¿Quién está realmente al mando?
Creo que a estas alturas todo el mundo sabe que, a pesar de la apariencia de transparencia y claridad en el funcionamiento de las instituciones, a pesar de la existencia de unas reglas más o menos democráticas de gobierno, el poder real se mueve entre bambalinas, en las sombras, inmune a miradas incómodas o al escrutinio popular. No puede ser de otra manera cuando se trata de subvertir permanentemente el sistema en beneficio propio, sin que se diluya la ilusión del respeto a la voluntad democrática como principio rector de nuestras sociedades.
En realidad, podría decirse gráficamente, que el poder popular y los poderes fácticos serían como dos realidades paralelas que rara vez se conectan —y menos aún, con luz y taquígrafos—, porque, cuando ello ocurre, aparece una distorsión que suele provocar una onda expansiva peligrosa para el establishment. Pero ambos mundos no son ajenos, para que este infame orden funcione, se deben permitir trasvases desde la política hacia el poder. No me refiero tanto a la cooptación de políticos para favorecer el saqueo de lo público por el poder económico, una práctica habitual donde las haya, sino al ascenso desde la política a la clase dirigente de verdad, algo que no suele ser tan habitual. Sobran ejemplos cercanos.
Pero, cuando algún representante electo llega a ser investido como parte de la casta dirigente, jamás abandona ese estatus durante toda su vida, aunque deje representar a nadie más que a sí mismo o, en todo caso, a aquellos que lo financian y le abren las puertas del cielo.
Así la cosas, no es habitual que los de abajo podamos estar al tanto de lo que se cuece en los calderos celestiales. No es normal que los trasvases se hagan de arriba hacia abajo, por lo que apenas si podemos llegar a entrever el tinglado que se esconde tras las bambalinas del sistema.
Sin embargo, en momentos de crisis, los vasos comunicantes se multiplican, ya no en forma de absorciones de personal, sino de capital. Durante un proceso continuado de socialización de pérdidas privadas, es cuando la opinión pública se puede percatar de que está siendo víctima de una gran estafa amparada por su clase política. Cuando un pensionista debe pagar sus medicamentos para obtener dinero para rescatar, no ya a los impositores, sino a los accionistas de la banca, a los constructores de autopistas, a las eléctricas… se pone de relieve con toda crudeza la brutal injusticia de un sistema profundamente antidemocrático. Es en esos momentos cuando ni los grandes medios de comunicación, absolutamente infiltrados por el poder financiero, consiguen tapar sin resquicios tamaño latrocinio. Es justo cuando la confianza en la clase política se hunde entre la población, cuando la desafección campea libremente a sus anchas y cuando surgen movimientos de repulsa como el 15M, Occupy Wall Street o partidos políticos que aspiran a cambiar las raíces corruptas del sistema.
Por fortuna, en otras ocasiones sí que ha sido posible contar con informaciones sensibles provenientes de gargantas profundas vinculadas al movimiento hacker. Las comunicaciones electrónicas dejan un rastro que es posible seguir con los permisos o conocimientos de las vulnerabilidades informáticas adecuadas. Snowden, Assange, Manning… son personas que nos han mostrado cómo funciona realmente el mundo: cómo los que supuestamente nos protegen, vulneran nuestros derechos; cómo muchos gobiernos se comportan como verdaderos grupos terroristas con absoluto desprecio por la vida humana; o cómo se facilitan lucrativos negocios para las empresas que antes han pagado las campañas electorales de los partidos con los que llegan al poder.
Por aterrizar ya en suelo patrio, estos días hemos sabido de informaciones importantes sobre los manejos del poder, sopladas con la boca pequeña en la entrevista televisiva ofrecida por el ex-líder del PSOE, Pedro Sánchez, donde se han puesto de manifiesto algunas cuestiones relevantes que destapan el modus operandi de la casta en España. No creo que haya sorprendido a muchos el fondo de sus aseveraciones, pero sin duda son declaraciones interesantes viniendo de quien vienen. Podrían resumirse así:
Obviamente, Pedro Sánchez no es ningún héroe ni tampoco un mártir. Se ha valido de los poderes en la sombra cuando ha querido o ha podido para lograr sus fines. Sólo ahora que ha sido expulsado de su poltrona privilegiada, ha decidido tomar la palabra y contar parte de lo que sabe acerca de cómo funcionan los de arriba. Quizá se deba al sentimiento de libertad del que ya no tiene nada más que perder. Puede que responda a un simple acto de venganza o que sea el pistoletazo de salida de una nueva aventura política… o quizá sea compendio de todo ello.
Pero no es un caso aislado del todo. Hay sucesos parecidos entre algunos ex mandatarios occidentales. Recuerdo cuando el ex-ministro de defensa de Alemania, Andreas von Bulow, se decidió a contar en un libro parte de la tramoya apócrifa de los ataques del 11S, lo mismo que hizo el ex presidente italiano, Francesco Cossiga, cuando habló abiertamente de un inside job; o el ex ministro de Relaciones Exteriores francés Roland Dumas, que afirmó que Reino Unido le ofreció invadir Siria tiempo antes de que comenzarán esas “revueltas democráticas espontáneas” que tanto gustan a los revolucionarios de salón izquierdistas.
Nos gusten o no, al margen de filias, fobias, de daños colaterales o costes de oportunidad, son esas confesiones extemporáneas las que nos permiten conocer cómo realmente se organiza el mundo más allá de la cáscara de legitimidad con la que la revisten los que verdaderamente detentan el poder. Bienvenidas sean.