Carolina Vásquez Araya •  Opinión •  04/10/2018

Un mundo distante

“… dicen que la niña no puede estudiar por ser mujer y el varón sí puede por ser varón.”

Una importante cuota del retraso político, social y económico de la mayoría de países latinoamericanos se debe a la marginación de las niñas y, por consiguiente, de mujeres adultas cuya historia de discriminación y falta de oportunidades para educarse marca su impronta en los sectores más pobres de nuestro continente. Esta es una realidad demostrada en innumerables estudios y gruesos informes de expertos; estudios e informes que solo llegan a manos de otros expertos y cuyo destino final es ser engavetados por los funcionarios de turno. De ese modo, sin mayores trámites y con el propósito de mantener el control de un sistema depredador e inhumano, los políticos encargados de los despachos oficiales deciden truncar el destino de esa cuota humana de talento, capacidades y perspectivas, ante la indiferencia colectiva.

Pensar en cuál sería el resultado de una iniciativa revolucionaria y novedosa para garantizar el acceso a la educación de calidad a todos los niños y niñas del país, es un ejercicio esencial para cualquier político. Junto con ello, atreverse a tomar la iniciativa de establecer programas de nutrición escolar para la niñez de los sectores más pobres -porque sin ese complemento ningún programa educativo puede funcionar eficazmente- alcanzaría un impacto medible en un mayor desarrollo físico, intelectual y psicológico de miles de niñas y niños actualmente desnutridos. En los países menos desarrollados y en donde existen elevados niveles de corrupción, se cuentan por miles los hogares carentes de los ingresos mínimos para sobrevivir con dignidad y es allí, en esos hogares, en donde se suele sacrificar a los más indefensos: las niñas.

En nuestra comunidad sí existe una gran diferencia. La niña en la comunidad es desvalorizada por ser mujer. Las creencias culturales de la region Q´eqchi´ son: la niña Q´eqchi´ es la que apoya a su señora madre en la cocina, la que va traer agua, la que ayuda a su mamá a lavar la ropa de sus hermanitas, la que cuida de sus hermanitas y hermanitos. El niño Q´eqchi´ es el consentido de la casa, especialmente del padre. Es el que juega y tiene libertad de salir con sus amigos. También va a traer leña con su papá, para la casa… A ella no la valorizan como al varón. Ella es la más afectada[1]. (Tomado del informe “El Matrimonio Infantil Forzado en Guatemala, Caso del municipio de San Pedro Carchá, elaborado por Plan Internacional).

Esta cita ejemplifica la situación de millones de niñas en nuestros países. Condenadas por costumbre a una vida de servicio, se las conduce inevitablemente a perder toda posibilidad de alcanzar objetivos de vida productiva y gratificante, lo cual sí es accesible para sus hermanos varones, y entonces sus perspectivas se reducen a un matrimonio precoz para el cual no están preparadas; embarazos inseguros y una pérdida total de su libertad individual, destino no solo injusto sino además de una enorme violencia.

Un estilo de vida considerado normal por un sector de la ciudadanía es una fantasía, un mundo distante para las niñas de los sectores más pobres, aquellas cuyos sueños se estrellan contra las paredes de su cerrado círculo doméstico: acarrear agua, lavar ropa, cocinar y barrer; servir, servir y servir porque “para eso son niñas, para servir”. Esta violación flagrante de los derechos humanos de niñas y mujeres en nuestras sociedades, violación naturalizada por costumbres hasta no hace mucho basadas en leyes discriminatorias, requiere la atención de toda la ciudadanía y un compromiso real de reparación. Una niña educada es un ser humano integral, capaz de contribuir a una mejor sociedad.

Para una niña marginada, la independencia está a un mundo de distancia.

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