Paco Campos •  Opinión •  04/10/2018

Contingencia

Cuántas veces he oído la importancia que tiene distinguir entre lo necesario y lo contingente, entre lo que se basa en principios de racionalidad, moralidad y verdad, y lo que es producto de los accidentes de las cosas y, por tanto, es irrelevante porque no permanece en el tiempo, no sirve para norma de conducta o cambia de criterio según la circunstancia. Esta distinción filosófica, que se ajusta al llamado ‘sentido común’, proviene de Aristóteles y la teología medieval, y a ella hemos debido mucha gran parte de nuestras decisiones, casi siempre vinculadas al poder del establishment, lo correcto y normal.

Sin saber por qué, sin preguntárnoslo, hemos establecido un sistema de creencias cuyo resultado se cierne en torno a mantener que hay fuerzas no humanas ante las cuales han de responder los seres humanos -> Dios, el Estado, los Derechos, la Humanidad o la Historia. Hemos muerto por esas creencias, hemos matado por ellas; no hemos sido capaces de redescribirlas, interpretarlas o compartirlas críticamente, y hemos preferido abrazar la tradición liberal, más económica que política, en vez de limpiarla, sanearla e imprimirla con la imaginación, el deseo o la creatividad. Qué decir de esas leyes que huelen a alcanfor y que nos sumergen en la irracionalidad y nos dejan contentos hasta el día siguiente, por ejemplo.

No sólo tendremos que escribir el liberalismo de otra manera sino la misma democracia que tanto nos fustiga por serle fiel. Las cosas cambian, amigo mío. No todo es racionalidad y universalidad. La contingencia nos está determinando en todo momento y sin embargo estamos pendientes y dispuestos a cumplir las órdenes de lo impropiamente humano. 


Opinión /