los presidentes más impopulares de la historia colombiana[7], y dudo mucho que la colección de politiqueros, vividores y oportunistas encabezando el SI –entre ellos personajes como Samper o Gaviria- hayan contribuido a generar confianza en torno al proceso. Esto, sin considerar la profunda crisis institucional que vive el país. Por otra parte, aunque las FARC-EP cuentan con un respaldo profundo y arraigado en ciertas zonas rurales donde han tenido presencia, el rechazo a ellas por parte de las mayorías urbanas es indiscutible. El repudio a las FARC-EP tiende a aumentar mientras más lejos se esté de ellas –resulta curioso, por decir lo menos, que algunas de las personas más viscerales en contra de la guerrilla sea gente que jamás en su vida han conocido a un guerrillero, lo cual demuestra la fuerza de la construcción que mediante la propaganda oficial se ha hecho. Pero sea cual sea el origen de esta percepción, ella es una realidad que no puede ser ignorada. Resultaba clave, para ganar apoyos al proceso de paz, conectar con la población que vive fuera de las zonas rurales de influencia tradicional y llegar una población mayoritariamente urbana o incluso no urbana pero que está inmersa en otras problemáticas y otros procesos, que son afectados indirectamente por la guerra de maneras diferenciadas. ¿Qué significaba el proceso de paz para ellos, en concreto? La izquierda que rodeó al proceso, dividida como está, débil, marginal, desconectada del sentir y pensar de las mayorías populares, más hábil para alienar y señalar a los que piensan diferente que para generar procesos incluyentes, sin suficiente imaginación, con prácticas añejas, acostumbrada a consignas que han tapado su falta de proyecto para ofrecer al conjunto del pueblo, fue incapaz de hacer esta tarea.
El triunfo del NO vuelve a demostrar que el proceso fue visto como un asunto distante para la mayoría de la población, como algo ajeno. De hecho, el proceso de paz fue “vendido” mucho mejor a la comunidad internacional que al propio pueblo colombiano. Santos parecía más interesado en una agenda externa (buscar fondos internacionales para “Paz Colombia”, su anhelado premio Nobel de la paz) que en los resultados de la misma negociación. La alta abstención indica esa falta de conexión con el acuerdo de La Habana, pero es difícil creer que una mayor participación hubiera revertido la tendencia. Tal vez, en este sentido, no resulta tan descabellado, como se ha querido hacer creer, la posición del ELN de convocar un amplio diálogo nacional para superar el conflicto social y armado –recordemos que las negociaciones con esta otra insurgencia están empantanadas, entre otras cosas, por los mecanismos de participación popular, que demandan sean mucho más fuertes que los que existieron en el proceso de La Habana.
Si bien el triunfo del SI no significaba el triunfo del “castro-chavismo”, tampoco el triunfo del NO significa el retorno a la guerra total. Quedan dos caminos por delante frente a este impase: una renegociación de los acuerdos, que implicaría a las dos partes tragarse sus palabras previas de que nada era re-negociable e incluir una participación más amplia incluyendo, entre muchos otros, a sectores del uribismo[8], o la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, propuesta inicial tanto de las FARC-EP como del uribismo, propuesta que en el actual contexto político podría resultar desastrosa para las fuerzas progresistas. Nada asegura que la nueva Constitución sea más progresista que la del ’91, y todo pareciera indicar que se impondrían fuerzas reaccionarias que dejarían su impronta en la Carta Magna por décadas. Así las cosas, lo más probable es que termine renegociándose condiciones más draconianas para los insurgentes, mientras el ELN toma nota de los acontecimientos.
Después de esta dura derrota, volvemos entonces a la pregunta del millón ¿qué hacer? Responder esta pregunta requiere de un ejercicio de autocrítica profunda por parte de la izquierda: no es suficiente criticar a terceros, sea la lluvia, sea la oligarquía, sean los medios, sea el imperio. Como para variar, los principales medios, sectores oligárquicos y las principales potencias del mundo (incluido EEUU) estuvieron de acuerdo con el SI al plebiscito. Hay también que abandonar la arrogancia de esa izquierda que presupone que cuando los sectores populares no están de acuerdo con ella, es porque son brutos, tienen la cabeza lavada, son irracionales, son guerreristas, pasionales, etc. En vez de vociferar “caverna” o “guerrerismo” hay que aceptar con humildad estos resultados y tratar de entender el mensaje de fondo que se entrega a quienes creen en la posibilidad de construir una sociedad más libre, más justa y más igualitaria.
Hay que dar un paso atrás y tratar de pensar nuevamente el proyecto de sociedad que se ofrece al conjunto del pueblo, pero también hay que entender que ese proyecto no puede ser sencillamente ofrecido a las masas con la benevolencia paternalista del despotismo ilustrado: todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Se requiere que el pueblo, sus mil luchas, organizaciones, expresiones, deseos, ocupen el centro del quehacer político. No se trata solamente de ofrecer una alternativa al pueblo o “venderle” un acuerdo, se trata de construir esa alternativa junto a él. La paz, por sí sola, ya no es el máximo convocante para la sociedad colombiana, así haya quienes la hayan utilizado para re-elegirse o para candidatearse en las próximas elecciones[9]. Toca enfatizar ese componente de “justicia social” que siempre se insistió que era un aspecto crucial de la paz, el cual estuvo apenas tímidamente representado en la paz ofrecida por los acuerdos de La Habana. Es necesario conectar la paz con las condiciones de vida de la mayoría de la población, mayorías que tienen interés en una Colombia mejor, en una Colombia más humana, más participativa, más igualitaria, pero que no se ve reflejada en lo acordado en La Habana o que lo desconocen porque es un proceso distante. Para lograr ser relevantes, toca abandonar la arrogancia y los vicios autoritarios de cierta izquierda, y encontrar la manera de contribuir a que las masas se conviertan en protagonistas de su propia historia y no verlas solamente como un rebaño que se acarrea para implementar decisiones tomadas por las “mentes superiores”. Una tarea formidable pero que requiere un cambio de mentalidad en quienes apuestan por una nueva sociedad. Más allá del plebiscito, el sol volverá a salir, el mundo seguirá girando y los problemas sociales de las mayorías seguirán ahí –mientras esto sea así, hay esperanza para un proyecto transformador que realmente convoque al conjunto del pueblo.
José Antonio Gutiérrez D.
3 de Octubre, 2016
[1] Puede consultarse el resultado electoral pormenorizado en la página de la Registraduría http://plebiscito.
[2] Se pueden revisar los datos en la página de la Registraduría ya mencionada. Mientras el NO se impuso en Caquetá, municipios como Solano, Cartagena de Chairá y San Vicente del Caguán, votaron mayoritariamente por el SI (aunque con un margen estrecho). Lo mismo ocurre en Norte de Santander (donde el NO se impuso en prácticamente todas partes menos el Catatumbo) o en Arauca.
[4] Ver, por ejemplo, el artículo de José Gregorio Hernández Galindo http://www.razonpublica.com/
[5] Ver las declaraciones del comandante fariano Carlos Antonio Lozada http://www.elespectador.com/
[6] Sobre este asunto, recomiendo la lectura de Jaime Jiménez entre las similitudes de la campaña oficialista del SI y la del uribismo por el NO http://www.rebelion.org/
[7] Curiosamente, la falta de legitimidad y popularidad de Samper fue una de las razones por la cual la insurgencia no negoció con él. Hoy se negocia con el igualmente impopular Santos, mientras Samper ha utilizado el proceso de paz y sus contactos con sectores de la izquierda liberal para intentar rehabilitarse.
[8] Como anécdota, el nunca bien ponderado pero casi siempre lúcido William Ospina decía en una polémica columna en las pasadas elecciones presidenciales que, en su infinita capacidad de equivocarse, la izquierda creía que el mal menor era Santos debido a la negociación de paz. En cambio, de manera preclara, Ospina afirmaba: “Yo he abogado 20 años por la paz negociada, pero, con el perdón de las Farc, nada me parece más inverosímil que la paz de Santos. La paz, para que sea verdadera, tiene que ser otra cosa, y ya muchos han advertido que si la paz sólo puede hacerse con el enemigo, una paz sin Uribe es como una mesa de dos patas.” Creo que el resultado del plebiscito y la perspectiva de renegociar con el uribismo, de alguna manera, reivindica la posición de Ospina que en ese momento provocó un voladero de plumas e hizo que se le descalificara con toda clase de epítetos abusivos. Ver su columna http://www.elespectador.com/
[9] Humberto de la Calle ha recibido una dura paliza en sus intentos de ser el candidato de la paz.